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Todas las mujeres importan: lo que olvida el feminismo blanco

Mikki Kendall es la autora de ‘Feminismo de barrio: lo que olvida el feminismo blanco’, una crítica al feminismo dominante compuesto principalmente por mujeres blancas de clase media

Todas las mujeres importan: lo que olvida el feminismo blanco

Mikki Kendall | Foto cedida por Capitán Swing

Mikki Kendall escribió en 2020 el libro Feminismo de barrio: lo que olvida el feminismo blanco, que llega ahora a España de la mano de Capitán Swing, con traducción de María Porras Sánchez. La autora de este ensayo es una mujer negra criada en el barrio Hyde Park de Chicago. Graduada en la Universidad de Illinois, es ensayista, activista y crítica cultural. Ha escrito para The Guardian, The Boston Globe o The Washington Post. Este libro es una mezcla de sus experiencias vitales –y de su comunidad– y de sus conocimientos teóricos sobre el feminismo predominante: el blanco de clase media, que se olvida de las mujeres como Kendall. 

La autora avisa de que no se trata de un libro sencillo: «Mi feminismo no vale para aquellas que están cómodas con el statu quo porque ese camino no conduce a la igualdad de las chicas como yo», escribe. Se define como la feminista a la que la gente recurre cuando ser dulce no basta, cuando decir las cosas con amabilidad, una y otra vez, no funciona. No será una lectura cómoda pero sí una oportunidad de aprender. «Ni tengo ni finjo tener todas las respuestas. Lo que sí deseo con firmeza es desplazar la conversación sobre la solidaridad y el movimiento feminista; ignorar no es igualitario, y menos en un movimiento cuyo argumento principal es que representa a la mitad de la población mundial». El feminismo blanco ha de reconocer los obstáculos que sufren las mujeres no blancas, exige. 

«Mi feminismo no vale para aquellas que están cómodas con el statu quo porque ese camino no conduce a la igualdad de las chicas como yo»

Mikki Kendall en Feminismo de barrio

La escritora defiende que el hecho de que a las mujeres blancas les vaya mejor no fue, ni sería después, el camino hacia la libertad para las mujeres negras. Kendall está orgullosa de sus orígenes y afirma: «Mi feminismo emana del conocimiento de que la raza, el género y la clase influyen en cómo me educan, cómo recibo tratamiento médico, el dinero que gano y el tipo de empleo que tengo, aparte de cómo esos factores provocan que las figuras de autoridad me traten de determinada manera». 

Kendall cree que los conflictos internos hacen que el feminismo crezca y resulte más efectivo; por tanto, no son una forma de crear división. En el feminismo dominante rara vez se habla de las necesidades básicas como una cuestión feminista: problemas como la inseguridad alimentaria, el acceso a una educación de calidad, la atención médica, unos vecindarios seguros y unos sueldos dignos también son cuestiones feministas, defiende. «Para ser un movimiento que supuestamente representa a todas las mujeres, se centra demasiado en aquellas que ya tienen todas sus necesidades resueltas». 

Su abuela le enseñó a ser crítica con cualquier ideología que afirme que quiere lo mejor para ella pero que no le pregunta qué quiere o qué necesita. «Sé que ser una chica negra del South Side de Chicago hace que la gente asuma ciertas cosas sobre mí. Lo mismo le sucede a cualquiera que exista fuera de los márgenes normativos y artificiales de la clase media, a las personas que no son blancas, ni heterosexuales, ni delgadas, que tienen una discapacidad, etc.».

Se trata pues de mantener una conversación más inclusiva que refleje las preocupaciones de todas las mujeres y no solo las de unas cuantas. «Cuando llega la hora de la verdad, el feminismo blanco dominante suele fallar a las mujeres de color. No somos los personajes secundarios y no podemos permitirnos esperar a que la igualdad nos llegue poco a poco. Más de un siglo de experiencia y el día a día nos han enseñado a las mujeres marginalizadas que ayudar a que las mujeres blancas sean directivas no es lo mismo que hacerles la vida más fácil a todas las mujeres». 

Imagen de portada de ‘Feminismo de barrio’ vía Editorial Capitán Swing.

Hambre y feminismo

Kendall recoge en su libro que las estadísticas de desigualdad laboral dan la idea de que todas las mujeres obtienen –en Estados Unidos– setenta centavos por cada dólar que ganan los hombres, cuando solo las mujeres blancas ganan eso. Las mujeres de color ganan menos que las blancas. La cadena quedaría así: las mujeres blancas ganan menos que los hombres blancos, mientras que las mujeres negras, latinas e indígenas ganan menos que las mujeres y hombres blancos. Trabajar para sobrevivir es un hecho para muchas mujeres, afirma Kendall, algo de lo que debería ocuparse el feminismo. 

«Para ser un movimiento que supuestamente representa a todas las mujeres, se centra demasiado en aquellas que ya tienen todas sus necesidades resueltas»

Mikki Kendall en Feminismo de barrio

«Me di cuenta de repente de cuánto privilegio había acumulado desde que cumplí veinte años, cuando no tenía ni un atisbo de estabilidad. Mis historias no tienen nada de excepcional. Soy igual que millones de mujeres del barrio, del país, de cualquier lugar en el mundo donde las mujeres ganen menos dinero y tengan las mismas necesidades que los hombres», escribe. La autora recuerda cuando tenía un hijo y acababa de divorciarse –de un marido que la maltrataba–. Esos primeros momentos viviendo sola y tratando de sacar a su hijo adelante encierran un recuerdo que destaca por encima de los demás: el hambre. «Tratamos la pobreza como si fuera un crimen, como si las mujeres que la experimentan tomaran mal las decisiones que las afectan a ellas, a sus hijas e hijos a propósito. Ignoramos que no tienen opciones a su alcance, que deciden sin red. Hay unos 42 millones de estadounidenses que pasan hambre. Estadísticamente al menos la mitad son mujeres, pero si tenemos en cuenta la brecha de género en los sueldos, el porcentaje real revela que un 66% de los hogares estadounidenses donde se pasa hambre son monoparentales». 

Por qué no hablamos de hambre e inseguridad alimentaria en términos feministas, se pregunta Kendall. Porque en la mayoría de los círculos feministas la gente que habla de estos temas no sabe lo que significa la inseguridad alimentaria a largo plazo, responde. «No se puede ser feminista e ignorar el hambre»

Si tú has podido, las demás también

«Podría aparentar que ahora que ya casi soy de clase media he olvidado de dónde he venido, de lo que me costó pasar de ser una ‘joven en riesgo’ a una autora publicada con dos titulaciones. La patina de respetabilidad que he adquirido gracias a mis estudios y a dedicarme a la escritura es agradable. Incluso ahora, habrá gente que tratará de colocarme en un espacio diferente porque tú decidirás que si yo he llegado donde ellas no han podido, significa que ellas no lo han intentado suficientemente», escribe Kendall. La autora defiende que las chicas que no lo logran también lo han intentado pero no han tenido ni la misma suerte, ni la misma red familiar, ni la misma comunidad con la que ella sí contó.

Si, por ejemplo, ella no se vio envuelta en el tráfico de drogas es porque tenía más apoyo familiar y más supervisión que otros compañeros y compañeras de instituto, que, además, se veían obligados a llevar comida a casa para sus hermanos menores. «Yo debía mantenerme dentro de los límites que habían trazado mis abuelos y otros familiares. Era fácil para mí porque nunca tuve que ocuparme de pagar las facturas, ni tenía que preocuparme de que, si le pasaba algo a la persona con la que vivía, no tendría otro sitio adonde ir. Cuando mi madre no podía cuidar de mí, vivía con mis tías, con mis abuelos o con amigas de la familia».

La escucha: conversación entre iguales

La triste realidad es que, aunque las mujeres blancas sean un colectivo oprimido, ostentan más poder que cualquier otro colectivo de mujeres, escribe Kendall. «La realidad es que las mujeres blancas pueden oprimir a las de color, que las mujeres hetero pueden oprimir a las lesbianas, que las mujeres cis pueden oprimir a las trans, y así sucesivamente». 

La autora cree que no es suficiente con saber que hay mujeres con experiencias diferentes a la tuya, sino que es fundamental comprender que ellas también tienen su propio feminismo basado en dicha experiencia. «En algunas narrativas feministas el barrio es un lugar del que escapar, donde las niñas y las mujeres que continúan viviendo en él no tienen voz y necesitan que alguien ajeno hable por ellas». El feminismo predominante tiene que escuchar a las mujeres marginalizadas y averiguar qué quieren y qué necesitan en lugar de tratarlas como ignorantes, defiende Kendall.

«La realidad es que las mujeres blancas pueden oprimir a las de color, que las mujeres hetero pueden oprimir a las lesbianas, que las mujeres cis pueden oprimir a las trans, y así sucesivamente»

Mikki Kendall en Feminismo de barrio

«Eso no significa que las feministas deban presentarse como las salvadoras. Significa afrontar que el feminismo no puede permitirse dejar a ninguna mujer atrás. No pretendo saber qué significa criar a un hijo o una hija en una reserva —insiste Kendall— o qué significa ser una trabajadora migrante preocupada con que no la deporten. Lo que sé es que necesito escuchar a las mujeres en esa posición, seguirlas para entender cómo se las ayuda y cómo se las perjudica. Ellas saben mejor que nadie qué necesitan y yo comprendo que si sus necesidades son distintas a las mías no es porque sean menos importantes».

Kendall explica que no pretende afirmar que las mujeres blancas no se preocupan por las demás, sino que no se preocupan lo suficiente. Para ella todas las mujeres importan y sueña con alcanzar un lugar donde abrazar las diferencias. Mientras tanto, «cualquier narrativa que asuma que las mujeres pueden tratarse como un bloque unitario sin tener en cuenta la raza, la clase u otros factores es obtusa y equivocada». 

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