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Televisión, fantasía y estafas: dos estrenos de Netflix abordan la obsesión por la imagen

Los documentales ‘Fortune seller: a TV scam’ y ‘The Real Bling Ring’ exponen las consecuencias de explotar la imagen a cualquier coste

Televisión, fantasía y estafas: dos estrenos de Netflix abordan la obsesión por la imagen

Netflix

Los documentales viven una era dorada gracias a los servicios de streaming. Dos producciones recién estrenadas en Netflix lo corroboran: Fortune seller: a TV scam y The Real Bling Ring. A pesar de que abordan temáticas diferentes, ambos trabajos tienen a la televisión como conector, presentándose una paradoja: consumimos frente a una pantalla dos relatos que reflejan cuán perjudicial resulta consumir un contenido en un estado de vulnerabilidad.

Fortune seller: a TV scam cuenta la historia de la reina de las telecompras en Italia: Wanna Marchi, y de su hija, Stefania Nobile. Manejaron un imperio de millones de euros entre 1980 y 2000. Lo que en principio fue un negocio rentable de venta de productos estéticos por televisión, derivó en un esquema de presión y chantaje para que sus clientes compraran baratijas que supuestamente les mejorarían la salud y la suerte.

Obviamente, cuanto mayor es el problema del posible comprador (una enfermedad, una depresión), mayor es la oportunidad de estafa. Estas dos personas de hecho abieron en España un negocio muy rentable y se cree que en este y otros países pueden haber escondido el dinero que hoy dicen no poseer. 

The Real Bling Ring, por su parte, es un nuevo intento por tratar de comprender la razón por la que varios jóvenes acomodados que vivían en Los Ángeles decidieron robar las casas de actores famosos. Este caso dio pie a una película de la oscarizada Sofía Coppola: The Bilng Ring, que protagonizó Emma Watson.

La afirmación de que «el medio es el mensaje», que escribió Marshall McLuhan en 1964, en el libro Understanding Media: The Extensions of Man (Comprender los medios de comunicación: Las extensiones del ser humano), tiene una gran relevancia en ambos producciones. De hecho, con la fuerza actual de las redes sociales propone una relectura sobre cómo el medio afecta a la sociedad en la que desarrolla un papel, no solo por el contenido que posee, sino también por las características del medio en sí.

Dicho de otro modo: los estafados creían en Wanna y su hija porque estaban en la televisión y si estaban allí, no podrían estar mintiendo. Al mismo tiempo, pareciera que un estilo de vida, de lujo y discotecas, es posible para cualquiera. De manera que si el individuo no puede conseguirlo de inmediato, buscará la manera más rápida de hacerlo, aunque deba quebrantar la ley.

Influencia, dinero y delito

El documental que dirige Nicola Prosatore y escribe Alessandro Garramone presenta a Wanna como una verdadera influencer. Ella comenzó un negocio de productos para adelgazar y otro contra las arrugas, en una pequeña tienda. Luego pudo hacer televentas en un canal privado y allí su negocio se hizo realmente lucrativo.

La gente compraba el discurso de esta mujer que no tenía ninguna experiencia frente a las cámaras, pero era muy directa y carismática. Igual que ahora, en los años 80 la gente estaba obsesionada con verse delgada, atractiva; con responder a los estándares que la propia televisión creaba. No es casualidad que luego Waana introduzca a su hija Stefania, una mujer muy delgada y bronceada, para incrementar la audiencia y su credibilidad. 

Y cuando ya las cremas para adelgazar no funcionaban, Wanna creó un personaje, un supuesto maestro en artes hechiceras que venía de Brasil y que podía hacer de todo: desde limpiezas de alma hasta dar los números de la lotería para que salieras de la pobreza. Obviamente esto no es un delito, más allá de la condena moral que puede recibir quien juega con las esperanzas de las personas. El problema llegó después, cuando usaron la base de datos de clientes para presionarlos y obligarlos a comprar, mediante chantajes, baratijas que se vendían en miles de euros.

El negocio ya lo conocemos. Si te dan un objeto para la buena suerte y no cumple su misión, el problema no está en el objeto sino en el portador, que o no tiene la fe suficiente o necesita de un «trabajo» extra para erradicar esa mala suerte. De manera que el cliente nunca sale del círculo de dependencia, hasta que quiebran.

Copiando un estilo de vida

Casi 40 años después de los hechos que vemos en Italia, el director Miles Blayden-Ryall presenta otra realidad en Estados Unidos: la presión en la configuración de una identiad que se promueve desde las redes sociales. Las estrellas son cada vez más cercanas para sus seguidores, sus estilos de vida se convierten en shows de telerrealidad y muchos jóvenes quieren vivir esas experiencias.

Wanna Marchi necesitó un espacio en un canal privado para desarrollar su negocio, ahora cualquier joven puede ser seguido por miles de personas con solo ser creativo en una red social. Este afán por no pasar inadvertido llevó a que jóvenes como Alexis Neiers y Nick Prugo, atractivos y sin ningún problema económico, invadieran las casas del actor Orlando Bloom (Piratas del Caribe) o la modelo Paris Hilton, para llevarse prendas y lucirlas en las discotecas de moda. Si había efectivo, el botín era mayor.

La idea de verse como estas estrellas de televisión caló tan profundo que una vez que el primer robo resulta exitoso, los jóvenes no pudieron parar, ni siquiera cuando ya sabían que fueron identificados por cámaras de seguridad.

Casualidad o no, los protagonistas de los dos documentales no sienten realmente culpa o remordimiento por sus actos. Más allá de algunos intentos de justificar sus acciones, para estas personas la obsesión por la imagen, que les sirve de motor para sus fechorías, es consecuencia de una sociedad y una cultura de la que se separan cuando analizan sus casos, como si ellos no contribuyeran a la perpetuidad de esa dictadura.

Para ejemplificar el párrafo anterior, Wanna y su hija culpan a la propia televisión, exsocios, espectadores y periodistas de sus caídas. Mientras que Neiers y Nick Prugo se escudan en la aspiracionalidad, en el deseo de ser y verse como Bloom y Hilton, para justificar sus pulsiones. 

Si la ausencia de empatía para con sus víctimas es un punto que los une, hay otro más notorio: el peso de las familias disfuncionales. Madre e hija fueron víctimas de un padre violento y ausente, lo que les llevó a formar una sociedad impenetrable de apoyo que les impide ver y comprender sus errores. Los chicos invasores, a la vez, crecieron sin ningún límite entre la ficción y la realidad. En este contexto, es comprensible que al sol de hoy, todos se consideren víctimas, pero no victimarios. 

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