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¿Debe Madrid repartir su patrimonio cultural? Un verdadero plan de descentralización

Presentamos en este artículo un proyecto de descongestión cultural resiliente, sostenible y revolucionario

¿Debe Madrid repartir su patrimonio cultural? Un verdadero plan de descentralización

Imagen generada por IA.

El Museo del Prado trabajará junto a otros museos para fortalecer la presencia de su colección en toda España en el proyecto conocido como «Prado extendido», una apuesta que pretende reorganizar sus fondos repartidos por la geografía española; sin embargo, el ministro de cultura Ernest Urtasun lo ha llevado al terreno político y confrontativo, alegando que al conjunto de la ciudadanía hay que garantizarle «unos derechos culturales que sean para todos y que lleguen al conjunto del territorio de nuestro país», impulsando la «descentralización» de la pinacoteca. Madrid, en un gesto de equidad cultural sin precedentes, podría iniciar un plan de descentralización cultural que redefiniría no solo la geografía cultural de España, sino también la forma en la que interactuamos con el arte y la historia.

Pero Urtasun, a mi humilde entender, se ha quedado muy corto. Por ello, quiero regalarle un plan realmente ambicioso (no, no le voy a cobrar por ello). Este audaz proyecto que les voy a presentar está inspirado en la visión progresista del Ministerio de Cultura, pero yo voy mucho más allá, planteando un verdadero plan de redistribución de las riquezas culturales de la capital por todo el territorio nacional, comprometido con los derechos culturales que Madrid ha hurtado a los españoles, esto es, desafiando el centralismo y promoviendo una experiencia cultural más inclusiva y diversa, un plan de descongestión cultural resiliente, sostenible y revolucionario, lo suficientemente potente como para ser imitado internacionalmente.

El Museo del Prado, como institución estatal, debe dejar de ser exclusivamente un museo de Madrid. Es imperativo que extienda su alcance y riquezas a todo el país, desafiando el centralismo cultural y democratizando el acceso al arte para todos los españoles. Pondríamos fin a esa práctica secular de retener obras de arte que son de todos.

Las Meninas de Velázquez, Las Tres Gracias de Rubens y El buen pastor de Murillo tendrían la oportunidad de mudarse indefinidamente al Museu Nacional d’Art de Catalunya de la capital condal, siempre que el eurodiputado Carles Puigdemont dé el visto bueno; El descendimiento de la cruz de Rogier van der Weyden a Pontevedra, La Anunciación de Fra Angélico a Cáceres y El caballero de la mano en el pecho de El Greco a Cuenca.

Los cuadros de Berruguete convendría llevarlos a Paredes de Nava, en Palencia, lugar de nacimiento del pintor y los de Goya a Fuendetodos, por idéntico motivo. Pero no solo debemos enviar cuadros a museos, al fin y al cabo, los museos son centros de ocio propios de la burguesía. Esto se podría subsanar repartiendo algunos cuadros entre las diversas Casas del Pueblo socialistas para uso y disfrute del partido, como algo temporal, no más de un lustro, para posteriormente transportarlos al espacio público, es decir, a las calles y a las plazas.

La colección del XIX la llevaría a Marinaleda y creo que la colección flamenca luciría muy bien en el parque de María Luisa de Sevilla, que ya de por sí es un parque mu flamenco y con musho arte. El Jardín de las Delicias, está en condiciones de trasladarse a alguna plaza de Ibiza, Benidorm o Torremolinos, brindando a la clase trabajadora que acude a aquellos enclaves para desconectar —sufridos obreros que se han esforzado incansablemente a lo largo del año—, la oportunidad de inspirarse en las lisérgicas visiones plasmadas a través de los pinceles de El Bosco.

Se podría, incluso, crear una comisión de trabajo para que el Guernica de Picasso viaje a Vizcaya, no a la localidad de Guernica, sino tal vez reconvertir el cuadro en un mural del metro de Bilbao, ubicado a tan solo media hora del lugar que sufrió la trágica historia marcada por los bombarderos de la Legión Condor. En Bilbao, capital de provincia, recibiría más visitantes y la Secretaría de Estado de Memoria Democrática tendría la oportunidad de levantar algunos monumentos contra el fascismo de las derechas y las ultraderechas.

El reloj de la Puerta del Sol, famoso por sus campanadas de Fin de Año, se encuentra en disposición de reubicarse en La Palma, para recompensar a los que sufrieron los estragos del volcán. Muchos canarios podrían trasladarse a la isla por aquellas fechas, promoviendo así el turismo local, pudiendo finalmente disfrutar del ritual de las uvas al compás del célebre reloj, un placer que les ha sido históricamente esquivo a causa de la diferencia horaria; y el Templo de Debod, ese pedacito de Egipto en Madrid, pide a gritos su traslado a Melilla, más cerca de sus orígenes africanos.

El rey de Marruecos seguro que agradecería el gesto. Por otra parte, el Oso y el Madroño, símbolos madrileños por excelencia, quizás convenga separarlos en un amistoso divorcio: el oso a Asturias, región donde habitan gran cantidad de osos pardos y el madroño a la Sierra de Cádiz, donde encontraría un clima más propicio para esta especie vegetal.

La famosa estatua de Felipe III en Plaza Mayor se podría mudar a la Plaza Mayor de Salamanca, y el mismísimo Manzanares, el río que ha visto crecer a Madrid, ¿por qué no desviarlo hacia las áridas tierras de Murcia y Almería, donde el agua escasea? El emblemático Parque del Retiro también debería participar de esta descentralización cultural a través de un proyecto de «jardines solidarios ecoresilientes», en el que algunos de sus mejores árboles serían trasplantados a parques de otras ciudades, creando espacios que enriquezcan la biodiversidad nacional.

Pero eso no es todo. El proyecto ha de ser genuinamente visionario. Por ello, es perentorio convertir la Puerta de Alcalá en una puerta itinerante. Cada año aparecería en una ciudad diferente. ¿El objetivo? Que todo el mundo tenga la oportunidad de pasar por ella y mirarla, como reza la famosa canción. Algo parecido podríamos plantear con el Santiago Bernabéu, convirtiéndolo en un estadio nómada, viajando a ciudades sin equipos en la primera división. Imaginen un Real Madrid-Barcelona jugado en Soria. 

Este plan de descentralización cultural, más allá de ser un simple reajuste geográfico, sería un paso hacia una España más unida y equitativa en términos culturales, una España más cohesionada. Rompería barreras y llevaría la riqueza y diversidad de Madrid a cada rincón del país, fomentando un diálogo cultural más rico y profundo entre todas las comunidades autónomas. Estas iniciativas promovidas por un Ministerio de Cultura progresista redefinirían el concepto de cultura compartida y la Comunidad de Madrid, en un acto de justicia sin igual, entregaría a España retales de su ciudad, acabando con el perverso centralismo que promueve la señora Ayuso.

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