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Patrik Svensson descifra los misterios del mar

El periodista sueco publica ‘Un inmenso azul’, una sorprendente colección de historias sobre los secretos de los océanos

Patrik Svensson descifra los misterios del mar

Una imagen del mar. | Wikimedia Commons

Dice Patrik Svensson (Kvidinge, Suecia, 1972) que la historia del mar es la historia de la curiosidad humana. La misma curiosidad, casi obsesiva, que en 2019 le llevó a escribir el sorprendente El evangelio de las anguilas. Se trataba aquel de un fascinante ensayo sobre uno de los peces más enigmáticos del mar que, durante siglos, despertó el interés de científicos y filósofos como Aristóteles o Sigmund Freud. También era la excusa que encontró el autor, periodista de profesión, para hablar de su forma de entender el mundo y su relación paternofilial.

«Durante mucho tiempo, al no poder visitar las profundidades del océano –cuenta ahora en una entrevista concedida a THE OBJECTIVE–, la mitología trató de explicarlo con la imaginación».  Tampoco él, confiesa, había estado nunca en alta mar cuando se aventuró a escribir su nuevo libro. En Un inmenso azul (Libros del Asteroide), el escritor sueco comparte su entusiasmo por esta parte de la Tierra desconocida en gran medida por el ser humano y sobre los hombres y mujeres que se aventuraron a explorarlo a lo largo de la historia.  

«De muchos de los personajes sobre los que escribo aquí me sorprendió lo extremadamente apasionados que eran, su pulsión por querer conocer más del mar y las extremas circunstancias que tuvieron que pasar para poder hacerlo». Unas condiciones tan adversas que aún hoy el 70% o el 80% del mar permanece todavía sin explorar. «Los científicos creen que tres de cada cuatro especies que existen en el mar todavía no se conocen, lo que supone alrededor de 750.000 especies desconocidas», señala.

La historia del mar es, también, la historia de las personas que lo exploraron. Desde los primeros navegantes por mar abierto, los antepasados de los actuales polinesios que, hace más de 5.000 años partieron de Indonesia y Filipinas hasta Hawái en unas embarcaciones rudimentarias y sin casi herramientas. «Es asombroso ver cómo eran capaces, a través de los sentidos, de encontrar su destino. Ellos se guiaban por el movimiento del viento, por la situación de las estrellas, el sol y la luna o por el vuelo de los pájaros. Esta capacidad de guiarnos por la vista o el oído la hemos perdido prácticamente hoy. Ahora con los teléfonos ya no nos hacen falta para orientarnos ni para situarnos en nuestra ciudad».

En 1519, varios miles de años después que los polinesios, y en mejores condiciones, Fernando de Magallanes zarpó con la intención de dar la vuelta al mundo. Solo 18 hombres de 239 regresaron. Entre ellos no figuraba el nombre del famoso explorador portugués, que a lo largo de su periplo había mantenido unas discutibles prácticas violentas. «Este es un punto clave de su historia, la contradicción entre la gran hazaña del descubrimiento y, por otro lado, la brutalidad que lo acompañaba. Yo no lo llamaría héroe, pero desde luego fue un personaje esencial de aquella época de grandes exploradores. Había en su modo de viajar, una percepción de que todo era suyo. Todo les pertenecía».

Los vascos, pioneros

También, claro, las personas. Tal es el caso de su esclavo Enrique de Malaca, del que se aventura, al volver en barco a Filipinas, podría haber completado antes que nadie la vuelta al mundo. «Estos son solo especulaciones -reconoce el escritor-. No sabemos si realmente él fue el primero en circunnavegar el mundo, pero lo que sí sabemos es que desde luego Magallanes no lo hizo. Algo que no impidió que su nombre apareciera en los libros de Historia. Al final son siempre los hombres con poder los que acaban figurando. Incluso el nombre de su esclavo, que se llamaba Enrique, muy poca gente sabe ni que existió ni qué fue lo que hizo».

Entre toda esta larga tradición marítima, la de Magallanes no será la única epopeya vinculada con España que se narra en Un inmenso azul. Aquí, Svensson vuelve a toparse de nuevo con los vascos como ya hiciera en El evangelio de las anguilas. «Es curioso cómo mis historias me vuelven a llevar al pueblo vasco -reconoce-. Entonces descubrí que ellos fueron los primeros en pescar anguilas e inventaron la tradición de comer angulas». Ahora, cuenta, ostentan también el título, de ser los primeros europeos en cazar ballenas de forma sistemática. «Lo curioso es que todo el avistamiento se hacía desde las playas. No es que salieran al mar a buscarlas, sino que construían torres más o menos cerca de la orilla para avistarlas y salir tras ellas».

La caza de ballenas y otros peces dejó, no obstante, un panorama desolador. «Cuando los vascos empezaron a cazar ballenas en el siglo XVIII, se calcula que había centenares de miles de ballenas francas bordeando las costas del Atlántico Norte -escribe en su libro-. Hoy en día quedan poco más de 200».

«Parece que hay gente a la largo de la Historia con la idea de que el mar es un recurso ilimitado -opina ahora el escritor-. Por ejemplo, en Moby Dick se menciona que no importa cuántas ballenas se pesquen porque siempre habrá más, y esa es una idea que se va a repetir a lo largo de los años. Solo en las dos últimas décadas parece que se ha empezado a tomar conciencia de que no es así. Muchas ballenas llegaron a estar cerca de extinguirse por esta explotación tan masiva. En 1970 fue un shock descubrir que el mar es realmente frágil y un sistema ecológico vulnerable».

El sexo de los peces

Pero quizás, las historias más curiosas de este libro las encontremos en los personajes casi anónimos como Robert Dick, el panadero escocés que en 1863 encontró un fósil que sería clave en la teoría de la evolución de las especies. «Esa historia la descubrí por casualidad hace dos años en un periódico inglés, cuyo titular era El sexo se descubrió en Escocia. La noticia hablaba de un fósil encontrado alrededor del año 1800 que había sido analizado por unos científicos recientemente. Ellos habían descubierto que se trataba de un pez muy primitivo, el primer organismo en la evolución con un pene».

Dick, que dedicaba el tiempo libre que sacaba de su panadería en Thurso, un pequeño pueblo del norte de Escocia, a leer libros sobre conchas, plantas y piedras, solía salir a explorar y recoger muestras que más tarde analizaba, coleccionaba o enviaba a cambio de nada al geólogo escocés Hugh Miller, a quien había conocido por carta. «Él no quería ser reconocido ni aparecer en las revistas. Tampoco buscaba el dinero. Era puramente su deseo y amor por el conocimiento y la curiosidad lo que le movían», cuenta Svensson.

Y entre todos estos personajes, también hay una mujer, Rachel Carson. «Hoy en día se la considera como una de las grandes científicas del siglo XX, pero nunca pudo hacer la carrera profesional que ella hubiera querido. La comunidad científica del momento era muy escéptica, en gran parte por su género, era poco habitual ver a una mujer metida en el campo de la ciencia. Además, provenía de una familia muy humilde. Tuvo que trabajar para mantener a su familia y no pudo dedicar a estudiar e investigar todo el tiempo que hubiera querido. Es inspiradora porque, aún con todas estas dificultades, no solo fue una gran científica, fue también una gran mujer, apasionada del mar y del ser humano». Características que comparten muchos de los amantes del mar que pueblan este inmenso azul del escritor sueco.

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Un inmenso azul
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