THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

La estrategia de la trampa de la deuda le estalla en la cara al Gobierno chino

Xi Jinping pretendía demostrar que existe una alternativa superior al modelo de promoción del desarrollo occidental, pero resulta que no

La estrategia de la trampa de la deuda le estalla en la cara al Gobierno chino

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el de China, Xi Jinping, durante un encuentro en 2019. Intentan sonreír, pero no se aguantaban. | AP Photo/Susan Walsh

En julio de 2017 el Gobierno de Sri Lanka cedía a la compañía pública china CMPort la gestión del puerto de Hambantota durante 99 años. La noticia se consideró el mejor exponente de lo que el profesor de Estudios Estratégicos de Nueva Delhi Brahma Chellaney ha llamado «la estrategia de la trampa de la deuda» de Pekín. Pese a que los estudios iniciales habían cuestionado la viabilidad comercial del proyecto, el Banco de Desarrollo de China no dudó en conceder dos préstamos de 307 y 757 millones de dólares (cobrando hasta un 6,3% de interés en una época en la que el dinero prácticamente se regalaba) para que siguiera adelante con su construcción, hasta que la imposibilidad de generar ingresos suficientes para atender a los acreedores obligó al primer ministro ceilandés a aceptar el canje de deuda por capital.

«Si hay algo en lo que los líderes chinos sobresalen», explica Chellaney, «es en el uso de herramientas económicas para impulsar su agenda geoestratégica». Muchas de las infraestructuras que Xi Jinping ha financiado en el marco de su Ruta de la Seda «facilitan el acceso de Pekín a los recursos naturales o a mercados para sus manufacturas», pero, sobre todo, extienden sus tentáculos políticos. Por ejemplo, los puertos de Sri Lanka no tienen demasiada actividad civil, pero son ideales para «los submarinos de ataque» de la República Popular.

Es más, Chellaney sostiene que Pekín prefiere que estos grandes proyectos vayan mal, porque cuanto más pesada es la carga de sus deudores, más dispuestos se muestran a plegarse a sus intereses. Así logró, según él, que Camboya, Laos, Myanmar y Tailandia bloquearan en la ASEAN una condena de su expansión por el mar de China Meridional.

El precedente occidental

La tesis de la trampa de la deuda encontró rápido eco en la Administración Trump, a cuyo segundo secretario de Estado, Mike Pompeo, le faltó tiempo para acusar a Xi de «vender acuerdos de infraestructuras a cambio de influencia política», pero no se trata en absoluto de una ocurrencia oriental. El profesor de la London School of Economics Chris Alden recuerda cómo el diseño y la construcción del canal de Suez «implicó la emisión de bonos por valor de 3,3 millones de libras en 1863 a nombre del Jedive egipcio». La monumental vía de navegación «sobrecargó con una deuda masiva» al gobernador, quien, para evitar la bancarrota, «aceptó unas condiciones de pago desfavorables» cuyo incumplimiento serviría posteriormente a Londres para justificar una intervención militar, derrocar al Jedive y hacerse con el control de las instituciones clave de la entonces provincia otomana.

También el considerable papel del Reino Unido en la financiación de ferrocarriles, puertos y otras infraestructuras en Argentina, Brasil y Chile en el siglo XIX le valdría el sobrenombre de «imperio informal».

Las limitaciones de este modelo se pondrían, sin embargo, de manifiesto en la década de 1980 cuando, a través de las instituciones de Bretton Woods, Estados Unidos intentó imponer a los endeudados Gobiernos latinoamericanos una serie de reformas estructurales y descubrió que, cuando las obligaciones rebasan cierto nivel, se vuelven una amenaza para el propio acreedor. La constatación de esta terca realidad forzó a la Casa Blanca a promover «una ola de cancelaciones» y solo entonces se produjo un despegue de los mercados emergentes y la superación definitiva del rosario de crisis regionales (mexicana, asiática, rusa, argentina) que jalonaron las dos últimas décadas del siglo XX.

Otro mundo no es posible

No está claro que Xi Jinping pretendiera exclusivamente comprar con sus créditos influencia internacional, como sostienen Chellaney y Pompeo. En parte, sí. Pero más que planificación política, detrás de la iniciativa latía una enorme soberbia. Como señala The Economist, Xi quería demostrar que existe «una alternativa superior al modelo de desarrollo occidental», algo que la siempre nutrida comunidad progre y antiamericana de Occidente se aprestó a celebrar, ya saben: otro mundo es posible, etcétera. De hecho, a veces Pekín parecía escoger deliberadamente a auténticos parias del circuito financiero mundial, como Sri Lanka. «China ha coqueteado con la idea de que podía sustituir al FMI», declaraba a la revista Bradley Parks, del think tank AidData. «Lo que estamos viendo ahora es un período de aprendizaje en tiempo real, en el que creo que están reconsiderándolo todo».

«Se ha vuelto cada vez más obvio», señalaba por su parte Alden, «que los préstamos sin restricciones a naciones con una capacidad débil para pagar las cargas pendientes de la deuda estaban ejerciendo una presión creciente en los balances de los propios bancos chinos». Mientras la economía del gigante asiático creció a tasas del 10%, Xi pudo permitirse regar el Tercer Mundo de dólares. Pero la combinación de una burbuja inmobiliaria y un suicida objetivo de covid cero en el interior, sumada al empobrecimiento general provocado por la guerra de Ucrania en el exterior, le han aconsejado tener en cuenta, además de sus astutos intereses geoestratégicos, la viabilidad financiera de los participantes en la Ruta de la Seda. «Los funcionarios chinos», escribe Alden, «han buscado recientemente la experiencia occidental, asistiendo al Club de París como observadores y manteniendo conversaciones informales con sus homólogos de la comunidad de donantes».

Si la estrategia de la trampa de la deuda existió alguna vez, le ha explotado a Pekín en la cara.

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