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La otra cara del dinero

Víctor Ronco: «El euro digital podría convertirse en la herramienta de control social definitiva»

El experto en criptomonedas cree que la tecnología ‘blockchain’ en manos del Estado abre la puerta a toda clase de abusos, como ya se está viendo en China

Víctor Ronco: «El euro digital podría convertirse en la herramienta de control social definitiva»

Víctor Ronco cree que la tecnología 'blockchain' deja un poco en papel mojado la propuesta de valor de los bancos. | TO

Enfrente de la casa de mis padres, en el barrio de la Guindalera, instalaron uno de los primeros cajeros de criptodivisas de Madrid. Un colega de mi hermano metió un euro. Debía de ser 2011, así que se convirtió en el orgulloso propietario de todo un bitcóin, sin saber muy bien lo que hacía ni qué era aquello.

«Las criptodivisas son una combinación de lo que no entiendes de informática y lo que no entiendes de economía», me dice hoy Víctor Ronco (Barcelona, 1984).

Ronco estudió ADE en la Ramón Llull y, como corresponde a un milenial, exhibe un currículo variado: Banco Santander, Red Bull, Danone, Volkswagen… «El amplio mundo de la empresa me fue llevando al terreno de la comunicación y, cuando te tropiezas con algo tan grande y tan interesante y sobre lo que hay tanto desconocimiento [como la blockchain] no te lo tomas solo como una oportunidad de negocio, sino casi como una misión».

Una historia fascinante

A Ronco no le inoculó el virus un cajero de bitcóin, como al colega de mi hermano. Lo suyo fue más intelectual.

«Tengo un amigo que es músico y filósofo y le preocupa la intromisión del Estado en nuestras vidas y me habló de un modo de mover tus datos y tus fondos por internet con un cierto nivel de anonimato». Así entró «en la madriguera del conejo» y, al empezar a rascar, se encontró con «una historia fascinante».

Tanto que en junio del año pasado fue a su jefe y le dijo que se iba.

«Me preguntó que a dónde, pensando que tenía una oferta de la competencia, y le dije no, a ningún lado, a mi casa, y no entendía nada. Le expliqué que me apetecía salir del mundo corporativo y buscarme la vida compaginando muchas cosas. Ahora ejerzo de consultor, colaboro para The Objective, doy clases y conferencias, escribo libros…»

La rabieta de Vitalik Buterin

En el último, Criptomonedas. La revolución de los activos digitales, cuenta que Ethereum nació de una rabieta.

«Como aficionado a […] World of Warcraft, [Vitalik Buterin] sufrió en sus carnes cómo los desarrolladores del juego eliminaban los poderes de uno de los personajes que más utilizaba» y se rebeló contra «los sistemas centralizados y su capacidad de veto». A partir de la tecnología blockchain, diseñó la plataforma sobre la que hoy operan «bases de datos, servicios financieros, organizaciones autónomas, juegos, redes sociales y otras aplicaciones […] buscando siempre descentralizar el poder y proteger la privacidad».

«Resulta evidente», añade Ronco más adelante, «que los modelos centralizados han fallado», y no solo a los aficionados a World of Warcraft.

Hay que quitar el dinero al Gobierno

Está, para empezar, la inflación.

«Creo que es objetivo decir que el dinero fiduciario no es una buena forma de reserva de valor», argumenta. «No digo que no existan razones de peso para llegar a donde hemos llegado [el IPC de la UE cerró en el 9,17% el año pasado]. Había que ampliar la base monetaria para atender las urgencias sociales. Me refiero a largo plazo. El euro no está funcionando como sistema de ahorro».

En el libro recuerda una demoledora cita de Friedrich Hayek: «No creo que volvamos a tener un buen dinero hasta que se lo quitemos al Gobierno de las manos».

La ineficiencia bancaria

El segundo gran reproche de Ronco tiene que ver con la banca.

«Es tremendamente ineficiente». Mientras con bitcóin, que es la criptomoneda más lenta, realizas una transferencia a cualquier rincón del planeta en 10 minutos, la infraestructura de SWIFT que usan la mayoría de las instituciones puede tardar dos días.

Por no mencionar las comisiones.

La banca comercial necesita una extensa red de sucursales y debe repercutir esa inversión en sus servicios. «Para enviar», denuncia Ronco en el libro, «1.000 euros a una cuenta estadounidense», una entidad tradicional te exige entre «el 0,6% y el 0,7% del importe y con un mínimo de 30 o 40 euros». El protocolo Ripple ejecuta «esa misma transacción en cinco segundos y a un coste de 0,0002 euros. Dos días versus cinco segundos; 30 euros versus menos de un céntimo».

«La diferencia es abismal», dice, «y deja un poco en papel mojado la propuesta de valor de un banco».

El trilema de las criptomonedas

Ninguna tecnología es, por supuesto, perfecta.

Para que un medio de pago tenga éxito, debe operar muy deprisa. Visa valida, por ejemplo, decenas de miles de operaciones por segundo, mientras que Bitcoin no llega ni a siete y, para mejorar ese rendimiento, hay que limitar los nodos necesarios para autorizar cada transacción, lo que reduce a su vez la descentralización y la seguridad.

«Es lo que se llama el trilema de la blockchain», explica Ronco.

Necesitas conjugar tres propiedades: escalabilidad (o capacidad de gestión), descentralización y seguridad que no son perfectamente compatibles, con lo que «nunca puedes alcanzar niveles óptimos en las tres». Si quieres velocidad de pago, debes sacrificar seguridad y, si quieres descentralización, no puedes ser rápido.

«Hay que buscar el equilibrio entre una cosa y otra».

Los bancos centrales entran en juego

El trilema impide disponer del modo de pago ideal, que sería fiable y desintermediado, como el bitcóin, y ágil, como Visa.

Así y todo, blockchain aporta soluciones mucho más eficientes que las convencionales, como hemos visto con Ripple y las remesas, y eso ha hecho que la adopción de la tecnología se haya vuelto imparable. Las últimas en subirse al carro han sido las propias autoridades monetarias, algo que a Ronco le «da miedo».

«Las divisas digitales emitidas por los bancos centrales [CBDC, por sus siglas en inglés] son dinero programable y, en principio, eso ofrece muchas ventajas».

Para estimular el consumo a corto plazo, se pueden emitir billetes que caduquen en una fecha concreta. Como reconoció el director del Fondo Monetario Internacional, Bo Li, el gasto «puede orientarse con precisión» para que sus beneficiarios lo destinen a aquello para lo que se les ha concedido. El pobre del supermercado ya no podrá comprarse un brik de vino con nuestra limosna.

En manos del Estado, esta capacidad abre la puerta a toda clase de abusos.

Un precio exorbitado

En China ya ha empezado a pasar.

«A algunos ciudadanos que se saltaron el confinamiento, les han paralizado las cuentas». Antes, si al Partido Comunista no le gustaba lo que decías en las redes, te impedían viajar en el AVE o volar o alojarte en determinados hoteles. Ahora, con el yuan electrónico, «el bloqueo puede ser total».

Es verdad que China no es una democracia, pero en Occidente haríamos mal en confiarnos.

«Christine Lagarde, la presidenta del Banco Central Europeo, ha admitido que una CBDC europea no podrá tener la privacidad de los billetes físicos, porque hay que combatir el blanqueo de capitales y el terrorismo, pero desvelar dónde me bebo yo un café para que no se trafique con armas me parece un precio exorbitado».

De momento, no sabemos en qué se concretará el proyecto del euro digital, pero «las pistas indican que podría convertirse en la herramienta de control social definitiva».

Las pirámides se visten de cripto

No todo es negativo, no obstante, en esta injerencia pública.

«Está bien que se regule», apunta Ronco, «que se realicen auditorías y que se vele por la liquidez de los proyectos». La falta de controles había propiciado que se abusara de muchos incautos. «Ese joven que ve una criptomoneda con nombre de perro y luego oye a no sé qué youtuber decir que se ha hecho millonario gracias a ella… Las pirámides de toda la vida se han vestido de cripto».

Y concluye: «Es un mercado por el que hay que saber navegar».

No me cabe la menor duda, pero la suerte también ayuda a los audaces, como el colega de la Guindalera que compró un bitcóin en 2011. Varios años después, durante una de esas típicas reuniones navideñas, se acercó a mi hermano, que a la sazón era CEO de una multinacional, y le dijo: «Oye, tú que entiendes de inversiones, ¿qué podría hacer yo con 15.000 euros que he ganado de la manera más tonta?».

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