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La otra cara del dinero

Bitcóin cumple 15 años: ¿Qué queda de aquel sueño de un dinero del pueblo para el pueblo?

Bitcóin podría llevarnos a un mundo en el que los bancos centrales y los Gobiernos se inmiscuyen mucho más en nuestras vidas, alerta el experto Eswar Prasad

Bitcóin cumple 15 años: ¿qué queda de aquel sueño de un dinero del pueblo para el pueblo?

El dólar puede digitalizarse, pero nada indica que vaya a ser sustituido como reserva fundamental de valor en los próximos años. | TO

El 31 de octubre de 2008, un desconocido Satoshi Nakamoto colgaba en una lista de correo «Bitcoin: A Peer-to-Peer Electronic Cash System», un artículo en el que desvelaba cómo crear un sistema de pagos entre iguales.

«Es el mayor cambio [en las finanzas] desde los Médici», explica John Lanchaster en la London Review of Books. «Banca sin bancos, dinero sin dinero».

En 2016 incluso se promovió la candidatura de Nakamoto al Nobel, pero se trata de un seudónimo y, como la Real Academia de las Ciencias de Suecia alegó, el galardón no se otorga a alguien que es «anónimo o ha fallecido».

Nakamoto no ha mantenido oculta su identidad por capricho.

Forma parte de la comunidad de los cypherpunks, un movimiento que pretende proteger la privacidad de las personas mediante la criptografía. «La idea de migrar hacia un mundo más descentralizado», escribe Désirée Jaimovich, «donde el poder no estuviera en manos de unos pocos, sino en la sociedad […] es uno de los conceptos básicos de [esta] filosofía».

Una tecnología genial…

A punto de cumplirse los 15 años de su lanzamiento, ¿dónde estamos?

En una conferencia impartida en el Banco de la Reserva Federal de San Luis, Eswar Prasad, catedrático de la Universidad de Cornell, señala que el invento de Nakamoto te permite, efectivamente, operar sin desvelar quién eres ni depender de un intermediario financiero.

Pensemos en el cafelito de media mañana.

Cuando pasan nuestra tarjeta por el datáfono, la entidad emisora comprueba que disponemos de fondos (o de crédito), autoriza la operación y, a continuación, actualiza nuestro saldo y el del dueño del bar.

Ahora probemos a pagar con una criptodivisa.

La propia comunidad de internautas se encarga de validar la transacción y anotarla en un registro digital (la cadena de bloques o blockchain), donde queda grabada a perpetuidad. Eso impide que un listo emplee el mismo bitcóin para varias compras.

«Se trata de una tecnología genial», escribe Prasad. «Solo tiene una pega. No funciona».

…pero poco ágil y cara

Para empezar, el procedimiento es muy lento.

El artículo de Nakamoto establecía una generación de bloques «cada 10 minutos», lo cual no es precisamente sinónimo de instantáneo. Por ponerlo en contexto, Visa procesa unas 1.700 transacciones por segundo.

Si se tiene prisa, se puede optar por una tarifa especial, pero entonces el sistema se vuelve tan prohibitivamente caro que ríete tú de las comisiones de las tarjetas. «Lo más probable», dice Prasad, «es que la taza de café se enfríe en mis manos antes de que pueda completar el desembolso».

Bitcóin es, en suma, poco práctico como medio de pago y por eso ha acabado convertido en un vehículo de especulación.

La verdadera revolución…

La tecnología subyacente, no obstante, sí que ha cambiado para siempre el panorama.

Ahora mismo, si alguien entra en Goldman Sachs o Morgan Stanley con un par de millones de euros en el bolsillo, los empleados saltarán alborozados como caniches a su alrededor. Si únicamente lleva 10.000, probablemente lo reciban con una embarazosa sonrisa antes de indicarle educadamente la puerta de salida.

La desintermediación ha vuelto, sin embargo, viable «la prestación de servicios que hasta ahora no lo eran».

Y esta caída de los costes ha arrojado al negocio a multitud de pequeños actores que no solo compiten con los bancos tradicionales por su clientela, sino que la han ampliado a sujetos que hasta ahora habían sido ignorados, como el señor de los 10.000 euros.

…y sus consecuencias indeseables

Qué bueno, ¿no? Desde luego.

Los pagos internacionales, que siempre habían sido una lata, se han agilizado. Los emigrantes envían ahora sus remesas más rápida y fácilmente. Las pymes han visto asimismo facilitado su acceso al capital internacional, y los ahorradores pueden diversificar sus carteras.

Todo esto no carece, sin embargo, de contrapartidas.

Hemos visto, dice Prasad, cómo se ofrecen productos a personas que no los entienden del todo y que asumen muchos más riesgos de los que les convendrían. Y pensemos en los países emergentes. Las fuertes sacudidas que ya sufrían cada vez que los mercados cambiaban de humor amenazan con volverse ahora más intensas y frecuentes.

Irrumpen los bancos centrales…

Si la digitalización es tan peligrosa, ¿por qué los bancos centrales de todo el mundo estudian lanzar sus propias criptodivisas o CBDC (Central Bank Digital Currency)?

Los anima una necesidad social, señala Prasad.

Incluso en Estados Unidos, alrededor del 5% de los hogares sufre algún grado de exclusión financiera. «Usted y yo podemos utilizar fácilmente Apple Pay o Google Pay», escribe. «Pero estas aplicaciones necesitan vincularse a una cuenta bancaria o a una tarjeta. ¿Qué pasa con los que no tienen ni la una ni la otra?»

Una CBDC llegaría allí donde la banca comercial no se atreve. «En un país como Bahamas, que ha emitido el primer CBDC nacional, el dólar de arena, este ha sido por lo visto el principal motivo».

…y detrás vienen los políticos

Aquí también existen, sin embargo, efectos secundarios.

Si el sector público empieza a ofrecer los mismos servicios que el privado, este corre el riesgo de desaparecer. Y la red de bancos comerciales sigue siendo muy importante. Crea crédito. La desintermediación radical no es aconsejable.

Y está luego la cuestión de la libertad.

Piensen, por ejemplo, en nuestro ministro de Consumo, Alberto Garzón. En lugar de desincentivar el consumo de carne o de alcohol o de azúcar con campañas publicitarias, podría impedir que estos artículos se pagaran con la CBDC del Banco de España.

¿Ciencia ficción?

En China, la calidad crediticia no se determina atendiendo exclusivamente a variables económicas, como la cuantía de la nómina del prestatario o su historial de pagos. Los ciudadanos «indignos de confianza» no pueden acceder a escuelas privadas y ven su movilidad reducida. La propia Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma alardeaba en 2019 de que había impedido a 26,86 millones de personas que contrataran billetes de avión «debido a su deshonestidad».

¿Y qué entienden las autoridades por honestidad?

«En Xinjiang», cuenta la activista de Freedom House Sarah Cook, «se ofrecen recompensas monetarias a quien facilite información sobre las prácticas religiosas de los uigures». O a los matrimonios que tengan «un hijo en las fuerzas estacionadas en Tibet». O a quien convenza a un miembro de Falun Gong de que «se transforme».

El final de la escapada

Hemos entrado en una era muy interesante de competencia financiera, reconoce Presad, pero «la reserva fundamental de valor va a seguir siendo la moneda fiduciaria».

La promesa del bitcóin como «dinero del pueblo para el pueblo» no parece que vaya a materializarse. Se ha revelado demasiado inestable. ¿Quién puede fiarse de una moneda que sube el 300% un año y se desploma al siguiente un 70%? La alternativa son las stablecoins, cuya cotización está respaldada por un activo sólido, «normalmente el dólar estadounidense».

Lo que nos arroja de nuevo en los brazos de la Reserva Federal.

«De hecho», concluye Prasad, «podríamos acabar con una centralización» mucho peor: «un mundo de divisas digitales en el que los bancos centrales, los Gobiernos y las principales instituciones financieras y no financieras se inmiscuyen mucho más en nuestras vidas».

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