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José García Domínguez

El ayusismo, o Madrid como hecho diferencial

«Madrid ha empezado a salirse cada vez más de las clasificaciones socioeconómicas nacionales por todas partes, tanto por arriba como por abajo»

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El ayusismo, o Madrid como hecho diferencial

Manuel Bruque | EFE

Ayuso, ese verso suelto que arrasa en las urnas del Distrito Federal, se parece cada vez menos al PP de Génova no porque solo ella en el cercado de la derecha ose dar la célebre batalla ideológica, asunto que nadie sabe muy bien en qué consiste más allá de alumbrar tuits algo provocadores con juvenil desparpajo y lanzar al aire ingeniosas puyas retóricas contra el flanco izquierdo del escenario. Esa apisonadora electoral, Ayuso, se parece cada vez menos al PP nacional por una razón bien distinta, a saber: porque Madrid, su hábitat natural, se parece cada vez menos a España. Y el PP, agrade o no a su muy madrileña facción liberal libertaria, no puede dejar de ser un partido español. Al cabo, Madrid se puede entender perfectamente sin Ayuso, pero Ayuso no se entiende sin Madrid. Dos simples datos estadísticos resultan más que suficientes para captar los rasgos tan excéntricos que retratan al vivero sociológico que hay detrás del imparable ciclón Ayuso.

Porque, y del cambio de siglo a esta parte, Madrid ha empezado a salirse cada vez más de las clasificaciones socioeconómicas nacionales por todas partes, tanto por arriba como por abajo. Esa novísima extravagancia solipsista del centro geográfico peninsular en relación a las periferias es lo que, a la postre, lleva a entender la enorme popularidad entre los suyos de la presidenta madrileña. Madrid, sí, se sale por arriba. Los salarios en la capital y su gran corona metropolitana ya son ahora mismo superiores en un 30% no a la media española, que queda mucho más distante aún, sino a las retribuciones promedio que se dan en Valencia y Sevilla, dos de las capitales más grandes del país. Pero es que Madrid también se sale por abajo. Según todas las mediciones al respecto, la desigualdad de rentas en Madrid resulta ser notablemente superior a la que se observa en el resto de España. Tantos lustros dándole vueltas y más vueltas a la noria del hecho diferencial catalán para terminar descubriendo, y no sin alguna perplejidad, que el verdadero hecho diferencial que cabe observar a estas horas en España se llama Madrid. Y cuando un lugar se torna muy distinto, su política, más pronto o más tarde, también acaba deviniendo muy distinta.

Madrid es hoy la gran incubadora peninsular de las nuevas clases medias emergentes, las insertadas laboralmente en los sectores económicos de alto valor añadido que, al igual que viene ocurriendo en el resto del mundo desarrollado, tienden a aglomerarse, y de modo exclusivo y excluyente, en las grandes capitales, con preferencia en las más emparentadas con los centros de decisión política nacionales. Pero esa tendencia hoy universal también se manifiesta en Dinamarca, Suecia o Noruega. Sin embargo, nada remotamente parecido al huracán Ayuso ha hecho acto de presencia en ninguno de los centros políticos y económicos de referencia de esos tres iconos canónicos del Estado del bienestar. Bien al contrario, el equivalente sociológico nórdico al Madrid de las piscinas, que diría Jorge Dioni, sigue votando con disciplina militante a la vieja socialdemocracia clásica de toda la vida.

Allí, en el norte rico, deciden la partida por norma unas clases medias y medias altas dispuestas a alinearse con partidos de izquierda que les prometen impuestos también altos. Y aquí, en el sur recién salido de los braseros, los sillones de skai y las máquinas de coser Singer, idéntica cohorte sociológica haciendo de Ayuso su particular Agustina de Aragón en la guerra contra la progresividad de los tributos estatales. Por lo demás, no resulta tan difícil entender esa asimetría, en apariencia chocante si se repara en que quien paga aquí, en España, el grueso de los servicios públicos del Estado del bienestar es la clase media. Y ello porque, a diferencia de lo que sucede en Suecia o Noruega, países donde los asalariados pobres constituyen una minoría de la población, en territorios como Madrid se da una enorme abundancia de trabajadores con bajos salarios, los mileuristas y menos que mileuristas, que no ingresan lo suficiente como para siquiera tener que pagar impuestos. El Madrid de las piscinas, las hipotecas a 30 años, los colegios concertados para los niños y los seguros sanitarios privados para la familia toda se entusiasma con Ayuso porque le toca pagar a escote un Estado del bienestar cuyos servicios universales ya no consume en gran medida. Y entender eso también es entender que su sitio, el de Ayuso, solo puede ser Madrid.

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