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Félix de Azúa

Una lección

«Jorge Bustos ha dedicado a las personas sin hogar un libro magistral, que será, sin duda, un hito del año; una lección de periodismo»

La peseta cultural
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Una lección

Jorge Bustos. | The Objective

Todos los hemos visto, sin verlos. Sabemos de su existencia, pero los ignoramos. Son restos del naufragio urbano que flotan, como pecios, en el océano de la indiferencia. Solemos avistarlos de noche, envueltos en mantas y tumbados sobre cartones. Los de mi barrio tienen tomados los portales de tres bancos, un magnífico contraste entre la miseria y la opulencia. Estoy hablando, claro está, de las personas sin hogar (psh, desde ahora) a quienes Jorge Bustos ha dedicado un libro magistral, una lección de periodismo.

Él mismo ha contado que todo empezó cuando, tras comprar un piso, se topó con estos restos del naufragio esmaltando algunas esquinas y bancos de la zona en infrecuente profusión. La abundancia se debía a que allí tiene su sede el CASI, Centro de Acogida San Isidro, una institución dedicada al amparo de los más débiles. Despertada la curiosidad de Bustos, pasó dos años investigando y ha publicado un libro que será, sin duda, un hito del año, porque sabemos más de cualquier centro asistencial de Nigeria que sobre nuestro CASI.

El centro de acogida madrileño, fundado en 1943, es el más antiguo y el más grande de España. Aloja a 243 psh y hay otros 60 que comen y cenan allí, pero desaparecen en cuanto anochece porque estas son criaturas nocturnas. En Madrid duermen a la intemperie todos los días más de mil personas y muere uno de ellos cada semana. Puedes pasar una noche a la intemperie, pero si es una semana estás en grave peligro de no volver a la vida normal. Al cabo de un mes, han perdido el habla, y al no poder expresarse, no son capaces de convertirse en víctimas.

Como escribe Bustos con incisiva inteligencia: «Los pobres sirven para varias cosas. Se puede hacer una revolución en su nombre, por ejemplo. La historia registra muchas así, aunque sus autores rara vez eran pobres y los pobres rara vez mejoraron su condición una vez completado el épico vuelco» (p. 187). Ahora bien, en tiempos de paz los pobres son la mercancía de aquellos partidos que trafican con la pobreza (ajena) y la construcción de víctimas. Estos mercaderes de la bondad, sin embargo, no pueden aprovecharse de las psh porque no hablan, tienen muy mala imagen, son incapaces de presentarse como víctimas de nadie, y los progresistas no pueden alardear de bondadosos con ellos.

En cambio, Bustos los rescata, les devuelve la palabra, les pone rostro y sobre todo cuenta sus desdichadas vidas como los antiguos moralistas contaban historias dramáticas, para que nos enteremos de que son como nosotros y nadie está a salvo de convertirse en uno de ellos en cualquier momento. Porque los psh son de todo tipo, hay un torero que fue chef con Arzak, una mujer que había diseñado y vendido joyas en comercios de lujo, un profesor de historia del arte de la Universidad de Salamanca, un pintor de éxito que aún ahora expone sus telas hiperrealistas, en fin, nada nos protege de caer en el círculo infernal de la miseria.

«Cada una de las vidas que resucita Bustos merecería una novela. No sólo los acogidos, también los que allí trabajan»

La entrada en el infierno es casi siempre igual. Bustos lo dice así: «Alcohol, drogas, juego, engaño familiar, maltrato, deudas, paro, abandono y calle» (p. 47). De todas las causas y desdichas, la principal es el alcohol. Un número elevadísimo de acogidos son alcohólicos y es casi imposible hacerles abandonar la bebida. Se les puede moderar, proteger de los delirios, de los comas etílicos, de la demencia, pero hay muy pocos casos de recuperación completa. La doctora Maruye, peruana de origen, es uno de los valerosos personajes que trabajan salvando vidas y está desolada porque se le mueren dos acogidos al mes, pero se le ilumina la cara cuando recuerda a uno que logró salvarse. Uno en cinco años.

Cada una de las vidas que resucita Bustos merecería una novela. No sólo los acogidos, también los que allí trabajan, incluidas cinco ancianísimas monjas. Aunque hay una gran diferencia entre los hombres y las mujeres que han ido a dar allí. «Toda mujer que haya dormido un tiempo a la intemperie ha sido agredida o violada o ambas cosas» (p.27). La vida de las mujeres acogidas es singularmente terrible.

En los últimos tiempos va creciendo el número de acogidos de otras nacionalidades. La emigración está llenando los centros de asistencia. Y aunque parezca increíble, en el CASI hay ya 90 nacionalidades diferentes. Además, los inmigrantes son cada vez más jóvenes debido a la enorme cantidad de menores que llegan a nuestras costas ellos solos, sin la menor compañía. Es muy simpático averiguar que no se gastan el dinero en drogas o alcohol, sino en ropa.

Jorge Bustos es un hombre joven de 42 años, pero ya es un maestro. Nos esperan muchos libros suyos en el futuro y todos tendrán la fuerza de su talento y su honradez. He aquí cómo se despide, en las últimas páginas, para justificar modestamente su trabajo: «Mantener vivo lo particular frente a las generalizaciones de la ideología: esta es la humilde batalla en la que hay que comprometerse» (p.189). En efecto, ese es el compromiso y esa es la única verdadera vocación de un escritor de talento.

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