THE OBJECTIVE
Daniel Ramirez Garcia-Mina

Una sonrisa difícil de esbozar

“Stop ebola” pide un niño con un cartel. Que paren este infierno, quiere gritar esa inocencia diminuta que desde que llegó a la vida solo ha visto muerte. Porque esto no para, y si sigue así (por ahora nada parece apuntar a lo contrario) esta criatura habrá vivido más años en el infierno que en el cielo.

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Una sonrisa difícil de esbozar

“Stop ebola” pide un niño con un cartel. Que paren este infierno, quiere gritar esa inocencia diminuta que desde que llegó a la vida solo ha visto muerte. Porque esto no para, y si sigue así (por ahora nada parece apuntar a lo contrario) esta criatura habrá vivido más años en el infierno que en el cielo.

El ébola no tiene tratamiento. Cuando parece que un suero funciona, desaparece, como por arte de magia, y el virus, como el peor de los vampiros, acaba con la sangre de todos, de noche y de día. Las calles del cuerno africano se han convertido en un lugar todavía menos seguro, donde los que están obligados a vivir en forma de castigo son acorralados por un aire, una saliva, una sangre que esconden al mismísimo demonio.

Ébola, cinco letras que nada significaban y que ahora lo dicen todo. Un sonido que se torna en terror conforme van cayendo los cuerpos. Porque es imposible imaginarlo. Las palabras y las cifras llegan a Europa, pero esa cárcel sin barrotes que va ahogando los corazones es una sensación que cuando intenta gritar es tapada por el rugido de las olas y el batir de los océanos.

“Stop ebola” pide un niño con un cartel. Que paren este infierno, quiere gritar esa inocencia diminuta que desde que llegó a la vida solo ha visto muerte. Porque esto no para, y si sigue así (por ahora nada parece apuntar a lo contrario) esta criatura habrá vivido más años en el infierno que en el cielo. Los días irán contribuyendo a que olvide esa sonrisa africana que solía rugir en forma de música, de brincos alegres, de un sol que siempre es recibido con la esperanza de poder tener que dejar de pensar en esperanza, de tener una alegría basada en el presente, sin la obligación de agarrarse a un “ya llegará”.

Quizá el chico que sostiene la pizarra sea el escritor del mensaje. A muchos de ellos les hubiera encantado hacerlo. Esa mayoría silenciosa que se esconde tras un cartel diminuto sueña con blindar su cuerpo, con hacerlo impermeable, para que puedan seguir pidiendo al ébola que pare, para que puedan seguir mostrando la esperanza africana dibujada en una sonrisa que cada vez es más difícil de esbozar.

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