THE OBJECTIVE
Carlos Mayoral

Aitana ha escrito un libro

Aitana ha escrito un libro. Sí, llevo unos días dándole vueltas al verbo con el que habría de titular este texto: Aitana ha publicado un libro, Aitana ha firmado un libro, Aitana ha patrocinado un libro, Aitana ha prestado su imagen para un libro…

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Aitana ha escrito un libro

Aitana ha escrito un libro. Sí, llevo unos días dándole vueltas al verbo con el que habría de titular este texto: Aitana ha publicado un libro, Aitana ha firmado un libro, Aitana ha patrocinado un libro, Aitana ha prestado su imagen para un libro… Finalmente me he decidido por el verbo «escribir», a pesar de que no pasa un solo día sin que éste se devalúe, pero qué puedo hacer si ha sido ella misma quien lo ha utilizado para explicar el proceso de creación de la obra: según la autora, ella se expresa muy mal, con faltas de ortografía y no sé qué otras cosas, pero gracias a una ‘coach’ literaria ha conseguido escribir esta especie de poemario. Así que nada, si ella lo dice, pues lancémonos: Aitana ha escrito un libro.

Dicho esto, quiero dejar claro ya de primeras que no voy a hacer sangre literaria del producto. Supongo que ya todos, incluida ella, sabemos a qué público va dedicado el asunto, y es obvio que no ha venido al mundo de la lírica para robarle adeptos a Gimferrer. Tampoco voy a hacer sangre con la edición del libro, pues una empresa editorial no deja de ser un negocio y sólo junto a la rentabilidad del mismo puede subsistir. Aitana es una joven que convierte en oro todo lo que toca y esto contempla incluso el sector editorial, que no es precisamente un mundillo donde abunde el metal áureo. Me parece bastante lógico que alguien decida aprovecharse del tirón y lo convierta en estrofas, versos, palabras, letras, fonemas o lo que sea que haya entre las páginas del libro de Aitana.

El único problema que veo aquí es: ¿adónde se dirige el mundo de las letras? Hasta hace no muchas décadas, todos aquellos que lo rodeaban, es decir, escritores, editores, correctores, traductores, ilustradores e incluso lectores, sabían que estaban entregando su vida a cambio de una actividad ruinosa. Un escritor miraba la nevera el día 20 del mes en curso y la encontraba vacía, sí, pero se consolaba pensando: si Cervantes murió de hambre, ¿qué importa que lo haga yo? Se puede decir que en aquel entonces, desde el lector hasta el escritor pasando por el mecenas, todos sabían que su actividad sólo encontraba el sentido en un concepto: prestigio. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, el mundo de los libros se ha topado con la novedad: oiga, fíjese, que este asunto puede atraer dinero. Aquí comienza el dilema, porque uno se va dando cuenta de que a menudo el dinero y el prestigio se colocan en extremos distintos de la balanza, y que cada vez es más necesario colocar más peso en el extremo del peculio editorial para mantener la romana erguida.

Pero, en fin, siempre nos quedarán los versos que algunos muertos de hambre (a los que no les importó cambiar penurias por placer artístico) clavaron para siempre en las paredes de la literatura universal. Disfruten al menos de esa atemporalidad que, me temo, no tendrán los versos de Aitana.

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