THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Enamoramientos especulares

«Idea Vilariño aprende muy pronto que la verdad e intensidad de su poesía amorosa están ligadas a la negación de Onetti, a su distanciamiento, a su indecisión continua»

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Enamoramientos especulares

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Ocurre con la literatura que para dialogar con ella de forma pública parece necesario un pie, un enlace a otra cosa extraliteraria. Los centenarios son (o eran) el recurso más manido. Otro son las reivindicaciones, militantes o no, cada vez más frecuentes. Tanto que no parece que vivamos en una democracia y haya libertad de mercado. Pero presentarse sola, la literatura sólo lo hace cuando es novedad o un premio con eco. Si no, permanece celebrándose con sus lectores habituales, que son los que son y no hay más aunque sea legítimo buscarlos. Hay un poema de Ezra Pound perteneciente a su segundo libro de poemas, Personae, que siempre me ha gustado mucho. Dice así: ‘Reúno estas palabras/ sólo para cuatro personas./ Por ti lo siento, oh mundo/ tú no conoces a esas cuatro personas.’ Algo así dice el poema de Pound y he vuelto a pensar en él ahora que se cumple el centenario del nacimiento de una gran poeta, la uruguaya Idea Vilariño, o la mujer que mejor ha escrito sobre el amor inacabado y no correspondido del todo.

El enamoramiento habita un país que no es real y es conocida la relación amorosa que mantuvieron el escritor Juan Carlos Onetti y la poeta Idea Vilariño. Tanto como la mantenida por el poeta Pedro Salinas y la norteamericana Katherine Whitmore. Onetti y Salinas estaban casados y ninguno de ellos abandonó a su mujer por su amante. Su historia provocó en Salinas tres libros de poemas, los más conocidos y celebrados: La voz a ti debidaRazón de amor y Largo lamento. La de Idea Vilariño le dejó varios libros, especialmente Nocturnos Poemas de amor. Por su parte, Onetti y Whitmore dejaron abundante literatura epistolar con sus amantes mientras la historia duró.

Estos libros de Salinas –especialmente La voz a ti debida– eran leídos por los jóvenes españoles de ambos sexos a finales de los 50, principios de los 60, junto con los 20 poemas de amor y una canción desesperada, de Neruda. Formaron, pues, parte esencial de su educación amorosa, nacida –como los versos de Salinas– de entre las Rimas de Bécquer. Mi generación ya leyó, también, otras cosas y entre ellas, los versos de Vilariño o los sáficos de su compatriota más joven y exiliada en España, Cristina Peri Rossi, que no sólo bebía de Cavafis, Safo o Pierre Louys –por las canciones de Bilitis, digo– sino de la propia Idea Vilariño, más presente en distintas generaciones de lo que, en esta época de redescubrimientos, se cree. Y hablo de influencias y homenajes en otros versos.

Pero a lo que iba: resulta curiosa la relación especular entre ambos poetas –Salinas y Vilariño– y sus amantes y ese espejo tiene su razón de ser en la pasión no colmada, no abandonada después de ser saciada, con multitud de idas y venidas, adioses por un lado y por otro, y sin haber entrado nunca en la repetición, el cansancio, el tedio y sus reproches. Nada de eso hubo en ellos y tal vez por esto los versos de Vilariño son tan verdad como los de Salinas aunque la sentimentalidad del lenguaje de la uruguaya sea más moderna y radical que la del poeta del 27. Una verdad –la de la relación entre eros y creación– cuyos matices entendió perfectamente Katherine Whitmore quien, al ser recriminada por Salinas en un encuentro fugaz, se dice que le contestó: ‘¿no entiendes que tuvo que ser así?’ Salinas le reprochaba que lo hubiera abandonado y emprendido una vida ajena a él.

Idea Vilariño, en cambio, aprende muy pronto que la verdad e intensidad de su poesía amorosa están ligadas a la negación de Onetti, a su distanciamiento, a su indecisión continua. Y de ahí extrae su mejor fruto. Nadie ha dicho que amar no sea doloroso, al revés, y es lo que Vilariño sabe desde la relación con su propio cuerpo y la contemplación del deseo como una prolongación de ese mismo cuerpo. Los poemas que de ahí nacen conforman una cartografía perfecta del carácter totalitario del deseo. El mismo que le hizo a Salinas recriminar, años después, el abandono de Katherine Whitmore. El mismo que en la cama de la clínica, ya muriéndose, hizo que Onetti abrazara con fuerza y entre sollozos a Vilariño y ésta dijera después que debería haberse muerto en ese momento. Ella, justo antes que Onetti.

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