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José García Domínguez

El misterio de los camareros suizos

«Aquí, en España, acostumbramos por norma a interiorizar con algún retraso temporal los grandes cambios de tendencia en la doctrina dominante de los países punteros de Occidente»

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El misterio de los camareros suizos

Alberto Pezzali | AP

¿Por qué un camarero de sala que trabaje en un restaurante de calidad media en Sevilla gana un sueldo muy inferior a otro camarero de idéntica edad, similar pericia y pareja forma física que realice su labor profesional en un restaurante también de calidad media, pero sito en Berna, Suiza? Parece una pregunta trivial, absurda, incluso provocativa. Pero no es ninguna de las tres cosas, ni trivial, ni absurda, ni provocativa.

En los cursos introductorios a la Economía que se imparten en las universidades, a los estudiantes se les enseña que los salarios de la gente dependen de la productividad de esa misma gente; a mayor productividad del trabajador, mayor salario. Y eso explica de modo bastante razonable el que, por ejemplo, un obrero de la industria alemana de exportación gane más que un obrero de la industria española de exportación. En los productos que se venden en mercados internacionales y muy competitivos, es sabido, la empresa suele disponer de escaso margen para alterar los precios finales a su antojo. Así, si el alemán gana más, la razón de ello solo puede obedecer a que dispone de más y mejor tecnología para realizar su labor, lo que aumenta su productividad frente a la del español. Tiene lógica, sí. Pero los camareros suizos y españoles usan la misma tecnología, exactamente la misma, una bandeja redonda y metálica de color plateado. Ergo, su productividad en términos físicos tenderá a ser idéntica. Entonces, ¿por qué cobra bastante más el suizo?

En concreto, en 2018, hace un par de años, un camarero de sala suizo, y una vez corregido el efecto distorsionante provocado por la diferencia de precios internos entre España y Suiza, ganaba en torno a 29.500 euros al año, casi el doble de los 18.300 que, en promedio, ingresaba en el mismo año su equivalente español. El doble por hacer lo mismo. El asunto, ya se ha dicho, no es en absoluto baladí. Aquí, en España, acostumbramos por norma a interiorizar con algún retraso temporal los grandes cambios de tendencia en la doctrina dominante de los países punteros de Occidente. Y de ahí que la cuestión del salario mínimo interprofesional, el objeto de la trifulca ya abierta y pública entre los dos partidos de la coalición de gobierno durante los últimos días, siga siendo todavía una bandera exclusiva de la izquierda. Algo que no ocurre en Francia o en el Reino Unido, ni en casi ningún otro rincón rico de Occidente, lugares todos ellos donde las fuerzas políticas de la derecha conservadora han recuperado esa vieja figura que parecía ya destinada al olvido, el salario mínimo, para poner diques invisibles no a la desigualdad social, sino a la inmigración masiva extranjera, el genuino objetivo último de tales políticas. Tanto los democristianos alemanes como los conservadores británicos, al igual que la derecha holandesa y la francesa, llevan años promoviendo la elevación significativa de sus respectivos salarios mínimos nacionales como estrategia indirecta para frenar los flujos migratorios.

Se trata en todos los casos de desincentivar, vía salarios altos impuestos por ley, la creación de puestos de trabajo poco o nada cualificados, los mismos que en todas partes terminan ocupando los extranjeros con menor formación académica. Y funciona. No por casualidad Francia, país mucho más rico que nosotros y provisto de un Estado del Bienestar también mucho más desarrollado y generoso que el nuestro, fue elegido como destino final por muchísimos menos inmigrantes extracomunitarios que la España previa al siniestro total de 2008. Más de cuatro millones de ellos, recuérdese, prefirieron dirigirse a España, en lugar de recalar en el país vecino. En el mundo de aquí y ahora, salarios bajos es sinónimo de inmigración. He ahí la razón de que, salvo en esta España castiza de los retrasos crónicos, el salario mínimo sea hoy un estandarte de la derecha. Intuyo, por lo demás, que algún lector avisado estará recordando ya que en la legislación laboral suiza, igual que en la austriaca, no existe la figura del salario mínimo. No existe, cierto. Pero disponen de otro instrumento jurídico que, en la práctica, viene a ser lo mismo. Pues, al margen de las paralelas barreras estatales que limitan la posible competencia de los extranjeros, el camarero suizo gana más que el español porque el legislador suizo ha querido reforzar, y con ese fin, el poder de negociación sindical en los sectores laborales de baja cualificación. Sí, como nuestra reforma laboral. Solo que al revés.

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