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Argemino Barro

Eric Hoffer: el filósofo errante que entendió los fanatismos

«Hoffer ofrecía pistas sobre el despertar nacionalista que vivía el interior de Estados Unidos, y que acabó ganando la Casa Blanca»

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Eric Hoffer: el filósofo errante que entendió los fanatismos

Wikimedia Commons

Los intelectuales publican libros continuamente. La mayoría dejan una huella imperceptible, porque así es la vida, y acaban enterrados en las catacumbas de alguna biblioteca universitaria. Pero a veces sale un libro que sigue vigente 50 o 500 años después de su concepción; un texto cuyas frases y párrafos recuerdan a las piedras ovaladas de un riachuelo, pulidas mil veces por la técnica del artesano, tan acabadas como las verdades aparentemente imperecederas.

Quizás sea este el caso, aunque solo sea por la variedad y categoría de sus admiradores, de El verdadero creyente, pequeño clásico de Eric Hoffer publicado en 1951. Una serie de reflexiones sobre la naturaleza de los movimientos de masas, ya sean religiosos, nacionalistas o revolucionarios: desde la fase «vigorosa», en la que buscan derribar un presente que desprecian, hasta la fase institucional; desde las motivaciones de los creyentes, personas incompletas que se funden y anulan en un ente colectivo, a las de sus oportunistas líderes.

El responsable de dar a Hoffer su empujón inicial fue el presidente Dwight Eisenhower. El exgeneral, que había vencido a los ejércitos del movimiento de masas más siniestro de la historia, se enamoró de El verdadero creyente y no dejaba de recomendárselo a todo el mundo. Varias décadas más tarde, Bill y Hillary Clinton releían juntos el libro en época de campaña. La candidata, en 2016, se lo mandó leer a sus lugartenientes; Hoffer ofrecía pistas sobre el despertar nacionalista que vivía el interior de Estados Unidos, y que acabó ganando la Casa Blanca.

No se trata de un trabajo exhaustivo, como nos recuerda el propio Hoffer al principio, sino de un compendio de cavilaciones personales. Sus conclusiones no están fundadas en encuestas y datos estadísticos, sino en la variedad de sus experiencias personales y en las lecturas que fue destilando en pequeños aforismos, en sus muchas libretas. La consecuencia es mixta. Por un lado, claro, hay que tomarse el texto con cautela; no estamos ante los rigores del trabajo universitario contemporáneo; por otro, Hoffer tiene la libertad de hablar claro y se permite el lujo de sintetizar, o esa es la idea, las más hondas e inmortales esencias humanas.

«A no ser que un hombre tenga los talentos para llegar a algo, la libertad es una carga molesta», dice el autor, crudísimo en sus conclusiones, de los potenciales fanáticos. «La esperanza liberada por la vívida visualización de un futuro glorioso es la fuente más potente de atrevimiento y auto-olvido – más potente que el tácito desprecio del presente».

El impacto de Hoffer en la opinión pública fue aumentado por su curiosa biografía, errabunda y envuelta en el misterio. Si Hoffer no escribe como un periodista o un profesor universitario, sino como un profeta huraño del Antiguo Testamento, es porque su vida tuvo las características de la maldición y de la epopeya.

Grandote, gruñón y con las manos llenas de cicatrices, Hoffer sostenía haber nacido en el seno de una familia de inmigrantes alemanes del Bronx, en 1902. Su personalidad independiente se habría gestado en las pruebas de la niñez. Hoffer contaba que, a los cinco años, cuando ya sabía leer en inglés y en alemán, se cayó por las escaleras estando en brazos de su madre. Ella murió al poco tiempo y él perdió la vista, hasta que un día, en la adolescencia y sin ninguna razón conocida, recuperó la visión.

«No fui a la escuela. Fui prácticamente ciego hasta la edad de 15», recordaría el filósofo, como si tendiese un puente invisible con el bardo Homero. «Cuando mi visión volvió, fui atrapado por un hambre enorme de palabra escrita. Leía indiscriminadamente cualquier cosa que tuviera a mano, en inglés y en alemán».

Durante la Gran Depresión, Hoffer se marchó a la Costa Oeste a desempeñar todo tipo de trabajos itinerantes. Fue vagabundo, bracero, buscador de oro y, finalmente, estibador en el muelle de San Francisco. El autor repartía su tiempo entre el trabajo y las bibliotecas; la fiebre de la lectura jamás lo abandonó, y en 1951, frisando ya la cincuentena, publicó su primer libro: el que luego llegó a manos de Eisenhower.

Incluso cuando alcanzó la fama, Hoffer se negó cambiar su vida de monje guerrero. Obtuvo un puesto de profesor en la Universidad de Berkeley y a veces salía en los medios. Pero continuó viviendo en una pensión del barrio chino de San Francisco, donde no tenía ni teléfono ni televisión, y muchas veces no aceptaba recados.

La vida de Hoffer solo es comprobable a partir del momento en que logra la fama. Todo lo que vino antes, especialmente su infancia y adolescencia, depende únicamente de su palabra, de las historias contradictorias y extrañas que fue contándole a sus entrevistadores en la edad madura.

Según Tom Bethell, autor de la biografía Eric Hoffer: The Longshoreman Philosopher y miembro del think tank conservador Hoover Institution, donde reposan los papeles del filósofo, ni siquiera está claro que Hoffer naciera en Estados Unidos. Resulta curioso, por ejemplo, que hablase toda su vida con un marcado acento alemán. Una hipótesis nada desdeñable es que Hoffer, en realidad, nació en Alemania, que inmigró a EEUU en algún momento de su juventud y que jamás obtuvo un estatus legal. Es posible incluso que fuera cuatro años más viejo de lo que decía ser. Su «huella» americana empieza a perfilarse vagamente en 1934.

El verdadero creyente ha tenidos muchas juventudes. En la Guerra Fría solía alertar sobre los encantos de la ortodoxia comunista; a partir de 2001 fue recuperado con intención de entender la mentalidad de los yihadistas; desde 2016,  ha sido citado miles de veces en el contexto del trumpismo.

El libro fue reeditado en 2017 como parte de la colección ‘Biblioteca de la Resistencia’, de la editorial Harper. ‘Resistencia’ es el nombre del colectivo oficioso de los opositores profesionales a Donald Trump: periodistas, comediantes e intelectuales que vivieron cuatro años de cultivar la indignación contra el demagogo.

Por si no quedase claro, la portada y la contraportada recogen citas de Hoffer que definirían perfectamente los truquitos del magnate. En la portada, más grande que el propio título del libro, se lee: «Los movimientos nacionalistas reviven o inventan memorias de la grandeza pasada» (es decir: Make America Great Again). Detrás: «El caos es su elemento. Cuando el viejo orden empieza a resquebrajarse, el fanático aparece con toda su fuerza y temeridad para catapultar el odioso presente hacia los altos cielos. Se regocija ante la visión de un mundo llegando a su repentino final».

Desde la derecha, El verdadero creyente se utiliza ahora para diseccionar la nueva doctrina ‘woke’ del «antirracismo», que se extiende desde las universidades al tejido institucional de Estados Unidos y que tuvo el verano pasado su momento de eclosión. Las protestas masivas en ciudades como Nueva York, los talleres de reeducación racial y las constantes cazas de brujas identitarias traslucirían muchas de las señales que refiere Hoffer en su libro.

A diferencia de los académicos, que suelen reforzar cada una de sus ideas en media docena de citas, como si notasen en el cogote la mirada despiadada de sus rivales, Hoffer, simplemente, dice las cosas. Por eso El verdadero creyente se parece más a las Meditaciones de Marco Aurelio, o a El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, que a Cómo mueren las democracias, pese a que esté mucho más cerca en el tiempo de este último, publicado en 2017.

Puede que algún día el clásico pierda su brillo y termine en una de esas bibliotecas subterráneas. Pero, de momento, el hecho de que lo lean y recomienden, a través de las décadas, la práctica totalidad del abanico de las ideologías políticas en Estados Unidos, solo puede ser un emblema de honor: una señal de respeto al filósofo errante.

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