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Alfonso Basallo

Casado, Ayuso y la cuadratura del centro

«El PP necesitará, sí o sí, la muleta de Vox. De forma que a Casado no le queda otra que hacer guiños a ese electorado tan radical, pero sin ‘descentrarse’ demasiado»

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Casado, Ayuso y la cuadratura del centro

Manuel Bruque | EFE

El viejo mantra de que las elecciones se ganan por el centro pasó de moda hace tiempo. Ya no estamos en 1982, cuando el PSOE de Felipe González llegó a la Moncloa con 10 millones de votos, tras despojarse de la pana obrera y afeitarse las barbas de Karl Marx con la navaja de Suresnes. Ni en 2000, cuando el PP de Aznar logró la mayoría absoluta, pero años después de haber «matado» freudianamente al padre (Manuel Fraga) y los resabios derechistas.

Ya no. Las crisis económicas, los 15-M, las pandemias, los populismos, la brecha ciudadanos-políticos, han sustituido el viejo turnismo por el multipartidismo, y el centro del espectro político no se sabe muy bien dónde está. En la última década hemos visto que Rajoy ganaba casi más por demérito de Zapatero, que por mérito propio; y Sánchez llegaba a la Moncloa, no por el centro sino por una esquina: el atajo de una moción de censura.

Pero Pablo Casado sigue aferrado al espejismo, ahora que ha quedado libre el caladero de votos de Ciudadanos, y que tiene a su derecha un partido montaraz y antisistema que le “centra”. Por eso ha reivindicado en la Convención de Valencia «un centro fuerte». Y se ha presentado arropado con un cartel transversal y anchuroso como el Amazonas: en una orilla Juan Carlos Girauta y Mario Vargas Llosa, referencias de Ciudadanos, y en la otra Aleix Vidal Cuadras, fundador de Vox. Y él, en el centro de la plaza.

Debe creer que la transversalidad, la equidistancia, la indefinición ideológica, la táctica camaleónica de confundirse con el paisaje aproximadamente socialdemócrata le va a permitir desalojar a Sánchez de la Moncloa. Si cree eso no sabe cómo es Sánchez y, lo que es peor, no saben cómo son los votantes del PP.

Por si le quedaban dudas, hay tiene el camino marcado en el bastión madrileño por Isabel Díaz Ayuso. Ni indefinida, ni descafeinada. Cogió por los cuernos al toro de la pandemia, al lograr el complicado equilibrio de proteger la salud sin descuidar la economía, y plantó cara al intervencionismo de Pedro Sánchez, dejándole en evidencia.  No escondió su ADN: liberal en lo económico -Madrid tiene la presión fiscal más baja y es la que más recauda-, conservadora en lo ideológico. Y ganó en las elecciones de mayo, logrando la carambola de echar de la política a Pablo Iglesias, y convirtiéndose en la estrella de la oposición.

Tiene personalidad, sabe lo que quiere, y le echa arrojo y audacia. Y su estilo y posición dentro del partido, evocan a Esperanza Aguirre -con menos clase sí, pero con no menos olfato político-. De ahí que su repliegue ante Pablo Casado, en la Convención de Valencia, quitándose de enmedio ( ‘Tengo claro que mi sitio es Madrid’) más que una adhesión pareció una cesión de protagonismo, porque todavía no toca plantear la batalla por el liderazgo. El «prieta las filas» huele a provisional, como si los roles del Boss y la telonera estuvieran cambiados. Porque la calle sólo percibe como líder a la segunda.

¿Cuál es la clave? Que Ayuso no busca contentar a nadie y Casado sí. Y por esa razón, Ayuso atrae a tantos y Casado no. No tiene problema la presidenta madrileña en comprar (algunas) propuestas de Vox, sin miedo al contagio. Casado, por el contrario, teme que le tachen de juntarse con los leprosos, y opta por hacer equilibrios en la cuerda floja de la equidistancia. Sobre todo en la batalla de las ideas, esa que en la Convención ha dicho que va a librar. Baste un ejemplo: está muy bien que pida al Gobierno que «saque sus manos de la educación» y que anuncie que derogará la ley Celaá; pero en lugar de retirar lisa y llanamente la Ley de Memoria Democrática, Casado quiere sustituirla por una Ley de Concordia. ¿Para qué? No hace falta una ley de concordia, porque ya existe, desde hace 43 años… se llama Constitución.

Queda aún mucho partido por jugar, con un rival astuto e incombustible como Sánchez, y un primer test en las elecciones andaluzas. Y el PP necesitará, sí o sí, la muleta de Vox. De forma que a Casado no le queda otra que hacer guiños a ese electorado tan radical, pero sin «descentrarse» demasiado, que le tienen vigilado los barones progres -con Feijoó en primer término-.

Complicado, eso de querer hacer honor a su apellido, casándose con todos.

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