THE OBJECTIVE
Cristina Casabón

El toreo es cultura

«La izquierda quiere amuermar a España a base de ideología. Quieren jóvenes desarraigados»

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El toreo es cultura

Juan Belmonte toreando. | Europa Press

Dicen algunos que los toros no son cultura. Esta semana el Gobierno ha aprobado un cheque cultural para los jóvenes que no incluye los toros. Yo propongo que sean los jóvenes los que decidan si los toros son cultura popular. Una forma de hacerlo es que se gasten la paguita en la biografía de Chaves NogalesJuan Belmonte, matador de toros.

Muchos habrán oído hablar de aquella apasionante rivalidad de la historia del toreo, desde 1913 a 1920 toda España era gallista o belmontista. Mi bisabuelo Francisco Andrés Henche era el cirujano titular en la plaza de toros de Talavera. La coincidencia quiso que la trágica muerte de su hijo Antonio, de cuatro años de edad, coincidiera ese 16 de mayo de 1920 con la muerte de Joselito. El bisabuelo Paco tenía que haber operado a Joselito el Gallo el día que muere de una cornada, pero estaba en el velatorio y en su lugar le atendió el doctor David Ortega. No pudieron salvarles, ni al niño ni al torero. España lloró esta pena y mi familia de Talavera lloró doblemente. La imagen de Joselito muerto en la enfermería de la plaza salió en todos los periódicos al día siguiente y Sevilla no le perdonaría esta muerte a Talavera.

El Gobierno tiene razón, los toros no son cultura. Son algo más que eso, son historia de España, tragedia, muerte y arte nacional. Belmonte, el otro gran torero del momento, moriría a los 70 años de éxito. En la biografía de Chaves Nogales se entremezcla su historia con la cultura popular de Sevilla. Es una historia de superación personal, el propio Belmonte renegaba de su valía en los inicios de su carrera. «¡De dónde sacaba yo que era torero!», piensa en la plaza, aterrado. Pero fue demostrando que tenía más coraje que el resto, o menos temor por su propia vida.

Una vez Belmonte estaba desesperado, en esa duda constante que era lucha interna, y también agotado, porque no podía con el toro, y le entró un berrinche absurdo. De súbito se hincó ante él de rodillas y le desafío, frenético: «¡Mátame, ladrón, mátame!» Le llama ladrón al toro, le llama asesino, y al final le cogen del pescuezo y le sacan de la plaza. Y el toro no le mató, porque no quiso. Se crea en torno a Belmonte una «aureola de temerario que empezó a ser motivo de discusiones». Pero finalmente, después de pasar duras pruebas y aprender a ser fiel a sí mismo, su estilo revoluciona la historia del toreo.

Lo cuenta Chaves Nogales. Belmonte tenía la resolución de morir o triunfar en Sevilla. El triunfo llega la tarde que se olvida del público. «Aprendió a torear en la plaza como había toreado tantas noches en los prados y las dehesas, como si estuviese trazando un esquema en un encerado». Esa tarde, Belmonte se convierte en una revelación del toreo, porque toreó como él creía que debía hacerse, ajeno a todo lo que no fuese su fe en lo que estaba haciendo. Salió de la plaza encaramado sobre la multitud, que le llevaba como un trofeo por las calles de Triana.

La danza del toro y del torero son cultura. Se habla poco de la bravura del torero, pero a menudo era un kamikaze, un pobre muerto de hambre con mucha valentía. Ya lo supo ver Camba: «Nosotros somos toros de lidia. El espectáculo que le damos al mundo no es divertido ni filosófico, pero tiene una gran emoción». Que los toros no son cultura, dicen. Lo que pasa que la izquierda quiere amuermar a España a base de ideología. Quieren jóvenes desarraigados. Como el Belmonte de los inicios, avergonzados de sí mismos, con la cabeza baja. Toros bien amaestradillos, que sigan las consignas culturales de la posmodernidad. Y así el pueblo español será un pueblo bien manso, acobardado. 

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