THE OBJECTIVE
Juan Marqués

¿Qué es la poesía? (1: una hipótesis)

«Fue la poesía la que impulsó el progreso más importante que hemos vivido, y el que explica principalmente todos los posteriores»

Opinión
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¿Qué es la poesía? (1: una hipótesis)

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A la hora de intentar imaginar los orígenes de la poesía nos encontramos ante un panorama no demasiado distinto al que encuentran los astrofísicos o las biólogas al tratar de explicar el origen del universo o de la vida, y es perfectamente natural que así sea, pues la poesía, entendida de forma amplia y no exclusivamente verbal, es el principal y más común intento de la humanidad para pensar, celebrar y retener ese espacio recibido, ese tiempo concedido, esta vida siempre sorprendente. No nos debería importar nada quién fue el primer homínido en contemplar el mundo con ojos de poeta (la decadencia de la anonimia y el surgimiento de la «conciencia de autor» fueron verdaderas tragedias para las artes), pero sí es totalmente trascendental comprender por qué lo hizo. 

Se suele repetir que es el lenguaje articulado la principal característica de los humanos, no sólo lo que nos distingue de las demás especies sino, probablemente, la que de hecho nos hizo poco a poco lo que somos gracias a las ventajas que nos ofrecía el poder comunicarnos con mayor precisión…, pero me parece que con la imaginación, ya que no todavía con la ciencia, podríamos llegar más lejos. No parece que ninguna especie animal comparta con nosotros esa mirada poética y creativa sobre la realidad, que es obviamente anterior al lenguaje, y no sería por tanto ningún disparate plantear al menos la hipótesis de que la poesía no es hija del lenguaje sino exactamente al contrario: fue la necesidad de expresar esa mirada perpleja e interrogante ante la vida lo que «obligó» a adaptar el cuerpo para poder vertebrar sonidos que tratasen de cantarla. El lenguaje sería, así, consecuencia de la poesía, una consecuencia adaptativa de esa nueva necesidad de entender las cosas e intentar comunicarlas. Si esto es así, resulta que fue la poesía la que nos habría hecho humanos. Y, en un paso siguiente, la sorpresa ante la Creación impulsó el afán de creación.

Los animales, por lo que vemos, andan todo el día en busca de alimento, es a eso a lo que se dedican, y de vez en cuando se unen con otros durante unos minutos para perpetuar la especie, y a ratos descansan como pueden, pero lo hacen como los forajidos de las películas del Oeste, siempre en vilo, con el revólver en la mano, en tensión ante posibles amenazas, ya sean sheriffs o rivales o serpientes de cascabel. Conforme nuestros antecesores fueron alejándose de la animalidad, cazando con armas más sofisticadas y eficaces, alimentándose mejor y, por tanto, dilatando su cerebro, empezaron a tener «tiempo libre», algo insólito hasta entonces en la Historia de la Tierra, donde hasta ese momento cualquier forma de vida animal sólo había conocido la búsqueda desesperada y permanente de supervivencia. Y entonces nuestros abuelos empezarían a mirar el cielo no para buscar presas sino porque sí, y comenzarían a mirarse entre ellos no para copular sino por curiosidad, y necesitarían rascar las piedras más blandas con piedras más duras para tratar de expresar de algún modo elemental lo que sentían, inaugurando el pensamiento simbólico y, con él, la historia del arte. Lo decía con mucha gracia Manuel Rivas hace algunos años, hablando de unos extraños y simples símbolos prehistóricos que hay en Galicia y que ningún antropólogo ha sabido descifrar, unos petroglifos hechos a base de mellar grandes bloques de granito con trozos de cuarzo afilado (o tal vez calentado con fuego): no sabemos qué es lo que significan esos grabados, pero, dados los increíbles esfuerzos y los muchos días que costaba horadar de esa forma una piedra tan dura, por fuerza, decía Rivas, ha de ser verdad aquello que tenían que decir, aquello que todavía intentan decirnos.

Del mismo modo que Darwin aclaró que la Tierra no había sido modelada y colocada en el Universo para servir como casa del hombre y, dando otro buen revolcón al Vaticano, demostró que la aparición de éste (del hombre, no del Vaticano) fue un accidente, es decir, que el surgir de una forma de vida inteligente y especialmente sensible no estaba predeterminado ni «planeado» por Nadie…, los científicos tienden a pensar que el lenguaje verbal no estaba necesariamente llamado a existir, que los homínidos podrían haber evolucionado de otros modos, y que el decisivo desplazamiento de la laringe hacia atrás fue motivado más bien por la necesidad de masticar, tragar y digerir otros tipos de alimentos, aunque ese cambio anatómico implicase como regalo inesperado el poder articular sonidos más complejos y variados. «Resulta difícil imaginar que la laringe haya descendido para que el hombre pudiera hablar», afirmó, por ejemplo, Yves Coppens, pero no sé, no sé… Yo, desde luego, no tengo la menor noción de esas disciplinas, y nunca me permitiría hacer el ridículo discutiendo con nadie que sepa algo al respecto (todas mis lecturas sobre esos temas son tan divulgativas como inconstantes), pero, a falta de una inteligencia brillante o de más conocimientos, tengo mis intuiciones, y tiendo a imaginar a aquellos hombres de hace cien mil años como a esos niños pequeños nuestros que intentan decirnos algo y no saben cómo, y entonces se desesperan, y se enfadan, y se muerden los puños. Ya acertó Wordsworth con aquello de que «el niño es el padre del hombre», y cualquiera que haya visto a un niño tratando de comunicar algo acuciante, frustradísimo y nervioso por no saber expresarlo, puede imaginar fácilmente cómo aquellos semihumanos remotos sí tenían muchos motivos y apremios para adaptar evolutivamente sus gargantas con casi tanta necesidad como la que sintieron las jirafas antes de empezar a alargar las suyas.

Quizá sobrevaloro la necesidad de comprender la vida y, en un paso posterior pero inmediato, agradecer lo recibido (que es una posible definición para la poesía que me importa), pero creo que nadie conseguiría quitarme esa idea: ahora el pensamiento práctico la desprecia, pero, en el amanecer de la humanidad, fue la poesía la que impulsó el progreso más importante que hemos vivido, y el que explica principalmente todos los posteriores.

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