THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Incierta trascendencia de los pleitos de Johnny Depp, Dylan, Nirvana y Ana de Armas

«¿No sería el momento de volver sobre otros excitantes pleitos judiciales, también norteamericanos, de los que se habló recientemente?»

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Incierta trascendencia de los pleitos de Johnny Depp, Dylan, Nirvana y Ana de Armas

Amber Heard y Johnny Depp durante el juicio por difamación que ha durado seis semanas. | Gtres

Una vez sentenciada la causa que enfrentaba a los actores Johnny Depp y Amber Heard para general esparcimiento de la población mundial, es improbable que las hostilidades vayan a reanudarse sólo con las nuevas declaraciones de ella diciendo que sigue enamorada de él, por llamativas que sean. No, déjalo. El tema no da mucho más de sí.

Y el verano está al caer, con una previsible monotonía de noticias sobre las matanzas de Ucrania, la ola de calor, pateras y naufragios, etc. ¿No sería el momento de volver sobre otros excitantes pleitos judiciales, también norteamericanos, de los que se habló recientemente, pero que, por lo que fuese, fueron en seguida olvidados por la prensa, abandonados como si no hubiera mucha chicha que sacar de ahí? Esos temas de desavenencia llegaron, relucieron brevemente como un cometa, y en seguida se apagaron, perdido el tornadizo interés de los medios y de la opinión pública.

Y no nos referimos a la demanda judicial por una violación supuestamente cometida en 1965 en Nueva York por Bob Dylan contra una tal J.C., que en el momento de los supuestos hechos tenía doce tiernos años y que había tardado cincuenta y cinco en decidirse a denunciarlo. De tal acusación se hizo eco, en agosto pasado, toda la prensa mundial, toda sin excepciones, con muchas columnistas dando pábulo a la misma so capa de feminismo y sesudos especialistas tratando de averiguar qué mujer, entre la multitud con la que el bardo tuvo trato, respondía a las iniciales J. C. Hasta que los abogados del cantante recordaron que en las fechas de los supuestos abusos éste no pisaba «la ciudad que nunca duerme», pues estaba de gira en Europa. Y ya nada más se supo del tema.

No, deja eso de Dylan que no va a ninguna parte, yo me refiero a casos como el de Spencer Elden, que hace treinta años, siendo un niño de cuatro, fue fotografiado nadando ante el anzuelo de una caña de pescar que llevaba clavado un billete de un euro, para la portada del disco Nevermind, que hizo la fortuna del grupo de rock grunge Nirvana. 

Por esa foto del bebito desnudo, que se convirtió, como suele decirse, en «una imagen icónica» -o sea, que todo el mundo la conoce- el padre de Elden cobró doscientos tristes dólares. 

El curioso lector recordará (o quizá no recordará) que Spencer, que lleva tatuado en el pecho el logotipo de Nevermind, y que no ha tenido mucha fortuna durante estas tres décadas, sino que más bien se arrastra por las calurosas, implacables calles de Hollywood, está pleiteando con los supervivientes de Nirvana por sus derechos de imagen, violados en esa portada, y les acusa de haberle explotado sexualmente, de fomentar la pornografía infantil y de haberle provocado, con esa foto en que quedó tan expuesta su infantil desnudez, un estado de angustia permanente, por el que exige ser indemnizado con 150.000 dólares.

Pues vamos a ver, ¿cómo anda esa denuncia, que fue interpuesta el verano pasado y de la que nada más se ha sabido? ¿Será posible que ningún magistrado yanqui la haya querido tramitar? (No puedo creer semejante desidia de un sistema judicial como el norteamericano, capaz de malgastar, en su día, no tan lejano, cientos de millones de dólares en la investigación de un fiscal obsesionado por averiguar, so pretexto de pulcritud democrática, si el presidente Bill Clinton se había o no se había acostado con su becaria, Mónica Lewinsky.)

Otro caso incluso más interesante es el de los señores Woulfe y Rosza, que han demandado a los Estudios de cine Universal: vieron en un cine el tráiler de la película Yesterday, en que aparecía la actriz Ana de Armas. El tráiler les pareció lo suficientemente seductor para alquilar la película, por 3,99 dólares, para verla en casa; pero resulta que las escenas en que Ana aparecía habían sido suprimidas en la mesa de montaje. No aparece en la película. Esto les pareció a los dos cinéfilos una inaceptable «publicidad engañosa», y reclaman un desagravio de cinco millones de dólares, en representación de todos los que, como ellos, se quedaron frustrados al alquilar la película y constatar que se les había escamoteado la presencia de la joven actriz cubana. 

¿Cómo ha acabado este caso o en qué punto estamos? Ah, misterio. Nadie dice nada. No dan noticias el NYT, ni el Herald Tribune. No hemos visto siquiera los rostros de Rosza y Woulfe blandiendo la carátula de Yesterday, ni leído declaraciones textuales en las que nos podrían contar los detalles de aquel rato tan decepcionante en que, sentados en el sofá, quizá con unas cervezas y un bol de palomitas, para contemplar a Ana en Yesterday, iban pasando escena tras escena hasta llegar a la palabra The End y a los créditos, sin que de la actriz cubana se viese ni la sombra.

Estas denuncias, estas hostilidades judiciales y exigencias de compensación y de justicia por agravios triviales, estas querellas pundonorosas, ¿a qué responderán? ¿A un desajuste legal? ¿Un problema de mera estupidez? ¿Y no serán acaso el reflejo, la copia pálida, la réplica de un desacuerdo superior, relacionado con la misma condición humana?

O sea, que los señores J.C., Elden, Rosza y Woulfe, etcétera, etcétera, nos están diciendo: «Para esta causa birriosa, que es imagen de mi propia vida, recurro a esta birria de tribunal, ya que no hay otro, como tampoco hay otra».

    

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