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Lorenzo Grahema

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«Alemania necesita mover ficha porque su posición ante el mercado del gas es mucho más desfavorable que la que tienen Reino Unido, Francia e Italia»

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Pedro Sánchez y Olaf Scholz. | Europa Press

Olviden la recesión. Hagan como si no existiera. Intenten pensar de ella como concepto y como si éste fuera tan conocido como «minotauro»: todos sabemos cómo es, pero nunca hemos visto uno (ilustraciones, películas, dibujos animados o CGI, no cuentan).

Les digo esto porque las recesiones sólo nos son comunicadas años más tarde, dos en el mejor de los casos, y siempre si los economistas de escuelas relevantes coinciden en la conclusión, algo que, debido al exceso de alineamiento que vivimos y alimentamos, es improbable. Por cada economista que declarará que sí hubo recesión en un periodo, habrá otro de orientación diferente que afirmará que no se puede concluir que la hubo.

Por eso tiramos del término «recesión técnica», porque de alguna manera hay que nombrar el apocalipsis si vemos levantarse el fuego en el horizonte, no vaya a ser que nos quememos y no podamos decir «os lo dije».

Por lo tanto, seamos alternativos, hagamos lo posible por tener pensamiento paralelo y planteemos un análisis que, como mostró Enrico Fermi en el campo de la física nuclear, encuentre la solución en la descomposición del problema.

El físico romano cuando, habiendo huido del fascismo (sí, de ese fascismo que no era tomado a la ligera cuando se nombraba) y estando en una de las pruebas que se hizo de la bomba atómica en Los Álamos, fue capaz de aproximar la energía liberada por la detonación viendo cuánto se desplazaban unos trocitos de papel que soltó de su mano cuando notó la llegada de la onda expansiva.

«Para ver y entender la situación en la que nos encontramos, tenemos que centrarnos en tres factores y ver cómo se comportan: empleo, crecimiento e inflación. Les aliviaré el suspense… no apuntan bien»

Así que, para ver y entender la situación en la que nos encontramos, tenemos que centrarnos en tres factores y ver cómo se comportan: empleo, crecimiento e inflación. Les aliviaré el suspense… no apuntan bien.

El martes, la inflación marcó una cota que, sin ser más alarmante de lo que fue hace 30 días, se ha querido interpretar por el Gobierno como si no fuera preocupante en absoluto: 10,4% en su tasa interanual. Es decir: lo que hace un año costaba 100 euros, hoy cuesta 110,4 euros. Puede que los haya que lo vean como un cambio asumible, pero, en realidad, no lo es tanto.

Ahora, si el Gobierno dice que una bajada de cuatro décimas de la inflación de mes (agosto) contra mes (julio) implica que las medidas que están aplicando para controlar los precios funcionan, tampoco vamos a poner el grito en el cielo porque la subyacente sea la más alta conocida desde enero de 1993… ¿o deberíamos?

Repito: en un año, el IPC ha subido más de 10 puntos y ya es el cuarto mes consecutivo en el que esto ocurre. Creo que era abril, cuando la inflación se situaba en el 9,8% interanual, que pensé: «9,8… el coeficiente de aceleración de la gravedad» y… tanto que ha acelerado la gravedad: dobles dígitos a lo largo de un cuatrimestre.

Oirán que la «inflación está desbocada» (lugar común, como lo podría ser decir de un libro que es «lectura imprescindible»). Pero analogías aparte, los precios que afectan a los consumidores, a «la gente» (otro lugar común de la política), siguen en ascenso. El empleo se ha comportado mal en el mes de julio; mañana veremos cómo ha ido en agosto y aún estamos recuperando el crecimiento económico tras el covid. No creciendo, no, sino intentando llegar allí donde deberíamos estar si no hubiera habido pandemia. Vamos, que no estamos donde las promesas apuntaban.

Podemos concluir que la triada no está en su mejor momento. Toca buscar recursos, alianzas e inversión. Posiblemente por ello Pedro Sánchez haya pasado estos días en Berlín con Olaf Scholz. La bajada de impuestos que anunció Christian Lindner fue una alarma porque, el que fuera pilar socialdemócrata en los gobiernos de Europa, anunciaba una medida de alivio fiscal que hubiera firmado, no Alberto Núñez Feijóo, en 2022, sino Ronald Reagan en la campaña de 1980.

Va, todos sabemos que la lucha contra la inflación pasa por desincentivar la demanda y, por tanto, el consumo. El Decreto de Ahorro Energético va de eso. No va de un país más concienciado con el entorno, sino de frenar la escalada de precios vía el desánimo del consumidor. Como en toda competencia, vencerán los fuertes, los que resistan, y serán sacrificados los débiles, los que no tengan músculo, Así una realidad más eficiente tomará lugar (ya… perdón por el cinismo, pero los descreídos somos así). 

Por tanto, si la explicación oficial de la reunión entre Olaf Scholz y Pedro Sánchez es «hacer frente a Putin», lo primero que hay que tener en cuenta para entender cuál es la motivación real es que Alemania está sufriendo «cortes operativos» de gas desde Rusia. Además teme a un Reino Unido energéticamente cubierto por Noruega y a Francia y a una Italia en luna de miel con el proveedor natural de gas al sur de Europa, Argelia. Además, recuerden, le estamos financiando desde aquí el gas a Francia con la salvaguarda de la excepción ibérica.

¿Cómo exponerlo…? Francia no sólo es la reina del baile, sino que, teniendo la agenda completa, encima alguien le lleva las copas allí donde esté bailando.

¿Cuál es el remedio de Alemania? Atarse los machos, potenciar en lo que puedan las energías alternativas mientras lloran el haber dado la espalda a la energía nuclear (cosa que Francia no hizo) y buscar una vía para no depender del gas ruso. Exacto, el Midcat, algo que Francia difícilmente va a ver con buenos ojos.

¿Quién es el recurso más claro para Alemania en esta operación de independencia energética del, ahora ya evidente, génesis del mal? España. Pero, no olvidemos, tenemos a Argelia enfadada por el posicionamiento a favor de Marruecos, con lo que podemos sufrir los mismos «problemas técnicos» con el suministro argelino que Alemania sufre con Gazprom, esos otrora generosísimos patrocinadores de la Bundesliga. Vamos, que creo que cogen la música.

Por tanto, Alemania necesita mover ficha porque su posición ante el mercado del gas es mucho más desfavorable que la que tienen Reino Unido, Francia e Italia, que, con Argelia de aliado y España suministrando a precio competitivo, no van a sufrir mucho. Scholz debe estar llevando mal que una crisis energética le haga perder la hegemonía europea en su primer año de mandato.

¿El plan? Que España lleve a Alemania un gas que no tiene, sólo regasifica y sin poder ser los codiciosos intermediarios para los que casi todo es margen (ya… de nuevo el cinismo, pero es que nuestro papel es el de intermediarios).

¿La alternativa no planteada? No se lo van a creer, pero podría ser invertir en las interconexiones eléctricas y suministrar energía generada desde fuentes renovables.

Pero nuestro presidente del Gobierno, ante un año descarnadamente electoral que comienza con una semana en las que se verá cara a cara con el presidente del PP, no duda en aprovechar la situación y el corto plazo para parecer el mejor amigo del sucesor de Merkel y, así, reforzar su ascendiente internacional para los españoles vean que él es garantía de gobierno, porque «el mundo no puede estar equivocado».

Instapolitik, no sólo por la vanidad, sino por la búsqueda del logro inmediato.

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