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Pilar Cernuda

Electoralismo puro y duro

«A Sánchez le interesaba electoralmente celebrar el aniversario del 28-O, aunque muchos de los que entonces votaron al PSOE confiesan que no los representa»

Opinión
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Electoralismo puro y duro

Felipe González conversa con Pedro Sánchez y José Luis Rodríguez Zapatero. | Europa Press

Se sabía. El Consejo de Ministros anunciaría a todo trapo alguna medida que hiciera ver a los españoles que Pedro Sánchez sentía preocupación profundísima por el agobio económico de los españoles y el Gobierno estaría al quite con alguna medida que lo confirmara como el gran benefactor. Así ha sido. Vamos de subvención en subvención de ayuda en ayuda, de cheque en cheque, de rebaja en rebaja, de bono en bono. Todo sea por el triunfo electoral. Evidentemente, a nadie puede parecerle mal que el Gobierno riegue con rebajas y con dinero contante y sonante a los españoles, es su deber mejorar sus condiciones de vida pero ¿podemos permitírnoslo? ¿no será pan para hoy y hambre para mañana? No hay economista solvente que no alerte sobre el estado de las cuentas y sobre la carga de la deuda, que la pagaremos nosotros y también nuestros hijos, nietos y bisnietos, que maldecirán el nombre de un tal Pedro Sánchez.

En esta dinámica actual de Sánchez, impregnada de electoralismo puro y duro, se producen situaciones incómodas, o que al menos parecen incómodas cuando se analiza detenidamente el rostro de algunos de sus protagonistas. Por ejemplo, el de Felipe González cuando acudió a la inauguración de la exposición con la que el PSOE conmemora el 40 aniversario del mayor triunfo electoral del partido, el famoso 28-O del 82.

A Felipe -siempre será Felipe para la gente de la Transición, como Suárez siempre será Adolfo, Guerra será Alfonso, Carrillo será Santiago o Fraga Don Manuel- se le notaba que había acudido a la convocatoria porque no tenía más remedio. Como siempre, como tantos otros, dieron prioridad a la lealtad al partido por encima de su escasa sintonía con Pedro Sánchez, que se caracteriza por llegar a acuerdos con aquellos que más detestan a los socialistas que construyeron la España del posfranquismo, y que se caracteriza también por tratar de demoler lo que convirtió en grandes a los personajes de aquellos años.

En las anteriores celebraciones del 28-0 Ferraz era una fiesta. No ahora. Pero a Sánchez le interesaba celebrarlo -lo dicho, vive en un estado electoral permanente- aunque muchos de los que entonces votaron al PSOE, hoy confiesan que no lo harían ni jartos de vino. Sánchez no los representa.

«Los miles de desencantados que lo hicieron candidato no tienen más remedio que esperar el final de la legislatura»

Estos días los conservadores británicos debaten qué hacer con Liz Truss, que ha hecho bueno a Boris Johnson y a cualquier otro premier. El debate se centra en si es mejor una convocatoria de elecciones o promover una nueva sustitución a través del partido, como hicieron con Johnson y con tantos otros en ocasiones anteriores, entre ellos Margaret Thatcher. Esa posibilidad no cabe en España. Antes de que Sánchez cambiara los estatutos del PSOE para que la ejecutiva no pudiera expulsarle de nuevo, el partido podía relevar al secretario general, pero no que se convirtiera de forma automática en presidente si en aquel momento había un gobierno socialista. Así que los miles de desencantados que lo hicieron candidato a través de las primarias y los que con sus votos lo llevaron a la presidencia del Gobierno, no tienen más remedio que aguantar y esperar el final de la legislatura, o que se acorte con nuevas elecciones. Pero es él quien tiene la opción de convocarlas, no el partido. Y lo hará cuando le convenga.

Le ha pegado un trastazo a Podemos -uno más- con el retraso en la tramitación de la ley trans, que tanto indigna, con razón, a las feministas del PSOE porque ha echado abajo su lucha de muchos años para equiparar los derechos de las mujeres con los de los hombres. Sánchez le ha pegado un trastazo a Podemos pero está muy pendiente de los movimientos de Yolanda Díaz. Un personaje inquietante, porque provoca simpatías entre gente dispar -eso no significa que la vayan a votar- pero a poco que se rasque se ve que detrás de su aparente simpatía personal no hay un importante proyecto político, sino fachada.

Preocupa al presidente, que a pesar de que es el único español que cree los pronósticos de Tezanos, comprende que no le dan los suficientes escaños como para seguir gobernando si no cuenta con apoyos de partidos más a su izquierda para alcanzar los deseados 175.

Y Yolanda… La verdad, y lo reconoce algún socialista de relieve, está muy pero que muy verde políticamente hablando. Su halo se va desdibujando a medida que se acerca la hora de la verdad y se ve que Sumar no acaba de despegar, a pesar de los 35, donde hay buenas cabezas pero también aluvión.

Con el interrogante de siempre ¿quién financia esa plataforma? Cartelería, transporte, hoteles, almuerzos, alquileres, luz y sonido… Haría falta transparencia, aunque a este Gobierno no suele gustar esa palabra.

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