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Enrique Cocero

Enemigos

«El Gobierno de Sánchez se ha empeñado mucho en reducir la realidad a buenos y malos porque sabe que los maniqueísmos funcionan… al menos en precampaña»

Opinión
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Enemigos

Napoleón y Wellington, enemigos 'íntimos'. | Wikimedia Commons

La política hace tiempo que dejó de ser una práctica de rivales, para convertirse en una práctica de enemigos.

Cierto que todos los que valoramos este mundo como un entorno apasionante, apreciamos, incluso envidiamos rivalidades como las de Napoleón y Wellington, Patton y Montgomery (pobre Rommel) Lincoln y Seward, Hillary y Obama…

De hecho todos los ejemplos menos el primero hablan de que las rivalidades más encarnizadas se dan entre miembros del mismo bando. En palabras de William James, «los enemigos más mortíferos para una nación no están al otro lado de una frontera. Están dentro de ella».

Así que, siguiendo con el juego de citas célebres, es conveniente recordar Franklin Delano Roosevelt cuando afirmaba: «Júzguenme por lo enemigos que he llegado a hacer».

Pero hoy todo eso se ha perdido. Podríamos pensar que no si el valor de uno se midiera, no por el nivel de su enemigo, sino por el número de (disculpen el neologismo) haters. A mayor volumen, más grande la victoria, podríamos resumir.

Porque, en una semana en el que está tan en boca de todos la percepción que pueda quedar sobre Pedro Sánchez para la posteridad, hay una pauta de este presidente del Gobierno y, por arrastre, de su Gabinete que me interesa mucho y es su necesidad de tener enemigos.

Enemigos, insisto, que el rival es con quien compites, pero del enemigo buscas su destrucción.

«La vía más rápida de establecer diferencias es a través de la animadversión»

El Gobierno de Pedro Sánchez se ha empeñado mucho en establecer comparaciones, en reducir la realidad a buenos y malos y, si lo hace, es porque sabe que las dicotomías, los maniqueísmos, funcionan… al menos en precampaña.

Por una parte no le culpo, porque hemos llegado a un momento en el que la vía más rápida de establecer diferencias es a través de la animadversión. La vía más eficiente de atraer adeptos es hacer sentir al tuyo que está en, poco menos, que una cruzada. De hacer cree que la virtud juega de nuestro lado y que del lado contrario corre el vicio.

La segunda derivada es la justificación de la acción: por mal que haya obrado yo o los míos, la maldad que combato es suficiente justificación como para poder tomarme licencias con los métodos que aplico.

Así que, aceptado este lenguaje de referencia, lo único que tienes que hacer es señalar «el fallo» del enemigo y aleccionar comparando tu comportamiento con el suyo.

El Gobierno se ha buscado como enemigos a la derecha política, a la derecha mediática, a los jueces, a las grandes corporaciones, a Amancio Ortega, a los supermercados y a Juan Roig (como si nunca hubiéramos disfrutado de sus marcas blancas), a la patronal, a los que cuestionaban la legalidad del confinamiento, a los que niegan la convivencia en Cataluña, la lucha contra la corrupción, el crecimiento económico o la reducción del paro.

Pero los supermercados, aquellos a los que aplaudíamos en el confinamiento, hoy son los responsables… culpables, perdón, de que la inflación haya repuntado o se haya estancado (cada uno que elija) en el 5,8%, porque no han aplicado bien los descuentos de IVA.

Pero sí ha sido así. Hasta tal punto lo ha sido, que mucha prensa de izquierdas salió a hacer verificaciones y la realidad es que los supermercados no han subido los precios. Pero la andanada ya había salido de los cañones y, pese a la comprobación, los supermercados hoy son responsables de la pérdida de poder adquisitivo.

«Vivimos en un sistema subvencionado para el que el Gobierno no tiene dinero para todos»

Entonces ¿por qué la necesidad de enfrentamiento? Pues porque lo que ha fallado es la eliminación de la subvención al combustible que, lógicamente, es capaz de fagocitar, cualquier rebaja en los alimentos. Ni siquiera la nueva forma de calcular el IPC ha podido amortiguar la subida de la cesta de la inflación subyacente.

Vivimos en un sistema subvencionado para el que el Gobierno no tiene dinero para todos. Mover la ayuda implica desproteger lo que antes se cubría para poner techo en un nuevo lugar y, permítanme el símil, la inflación está tan cogida por pinzas, que la estructura tiene una sensibilidad enorme: si muevo A, se me tambalea B.

Así que, para que no se evidencie esto, se necesita esconder el fallo propio y señalar.

Teniendo una herramienta tan efectiva en la materia como Podemos… pues ellos señalan, yo me aprovecho y luego, si me interesa, promuevo la conciliación.

En ese juego de tres vasos y una sola bolita que son las ayudas que se mueven de sector en sector, en lo que uno se da cuenta, el Gobierno acaba diciendo que, si no hay tres bolitas o si denuncias el truco, eres un negacionista, derecha mediática, política… Bueno, un enemigo.

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