THE OBJECTIVE
José García Domínguez

Madrid y los enemigos de Barcelona

«Barcelona quiere que el enemigo sea Madrid, pero Madrid solo es el gran adversario en la eterna disputa por el liderazgo urbano en la Península Ibérica»

Opinión
3 comentarios
Madrid y los enemigos de Barcelona

Madrid y Barcelona enfretadas, desde una vista aérea | Unsplash

Hay algunos lugares en los que ese tópico tan manido y manoseado, el que sostiene que los extremos se tocan, tiene bastante de verdad. Y Barcelona es uno de ellos. A Barcelona, una ciudad cuya verdadera ambición inconfesable ha consistido siempre en desplazar a Madrid como genuina capital fáctica de España, le pasa, y desde hace ya más de un siglo y medio, aquello mismo que le explicó Churchill a un diputado primerizo que acababa de estrenar su escaño en la Cámara de los Comunes. “Mire, joven, los que ve ahí enfrente, en los bancos de la oposición, son solo los adversarios; los enemigos están mucho más cerca, son los señores de nuestro bando que tiene usted a su alrededor”, le espetó. Barcelona quiere que el enemigo sea Madrid, pero Madrid solo es el gran adversario en la eterna disputa por el liderazgo urbano en la Península Ibérica, apenas eso. 

Porque los verdaderos enemigos de Barcelona, los enemigos de verdad, son de casa e integran la muy populosa quinta columna que aloja en su seno. Si escribo enemigos, en plural, es porque resultan ser dos: el neorruralismo colauista, por la izquierda alternativa; y el ruralismo de toda la vida, sin necesidad de prefijos, por el flanco independentista. Pues tanto la izquierda más a la izquierda como el nacionalismo más indigenista ansían, si bien por razones muy distintas, que Barcelona, por encima de cualquier otra consideración, deje de crecer; sobre todo, que no crezca. Ocurre, por lo demás, que son muchos y poderosos. Nadie se extrañe de que vayan ganando la partida. “Ciudad, en España, solo existe una: Barcelona”. Unamuno escribió esa frase hace ahora poco más de un siglo, cuando Madrid seguía adormecida en aquel “aislamiento tibetano” del que años después hablaría Gaziel, el director más célebre que ha tenido La Vanguardia. 

«Con la totalidad de las cabeceras provinciales a menos de cuatro horas y media de Atocha gracias a la trama radial del AVE, Madrid se ha convertido en la verdadera sede de las 52 capitales de jurisdicción españolas»

Barcelona, localizada estratégicamente a orillas del Mediterráneo y en la puerta misma de entrada a Europa, era por entonces la urbe de la modernidad española; Madrid, un montón de cemento oficial y administrativo ubicado en el medio de la nada, no podía hacerle sombra por esas razones objetivas que determinaba la geografía. La arrogancia tan típica y tan insufrible de los catalanistas, ese permanente mirar al resto de los españoles por encima del hombro, viene de aquel privilegio logístico que disfrutaron con plenitud durante los dos últimos siglos, el XIX y el XX. Pero, coincidiendo con la irrupción en escena de las novísimas tecnologías ferroviarias y aeronáuticas, Madrid despertó. Con la totalidad de las cabeceras provinciales a menos de cuatro horas y media de Atocha gracias a la trama radial del AVE, Madrid se ha convertido en la verdadera sede de las 52 capitales de jurisdicción españolas, el sitio al que todo el mundo va cada dos por  tres. 

Y con un aeropuerto de primera categoría mundial, el Adolfo Suárez, también se está transformando en la principal metrópolis de América Latina, además de destino casi exclusivo de los vuelos directos procedentes de Asia. Mientras tanto, el gran debate en Barcelona gira en torno a si se debe ampliar por el centro de la ciudad el recorrido de un tranvía que conecta la entrada de la ciudad con algunos pueblos del Bajo Llobregat. Jordi Pujol trató durante años de conseguir que el AVE no tuviera su estación de salidas y llegadas dentro de Barcelona, y menos en el centro; él quería que estuviera fuera del casco urbano; cuanto más lejos, mejor. Al final, no lo logró; pero ahí quedó el intento. Ahora, Aragonès pugna, con la excusa de unos pájaros que al parecer anidan por allí, para que el aeropuerto no amplíe la pista que necesitaría a fin de que los grandes aviones procedentes del Pacífico pudieran aterrizar en El Prat. Barcelona les parece una amenaza demasiado grande y mestiza para un país, el suyo imaginario, demasiado pequeño. Y después está Colau, que planea acabar en breve con el capitalismo financiero mundial a base de bicicletas y patinetes. No, no necesitan enemigos en Madrid.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D