THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Todo es importante y lo contrario

«La velocidad de las propuestas absurdas supera la capacidad de los fiscalizadores. Esta situación empuja al ciudadano al cinismo, a la reacción sarcástica»

Opinión
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Todo es importante y lo contrario

Pedro Sánchez y Javier Lambán durante un mitin.

Hace unos años, una teoría explicaba cómo Trump se beneficiaba de sus escándalos. Eran tantos, y tan constantes, que al ciudadano-espectador le costaba mucho distinguir entre los importantes y los superfluos. Esa saturación provocaba una especie de entumecimiento. Trump se salía con la suya. En buena medida, esa saturación era culpa de los medios: todo era importantísimo, histórico, sin precedentes, no podía ignorarse. Pero siempre había una nueva crisis que sustituía a la anterior. El fin del mundo cambiaba de color cada semana, así que tampoco sería tan fin del mundo. 

Es ingenuo pensar que esa situación solo se producía en los Estados Unidos de Trump. Es exactamente cómo funciona la política contemporánea, que es indistinguible del infotainment. Funciona con la lógica del hype: el mercado se satura de un contenido concreto que se vende como algo novedoso y sin precedentes que revolucionará el sector, hasta que es sustituido por el siguiente producto novedoso y sin precedentes que revolucionará el sector. ¿Quién querría ver hoy No mires arriba? ¿Quién se acuerda hoy de los cánticos machistas de aquel colegio mayor? ¿Nadie? ¡Pero si hasta el presidente hizo declaraciones sobre eso desde Bruselas! 

«Cuando el fiscalizador se pone a revisar lo ocurrido en un día, el debate ya está en otra cosa»

Ante algo tan efímero, la fiscalización es casi imposible. A veces la rendición de cuentas necesita tiempo. Lo saben quienes refutan a conspiracionistas: el que dice que la tierra es plana tarda mucho menos en decirlo que quien explica que no, que en realidad es redonda. Cuando el fiscalizador se pone a revisar lo ocurrido en un día, el debate ya está en otra cosa. Lo mejor, entonces, es tratar la política como un programa del corazón. Este candidato ha dicho esto de ti, ¿qué opinas? Y registras su respuesta y vuelta a empezar. El periodista no fiscaliza, sino que hace de mediador, de engrasador del sistema. 

Como explica Jorge San Miguel, «las noticias no hablan de nada, solo de noticias». San Miguel dice que cuando trabajaba en política «echábamos muchos días generando contenidos para las teles, a los que luego había que reaccionar en una especie de perpetuum mobile de la política-espectáculo. Como en un meme, en algún momento acababas señalando tu rostro –metafóricamente hablando– en la pantalla. Y entonces era lícito, casi obligatorio, preguntarse si trabajabas, no ya –obviamente– para los ciudadanos, sino siquiera para los partidos; o más bien para una especie de complejo industrial-militar del entretenimiento político, de contornos difusos pero siempre reconocible».

En campaña esta lógica se radicaliza. La velocidad de las propuestas absurdas supera la capacidad de los fiscalizadores. Esta situación empuja al ciudadano al cinismo, a la reacción sarcástica, al citado en Twitter: nadie se para a discutir por qué es tan ridícula la idea de un Glovo público. 

Es mejor un meme. Porque tampoco serviría de mucho ponerse a discutir propuestas que ni el propio candidato se cree. ¿El autobús gratis? Guay. Pero las encuestas te dan cero escaños. Eso sí, lo que nos reímos. 

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