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José Antonio Montano

Astrud Gilberto: la felicidad no muere

«’La chica de Ipanema’ le permitió iniciar su propia carrera, que consolidó esa magia delicada, ese aroma evocador que desprende su simple nombre»

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Astrud Gilberto: la felicidad no muere

Erich Gordon | Europa Press

Contra la idea de que la felicidad puede morir en cualquier momento, se me ocurre ahora, pensando en Astrud Gilberto a la muerte de Astrud Gilberto, que la felicidad no muere. Sus canciones forman parte de esa sintonía de la felicidad que fue la bossa nova y cada vez que suena una la felicidad reaparece en su cápsula. Da igual el estado en que nos encontremos: la felicidad está ahí, aislada, eterna. Y el oyente ingresa en la cápsula y es feliz lo que dura la canción.

Confieso que no sabía nada de en qué andaba ni qué hacía Astrud Gilberto. La noticia de su muerte el 5 de junio, a los 83 años, la dio en Instagram su nieta Sofia Gilberto, que es una niña; una niña música, prometedora, encantadora. Ha puesto una grabación casera de la canción que le compuso su abuela, Linda Sofia. Es lo último que he escuchado de la cantante. Lo demás es lo de los años sesenta y setenta: aquella cápsula, o aquel cofre de cápsulas prestas a contagiarnos la felicidad que contienen.

Leo en Bossa Nova de Ruy Castro (Turner) que João Gilberto y Astrud Weinert, su nombre de soltera (era hija de madre brasileña y padre alemán), se conocieron en 1959 en el legendario apartamento de Nara Leão en la avenida Atlántica de Copacabana. Fue en un momento de la vida de João Gilberto sobre el que se han hecho muchos chistes: cuando ensayaba una y otra vez «O pato». Una vez casados, a comienzos de 1960, su gato se cayó por la ventana y los músicos dijeron que se había suicidado porque no podía soportar más lo de «O pato». Poco después João hizo su grabación perfecta para el álbum O amor, o sorriso e a flor.

«Fue ella la que produjo la explosión internacional de la bossa nova, con su parte en inglés de ‘Garota de Ipanema'»

Astrud Gilberto cantó por primera vez en público aquel año, en el último de los festivales amateurs de los músicos de la bossa nova, que en seguida iban a profesionalizarse. Ensayó obsesivamente con su marido, y hasta que el perfeccionista de «O pato» no le dio el visto bueno, no subió a un escenario, que fue el de aquel festival de la Facultad de Arquitectura de Río de Janeiro. Escribe Ruy Castro: «Al público le pareció que Astrud cantaba muy bien, pero si alguien hubiera insinuado que, de allí a cuatro años, iba a vender millones de discos en Estados Unidos, lo hubieran internado en la clínica Pinel, allí cerquita».

Fue ella la que produjo la explosión internacional de la bossa nova, con su parte en inglés de «Garota de Ipanema», que habían compuesto Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes. Jobim está al piano en la mítica grabación del álbum Getz/Gilberto (1964), producido por Creed Taylor para el sello Verve. João Gilberto canta (en portugués) y toca la guitarra, y Stan Getz toca el saxofón. Al parecer no fue espontáneo. Astrud (quizá en complicidad con João) se había preparado para la ocasión y, cuando logró que le dejaran cantar su parte, conquistó a todos. El problema es que el corte salió demasiado largo: 5’15». El productor Taylor guardó el disco durante meses, hasta que se le ocurrió cortar, para el single «The girl from Ipanema», la parte inicial de João Gilberto cantando en portugués. El corte se quedó en 3’55», con, tras unos compases vocales de João Gilberto, que luego mantiene solo la guitarra, «la entrada de Astrud, en inglés; el solo de Getz al saxo; el solo de Tom al piano; y la vuelta de Astrud con Getz para terminar». Concluye Ruy Castro: «Nadie sabe cómo pasan estas cosas, pero el disco solo con Astrud disparó hacia el éxito el elepé entero, que coleccionó premios Grammy y les hizo ganar mucho dinero a todos los implicados. O a casi todos». 

Esta última salvedad es porque Astrud solo cobró lo que tenía estipulado el sindicato de músicos estadounidenses por una sesión: 120 dólares. Aunque el hito le permitió iniciar su propia carrera, que consolidó esa magia delicada, ese aroma evocador que desprende su simple nombre, otra cápsula de felicidad: Astrud Gilberto.

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