THE OBJECTIVE
Joseba Louzao

El insulto como estrategia

«El ciclo electoral que se abrió en 2015 favoreció que el insulto fuera moneda de cambio habitual. El estilo faltón ha venido para quedarse, como tantos vicios»

Opinión
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El insulto como estrategia

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El primer principio de la política española bien podría ser que ésta ni se crea ni se destruye, se va transformando de una forma a otra. Y no siempre vamos a mejor con el cambio. Desde el surgimiento de la nueva política —no es del todo casual, ni causal— se ha producido un proceso de cambio en las estrategias electorales. Hasta entonces el insulto se había reservado a la desesperación y al impulso demagógico que todo liderazgo político alimenta. El ciclo electoral continuo que se abrió en 2015 favoreció que el insulto fuera moneda de cambio habitual. El estilo faltón ha venido para quedarse, como otros tantos vicios insanos. 

La utilización del insulto, y sus plurales derivadas ofensivas, facilita que el observador no partisano comprenda los mecanismos de la hipocresía partidista. Fíjense cómo levantan el dedo según sea uno u otro caso tanto políticos como analistas. Hay quien considera que se han sobrepasado todos los límites por un perfil de Pedro Sánchez, donde hablan más sus cercanos, acompañado de imágenes deformadas. Una riada de comentarios apareció en redes sociales en defensa del presidente ante estos insoportables ataques. Han sido los mismos que han pasado de largo con el improperio de Amparo Rubiales a Elías Bendodo. Primero lo calificó de judío nazi y, después, lo dejó en nazi a secas. Como ya sabemos la judeofobia es bastante transversal. Y no suele pasar demasiada factura.

«Los que se rasgan las vestiduras por el ‘¡Que te voteTxapote!’ son los que utilizaron aquel neologismo del ‘trifachito’»

Uno comienza a pensar que el principal problema con el insulto es que muchos piensan que ellos no descalifican, simplemente describen la realidad. Y con semejantes mimbres es complicado ser razonable. Por ejemplo, llama la atención la lectura que del «que te vote Txapote» han hecho las izquierdas, tan dadas a las consignas simples, provocadoras y directas. Quizá porque saben lo bien que funcionan. Esta fórmula es mucho más atractiva en esta clave —llámenme loco— que un «Sánchez, no te pienso votar, porque no acepto tus pactos con Bildu —y más después de tú afirmación de que esto nunca iba a pasar—, así que si quieres votos búscalos en el mundo abertzale». No me sean hipócritas. Tenemos todavía ocupando una Secretaría de Estado a una persona que cantó en público y lo publicitó aquello de «qué pena me da que la madre de Abascal no pudiera abortar».

Los que se rasgan las vestiduras con la invitación electoral a Francisco Javier García Gaztelu son los que utilizaron aquel neologismo del trifachito, que popularizó en un mitin quien hoy tiene la cartera de Cultura y Deporte. Antes había sido aquello de la derecha trifálica. Quizá lo recuerden porque fue antes del apocalipsis andaluz que iba a devastar cualquier derecho político y social. Hoy se repite el mantra del trumpismo. En fin. Nos puede gustar más o menos este estilo ofensivo, pero parece efectivo. Se busca el aplauso fácil y la viralización del marco que se quiere alimentar. Siempre tiene un público receptivo y atento a la barrabasada, sobre todo, si lo dejan en manos de las juventudes de los partidos. Hasta para insultar se necesita oficio. 

Lleguemos a un consenso sobre este asunto. ¿Es realmente necesario este tipo de espectáculos en la plaza pública? La respuesta nunca podrá depender de quién sea el emisor o el receptor de estos ataques. O, al menos, que no se note tanto el cartón piedra a los sermoneadores habituales. Ya está bien de rasgarse las vestiduras porque otros también puedan disfrutar del mismo juego.

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