THE OBJECTIVE
Manuel Fernández Ordóñez

El avestruz energético

«El sino de la política, sin embargo, es dar la apariencia de trabajar duramente en solucionar problemas que realmente crearon los propios políticos»

Opinión
6 comentarios
El avestruz energético

Bombilla encendida. | Wikimedia Commons

No persigamos unicornios. No hay ningún país rico que consuma poca energía. No existe tal cosa. Miren los datos. No existe. Somos ricos, precisamente, porque consumimos mucha energía.

¿Podríamos consumir menos? Por supuesto, podríamos hacerlo con medidas de eficiencia energética, con mejoras tecnológicas, con inversiones en capital. Llevamos décadas haciéndolo. No solo ahorramos energía con estas medidas, también dinero. Pero la eficiencia y el ahorro no son la panacea, no pueden reducir drásticamente los consumos energéticos de los países avanzados. Ayuda, pero no resuelve.

¿Podríamos ser igual de ricos si disminuyéramos de repente nuestro consumo de energía, digamos, a la mitad? Absolutamente no. Consumir energía significa que hay un sector agrícola que está produciendo comida para todos, que hay una industria produciendo bienes que hacen crecer la economía, que hay un sector servicios generando PIB para el país. Pero significa también que usted está calentito en su casa, que viaja confortablemente en su coche, que se calienta el café en un microondas, que viaja en trenes de alta velocidad y que pueda encender el aire acondicionado cuando en la calle hay más de cuarenta grados. Es decir, significa progreso y bienestar.

Si dejamos de consumir energía, hay que decidir cuáles de esas cosas vamos a dejar de hacer porque no podremos seguir haciéndolas todas. Al menos no todo el mundo podrá. Y aquí hay un problema, porque la sociedad no se va a dejar arrebatar esas conquistas a la pobreza que tantos siglos nos ha llevado conseguir. Desde luego, no voluntariamente. Así que nos pretenderán obligar, mientras los ofendiditos a sueldo y los parásitos con pedigrí de partido nos lo venden como un avance de la libertad. Neolengua pura y dura.

Ya lo vimos hace tiempo con los chalecos amarillos en Francia y lo acabamos de volver a ver con las protestas de los agricultores en Alemania. La gente no va a dejar que se les arruine a impuestos. Alemania tiene un agujero de deuda de 17.000 millones de euros para el año 2024 y los partidos de la coalición no se ponen de acuerdo. El gobierno tiene que tapar ese agujero como sea y están buscando fuentes de financiación debajo de las piedras. Subir los impuestos es lo obvio, porque recortar el gasto a ninguno de ellos se le pasa por la cabeza. El estado siempre crece, como un cáncer incurable.

En Alemania están pagando el coste de una política energética trasnochada. Un canto de sirena que ha fracasado estrepitosamente. Han cerrado el 2023 con la producción de electricidad más baja desde la reunificación tras la caída del Muro de Berlín. Una economía en horas muy bajas y, sobre todo, una industria en caída libre. Hay sectores industriales que han caído un 11% en un año y su cartera de pedidos para el 2024 es paupérrima. Grandes empresas como BASF han anunciado recortes y despidos por los altos precios de la energía.

El sectarismo anticapitalista ve esto como una buena noticia, sin embargo. Celebran con júbilo que Alemania haya reducido de manera muy apreciable las emisiones de CO2 este año, a pesar de que la mayor parte de esa reducción viene por la situación desesperada de la industria. Creen que la reducción es por lo acertado del cierre nuclear y los aumentos de la eficiencia. En verdad nadie se cree este nivel de estulticia. Simplemente venden un relato.

«Nos pretenderán obligar a dejar de consumir energía, mientras los ofendiditos a sueldo y los parásitos con pedigrí de partido nos lo venden como un avance»

Uno de los grandes retos de la transición energética es electrificar la economía. Reducir el uso de combustibles fósiles merced a migrar hacia tecnologías que nos permitan hacer lo mismo, pero utilizando electricidad. Si uno atiende a la realidad alemana, vemos que no están electrificando nada. Si así fuera, estaríamos asistiendo a niveles cada vez más crecientes de consumo de electricidad. Está pasando exactamente lo contrario.

Por si todo esto fuera poco, en Alemania también ha sucedido algo que no pasaba desde hacía más de veinte años. Se han convertido en un país netamente importador de energía. La justicia poética del asunto es que su mayor exportador ha sido la energía nuclear francesa, precisamente el año en que Alemania consumó su apagón nuclear. De una vergüenza sonrojante.

Y claro, llegados a este punto, cada uno se consuela con lo que mejor le venga. Hace unos días, muchos presumían porque Alemania había producido más del 50% de su electricidad a partir de fuentes renovables. Lo que no contaban (porque va contra el relato oficial) es que el porcentaje de renovables es un cociente entre dos factores: la producción de electricidad renovable y la producción de electricidad total. Si la segunda baja, el porcentaje sube. Si la segunda baja mucho, el porcentaje sube mucho. Si además importamos electricidad, la producción total baja aún más y el porcentaje de renovables es todavía mayor. Hay muy poco por lo que sacar pecho en Alemania, a no ser que sea motivo de orgullo hundir la economía. Para los amantes del decrecimiento y la igualdad (en la pobreza) lo es, ahí es donde nos llevan. 

Lo peor de todo es que al clima (excusa primordial para ejecutar toda serie de tropelías liberticidas) esto le da igual. La bajada de producción de la industria no solo no reduce las emisiones globales, sino que las aumenta. Si la industria del acero en Alemania baja su producción, ese acero se producirá en otra parte, presumiblemente China. Donde encima lo harán con una industria más ineficiente y menos remilgos con el sacerdocio climático. La conclusión es que las emisiones globales aumentarán. Disminuirán las de Alemania claro. Y las furcias climáticas aplaudirán con aire condescendiente por el trabajo bien hecho mientras exigen redoblar los esfuerzos debido a los buenos resultados obtenidos. Nos llevan al abismo.

Si se trabajara sin dogmatismos, los avances serían mucho mayores. Si Alemania no hubiera cerrado sus centrales nucleares, su electricidad hoy sería mucho más limpia y barata. Su industria sufriría menos. La energía nuclear francesa no tendría que exportarse a Alemania, sino que podría ayudar a otros países limítrofes a reducir sus emisiones sin perder competitividad y, probablemente, no tendríamos que estar implementando a diestro y siniestro esas políticas proteccionistas que nos hacen a todos más pobres.

El sino de la política, sin embargo, es dar la apariencia de trabajar duramente en solucionar problemas que realmente crearon los propios políticos. Pierdan toda esperanza en que la casta de la moqueta vaya a solucionar algo. Viviremos continuamente en un relato construido para anestesiarnos hasta las próximas elecciones. Y poco más hay. La ley de hierro del servilismo.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D