THE OBJECTIVE
Ignacio Ruiz-Jarabo

A la de Hacienda no hay quien la entienda

«La ministra pasará a la historia por haber sido capaz de aunar su descomunal desconocimiento de la materia que gestiona con la torpeza al gestionarla»

Opinión
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A la de Hacienda no hay quien la entienda

Ilustración de Alejandra Svriz.

Y no me refiero a ninguna cuestión ajena a lo que es su función como ministra de Hacienda pues no quiero ser como ella y renuncio a criticarla por cuestiones de índole personal o físico. No, hago referencia a su desastroso desempeño como máxima responsable de nuestra Hacienda Pública del que ha dado varias y suculentas muestras de lo ayuna que está de los mínimos conocimientos técnicos precisos para desempeñar el cargo.  Valga como mero ejemplo aquel día en el Congreso de los Diputados en el tuvo que recurrir a peculiares aspavientos con las manos blandiendo dos envases de caramelos para poder responder a la pregunta de un parlamentario. No obstante, es en lo concerniente a la tributación de las rentas bajas en el IRPF donde está impartiendo un auténtico máster en estulticia, falta de previsión, e improvisación, todo ello con el consiguiente perjuicio fiscal a los contribuyentes con rentas más bajas.

Todo empezó cuando fue criticada duramente, y con toda la razón del mundo, por no deflactar la tarifa del impuesto aprovechándose así ignominiosamente de la inflación para subir el IRPF a todos los contribuyentes por la puerta de atrás. Desenmascarada pública y políticamente su sucia jugada, quiso demostrar que ella y el Gobierno al que pertenece siempre están con las personas vulnerables y para demostrarlo se inventó aceleradamente una medida tan deliciosamente demagógica como técnicamente defectuosa.

En efecto, María Jesús Montero aplicó una reducción en el IRPF para los contribuyentes cuyas rentas fueran inferiores a 21.000 euros, argumentando la elección del citado límite en base a que dicha cifra era la mediana de los ingresos del conjunto de los contribuyentes en el impuesto. Curiosa justificación que levantaba un muro entre los contribuyentes, el 50% al que se le iba a seguir atracando con ese peculiar impuesto llamado inflación y el 50% al que se le quería a compensar del efecto tributario del proceso inflacionista.

Sucede que el 50% que seguía castigado no está formado exclusivamente por personas de elevado nivel de renta dado que entre ellos se encuentran aproximadamente cuatro millones de contribuyentes cuyos ingresos, aunque superiores a 21.000 euros, son inferiores a 30.000 euros. Para la ministra de Hacienda, también este grupo de contribuyentes se merecían seguir siendo fiscalmente atracados a través de la inflación. Y aún más, los ingresos de la mayor parte de este grupo son inferiores a la renta media de los españoles. Quiere decirse que más de dos millones de contribuyentes cuyos ingresos son inferiores a 26.000 euros siguieron sufriendo en el IRPF el ilegítimo castigo inflacionista por obra y gracia de MJ Montero.

Pero no acaba aquí el despropósito fiscal y social que decretó nuestra peculiar ministra de Hacienda porque simultáneamente a la medida ya expuesta, estableció en 15.000 euros el umbral de la obligación de tributar en el impuesto. Y al hacerlo, provocó que aquellos que superaban dicho límite por unos centenares o unos pocos de miles de euros vieran como la Agencia Tributaria les detraía porcentajes inauditos del importe que superaba dicha cifra, porcentajes semejantes o incluso superiores al tipo más alto de la tarifa del impuesto. Es así pues fueron víctimas del denominado «error de salto», burdo error técnico impropio de una Hacienda Pública del siglo XXI. El desbarajuste técnico y la consecuencia antisocial descritos son el resultado de tener al frente del Ministerio de Hacienda a una titular carente de la capacitación necesaria.

«La imprevisión de la Hacienda que dirige Montero es espeluznante, tanta o más como la descoordinación entre los ministerios»

Sucede que al aprobarse la nueva subida del salario mínimo interprofesional, caprichosamente decidida por Yolanda Díaz e irresponsablemente acordada por el Gobierno Sánchez, a la ministra de Hacienda le ha vuelto a pillar el toro. Mira que su colega de Trabajo llevaba tiempo cacareando publicitariamente el aumento del SMI, pues ni con esas MJ Montero fue capaz de prever las nefastas consecuencias tributarias que iba a suponer para los supuestamente beneficiados por la decisión. Y es que, al pasar el citado SMI de 15.120 a 15.876 euros, los 756 euros de aumento acaban provocando un castigo fiscal estratosférico en la tributación de los que lo perciben incurriéndose en flagrante contradicción con el supuesto carácter social que pretendidamente ha iluminado la decisión de subir el SMI. 

Lo expuesto evidencia que la imprevisión de la Hacienda que ¿dirige? MJ Montero es espeluznante, tanta o más como la descoordinación entre los ministerios del Gobierno Sánchez. Aquélla trata ahora de improvisar al corre-corre una solución al problema que ellos, y solo ellos, han creado. Solución que para ser íntegra debe implementarse mediante una disposición con carácter retroactivo, palmaria demostración de la falta de seriedad y de rigor en las maneras con las que se dirige nuestra Hacienda Pública.

Es oportuno volver a dejar constancia que la cuestión expuesta no es la primera metedura de pata de MJ Montero pero, desgraciadamente, solo cabe esperar que tampoco será la última. Como se dice coloquialmente, es lo que hay, en esas manos está la gestión de nuestra Hacienda, qué le vamos a hacer. Así nos va. Venimos de sufrir en los últimos años la mayor subida de presión fiscal de nuestra Historia y de comprobar que simultáneamente en el mismo periodo el aumento de nuestra deuda pública es también el mayor nunca habido en igual interregno temporal. Algún día se conocerá con fiabilidad y en detalle el destino dado a los impuestos con los que nos están esquilmando. Ese día MJ Montero ya no será ministra pues ella también pasará a la historia. Lo hará por haber sido capaz de aunar en un diabólico cóctel su descomunal desconocimiento de la materia que gestiona con la torpeza mayúscula al gestionarla. 

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