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Yolanda Díaz: la política que convirtió un regalo envenenado en un trampolín personal

La dirigente gallega proviene del PCE, pero sus detractores dicen que «no tiene partido». Ahora se prepara para asaltar el poder y es uno de nuestros personajes del año

Yolanda Díaz: la política que convirtió un regalo envenenado en un trampolín personal

El 15 de marzo de 2021, alrededor de las 11 de la mañana, Pablo Iglesias difundió un vídeo grabado en su despacho de vicepresidente en el que anunciaba la decisión de concurrir a las elecciones autonómicas madrileñas del 4 de mayo. Dejaba el Gobierno nacional para enfrentarse a Isabel Díaz Ayuso, y pronunciaba unas palabras que sorprendieron al entorno de colaboradores y asesores de Yolanda Díaz: «Creo que digo algo que sienten millones de personas de izquierdas en toda España si digo que Yolanda Díaz puede ser la próxima presidenta del Gobierno de España».

Aquella frase fue rápidamente interpretada en las entrañas de Podemos como el resultado de una táctica clara. Iglesias estaba dispuesto a dejar la política. Había amagado con ello muchas veces en las reuniones internas. Aunque, antes, la operación relevo llevaba el nombre de Irene Montero y no el de Yolanda Díaz. Así que muchos creyeron que lo que estaba haciendo el líder de Podemos era entregar un «regalo envenenado» a su amiga y compañera en el Consejo de Ministros. 

Iglesias concurrió y perdió en las elecciones del 4 de mayo. Acto seguido, anunció su retirada. Hasta se cortó la coleta, y entregó la llave de Unidas Podemos a Díaz, a quien empujó a la vicepresidencia del Gobierno. Díaz y los suyos no sabían nada de nada. Ignoraban que el 15 de marzo Iglesias iba a decir lo que dijo sobre su sucesión. Y también que la noche electoral volvería a señalarla para que fuera su heredera. Pero Díaz no es una política como las demás: empezó su carrera política en el pequeño municipio de Ferrol y rápidamente ascendió hasta el Congreso, en 2016. En todo su trayecto supo interpretar cada encrucijada como una oportunidad para asaltar el poder. Ahora tocaba hacer lo mismo. 

En marzo, abril y mayo de 2020, Podemos era todavía un partido que mandaba sobre el grupo parlamentario, con una guía indiscutible ejercida por Iglesias. Salido el líder máximo, la casa morada empezó a tambalearse. Iglesias dejó el liderazgo de Unidas Podemos en el Gobierno a Yolanda Díaz, y el partido a Irene Montero. La compañera de Iglesias decidió que Ione Belarra sería la secretaria de la formación morada. Pero Belarra es una fontanera que el entorno de Díaz describe con palabras poco gentiles.

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«Lo mismo que hicieron a Errejón»

La estrategia de Iglesias, de acuerdo con Irene Montero, era sencilla: todos los poderes en el gobierno a Díaz, pero ningún apoyo orgánico en el partido a Díaz para ayudarla a desempeñar dicho encargo. «Es lo mismo que hicieron con Íñigo, decirle que podía ser candidato a la Comunidad de Madrid pero sin tener tropa ni poderlas elegir». Un general sin ejercito no es nadie. Y «se quemará», razonaban más de uno en el partido morado. Enrique Santiago se mofaba incluso de ella, y los demás sostenían que «sin partido» no se puede llegar muy lejos.

La dirigente gallega tuvo que ganar tiempo. El carnet del PCE no era suficiente para mantenerla a flote. Así que miró a Comisiones Obreras para sellar su primera alianza orgánica. La operación fue un éxito gracias al visto bueno de Unai Sordo. Mientras Podemos trabajaba en la transición de Iglesias al tándem Montero-Belarra, Yolanda Díaz seleccionaba a un nuevo grupo de asesores: Josep Vendrell, Rodrigo Amírola…todas personas que provenían del entorno de Ada Colau y que tenían experiencia de estrategia y discurso político. Una decisión acertada.

Lo primero que hizo Díaz fue reforzar su imagen de ministra. Más gestión que Twitter. Mientras tanto, Podemos iba apagándose. La frase que siempre pronunciaba Jorge Verstrynge sobre los morados se convertía en profecía: «Podemos es Pablo, y Pablo es Podemos». El último congreso de Podemos en verano demostró la dificultad del partido para sobrevivir a su fundador. Iglesias, por cierto, no intervino. Díaz, tampoco. 

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¿Otra Carmena?

Después del verano, las diferencias entre Díaz y el equipo de Montero y Belarra se hicieron más palpables. La ministra de Trabajo, más hábil que sus contrincantes en tratar con la prensa, dejaba entender que su proyecto iba más allá de Podemos. Un órdago en plena regla. ¿Cuál era el significado de esas declaraciones? Juan Carlos Monedero respondía y avisaba a los suyos: «Quiere ser otra Carmena». Entre septiembre y octubre se levantaron las espadas de la guerra interna en Unidas Podemos. La relación entre Montero y Díaz iba empeorando. La cúpula morada interpretó como una falta de generosidad el protagonismo público y solitario que buscaba la gallega. 

«Tienen carácter todas y se hablan de forma muy directa», justificaban los que observaban dichos enfrentamientos. Pero las filtraciones de Díaz a la prensa irritaban cada día más al entorno de Montero, hasta que a finales de noviembre decidieron lanzar el primer asalto de este conflicto latente. El día que Belarra anunció que exigía una reunión bilateral con Pedro Sánchez sobre la reforma laboral muchos del entorno de Díaz se quedaron sorprendidos. La cúpula de Podemos creía que la reforma laboral podía ser un terreno resbaladizo para Yolanda Díaz, y decidió dar un empujón a la ministra.

¿Sabía la ministra que se iba a proceder a ese ultimátum? Y, ¿qué era conveniente hacer? «No debe entrar, si entra está muerta», comentaban los compañeros de Comisiones Obreras, los que respaldaban la operación de construcción de un nuevo liderazgo alrededor de Yolanda Díaz. Algo parecido debió llegar del entorno de Ada Colau, su principal aliada por aquel entonces, y de Mónica Oltra, con quien se había conjurado para lanzar el lema de las «otras políticas». Díaz dejó pasar el tiempo y volvió a tejer su diálogo con las partes sociales.  

Asalto a los cielos

Hasta el pacto alcanzado en la víspera de Nochebuena entre sindicatos y patronal. Un pacto sellado «sin entusiasmo» por los representantes de los trabajadores, pero muy importante para Sánchez para sacar pecho en Bruselas. Y también para Díaz, porque así podía reforzar su perfil de gestora. Si Iglesias fue un «destructor» y no un «constructor» (tal y como él afirmó), Díaz apuesta por una imagen más amable y un estilo elegante. «Nadie quiere a una ministra encapuchada», explican sus defensores entre las filas de Podemos

Ocho meses después de la salida de Iglesias de la primera línea política, Díaz se ha consolidado a tal punto que incluso los más duros de los morados sostienen que será imposible prescindir de ella en la nueva configuración del espacio de Unidas Podemos. El entorno de Irene Montero cree tener entre sus manos las armas necesarias para apagar su estrella, pero afirma que no la utilizará. 

Los defensores de Díaz, sin embargo, no piensan lo mismo. Creen que la dirigente ya está en una pantalla superior. «Validada por el Papa», sintetizan. Ella, a quien Iglesias nombró sucesora, ha puesto en marcha incluso una campaña para atraer el voto de los católicos, casi como si se inspirara en el compromiso histórico de Enrico Berlinguer que el líder morado siempre censuró. Y a los cielos se llega por asalto, pero si te ayuda el Santo Padre tal vez sea más fácil. 

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