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José Manuel Albares: el discreto sherpa

Este diplomático de carrera, de pequeña estatura y con un aire distraído a lo Harry Potter, tiene la gran patata caliente de tener que normalizar las relaciones con Rabat

José Manuel Albares: el discreto sherpa

El ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, José Manuel Albares. | Reuters

Su antecesora dejó el listón muy bajo cuando fue destituida en el último reajuste en julio pasado como ministra de Asuntos Exteriores con el fuego de la crisis con Marruecos descontrolado, las dudas sobre Venezuela y el atasco de nombramientos de embajadores. Su sucesor, José Manuel Albares (Madrid, 1972), socialista de carnet desde hace más de dos décadas, estrecho colaborador de Sánchez en su primera época como presidente, es una estrella emergente en un Ejecutivo devaluado donde predomina la mediocridad. Albares, nacido en el seno de una familia modesta en el barrio madrileño de Usera, cursó estudios secundarios con becas en Boston y Tánger y luego en Deusto donde se licenció en Derecho y Empresariales.

Este diplomático de carrera, de pequeña estatura, miope y con un aire distraído a lo Harry Potter, tiene la gran patata caliente de tener que normalizar las relaciones con Rabat, socio prioritario estratégico de Madrid. La difusión de la carta de Pedro Sánchez al rey Mohamed VI en la que le anuncia la revisión de su postura sobre el Sáhara Occidental y considera la propuesta marroquí de 2007 de convertir el Sáhara Occidental en una provincia autónoma como la base «más seria, creíble y realista» para la ex colonia española ha sido duramente criticada por Argelia, otro socio estratégico que suministra gas a España, así como por Podemos, el otro brazo de la coalición de gobierno, y por toda la oposición.

Albares ha tratado de tirar balones fuera, de rebajar la trascendencia de una misiva, que por cierto en su versión castellana contiene errores tipográficos y sintácticos. Tanto Sánchez como su antiguo sherpa (así son bautizados los colaboradores de los primeros ministros encargados de preparar reuniones internacionales) tratan de hacer hincapié en que no se trata de ninguna revisión, porque en cualquier caso el conflicto tendrá que ser resuelto en el marco de Naciones Unidas y con la avenencia mutua del Frente Polisario y del Gobierno marroquí. Los polisarios no lo creen así y consideran que España les ha traicionado en su aspiración de que los marroquíes convoquen un referéndum de autodeterminación y califican muy tímida la autonomía que proponen. Esa idea ha perdido fuerza desde hace tiempo. Estados Unidos, días antes de que Trump dejara la Casa Blanca, anunció su reconocimiento a la soberanía de Marruecos sobre ese territorio. El nuevo Gobierno alemán se ha alineado con las tesis españolas y la Francia de Macron ya no habla de ninguna consulta popular. 

Discreción y sutileza

El ministro español siempre ha creído sobre todo en la discreción y la sutileza como armas esenciales para el arreglo de conflictos. Sin embargo, en esta ocasión, y por enésima vez, los marroquíes han jugado poco limpio pues filtraron una carta que Exteriores entendió no debía ser difundida. Y además, enfatizaron principalmente la cuestión del Sáhara sin mencionar lo que para el Gobierno español es también esencial: garantizar la estabilidad e integridad territorial de los dos países, en clara alusión a las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla y las aguas territoriales de Canarias. Y a ello se sumó una serie de torpezas donde el ministro no quedó en buen lugar para aclarar si Argelia, el gran apoyo saharaui en el Magreb, fue informada previamente. Al tiempo que regresaba a Madrid la embajadora marroquí ausente desde hacía diez meses, Argel llamaba a consultas a su representante en España.

Albares viaja el próximo viernes a Rabat para, según ha manifestado en el Congreso esta semana, establecer una hoja de ruta con su homólogo, Naser Burita, y una visita de Sánchez después del mes de Ramadán, donde se debe concretar la reapertura de fronteras y abordar el control de los flujos migratorios irregulares. «Yo me quiero llevar bien con tu país pero, por encima de eso, me quiero llevar bien con el mío», le ha dicho Albares a Burita en una conversación telefónica. A principios de este mes se produjeron dos nuevos episodios de salto de la valla de Melilla, que no llegaron a alcanzar la gravedad de la masiva fuga en mayo de 2021 de diez mil ilegales, entre los cuales muchos menores en la frontera con Ceuta, en respuesta provocadora de Marruecos a la entrada clandestina en España del líder del Frente Polisario, Brahim Gali, para ser tratado de coronavirus en una clínica de Logroño. Todavía colea el suceso, ocurrido poco antes de la avalancha migratoria en el que se vio implicada judicialmente Arancha González Laya, la anterior ministra de Exteriores, y su jefe de gabinete, Camilo Villarino, para quien Albares decidió vetar su nombramiento como embajador en Rusia. En el nuevo acercamiento español con el Reino alauí está la mano de EEUU. Albares viajó a Washington en enero para conocer al nuevo secretario de Estado, Anthony Blinken, y una alta funcionaria del departamento estuvo en Madrid días antes de que el Gobierno diera a conocer la carta de Sánchez. Lo que se cuestiona más dentro del propio ministerio es la oportunidad de este gesto en plena guerra de Ucrania. Blinken viaja estos días a Marruecos y Argelia con el tema saharaui en su agenda.

Nadie discute en Exteriores que el jefe de la diplomacia española conoce los dosieres a diferencia de no pocos de sus antecesores, sobre todo gracias a su estancia en Moncloa durante un año como asesor internacional de Sánchez. Es un experto en temas comunitarios y norteafricanos y de cooperación al desarrollo. Sin embargo, algunos le critican gestos autoritarios recientes con subordinados o con funcionarios de rango que teme pueden hacerle sombra como es el caso del hasta hace poco secretario de Estado para la Unión Europea, Juan González-Barba, a quien decidió destituir después de haberlo traído de Bruselas.  Todo ello casa mal con ese espíritu afable, dialogante y cercano que caracterizan sus relaciones con la prensa de este pequeñito pero tenaz diplomático acostumbrado a tener que mirar hacia arriba cuando trata con muchos de sus homólogos europeos y evidentemente con su gran jefe Sánchez. Su imagen era poco conocida más allá de correr detrás del jefe del Gobierno con una mochila al hombro en reuniones internacionales. Pero saltó, por desgracia para él, cuando se le vio sentado en el Falcón junto a su patrón, en un viaje a una cumbre informal europea. Sánchez, enmascarado en unas Ray Ban y en mangas de camisa, parecía más un agente de la CIA o simplemente el guardaespaldas del rey Felipe VI que un gobernante en contra de lo que era su deseo. A Albares le molestó la foto. No por él, sino por la frivolidad con la que la prensa trató a su superior.

Vínculos con Francia

José Manuel Albares es un gran connaisseur de Francia por razones ante todo familiares. Hélène Davo, una reputada jueza antiterrorista a la que conoció cuando estudiaban juntos en Deusto y que ya en el ejercicio de la carrera judicial estuvo destinada en Madrid, ha sido su esposa hasta fecha reciente. Con ella tiene cuatro hijos nacidos en sus diversos destinos diplomáticos. Davo en la actualidad es asesora de justicia del presidente Macron.

El jefe de la diplomacia española ha sido cónsul en Bogotá y también consejero en la representación permanente española en la OCDE y agregado cultural en la embajada de España en Francia. En enero de 2020, con el nuevo Gobierno de coalición, Sánchez decidió nombrarle embajador en París pese a que su su nombre sonó con fuerza para sustituir a Josep Borrell, quien se trasladó a Bruselas como Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. En los mentideros diplomáticos se dijo entonces que el «culpable» de su marcha a Francia fue el gran gurú monclovita, Iván Redondo, quien soportaba mal la presencia de Albares como asesor de política internacional del presidente. Roma no paga traidores.

Hoy Redondo trata de recuperar su imagen colaborando en los medios mientras que Albares, el Harry Potter español, prepara la maleta con destino Rabat con la esperanza de traerse un buen y duradero acuerdo con Marruecos, socio prioritario y estratégico pero históricamente poco fiable. Y a su regreso tratará de encontrar un hueco en su agenda viajera para pasarse un rato por su librería favorita madrileña y consultar las novedades.

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