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El buzón secreto

Fernando San Agustín: «En el espionaje, el amor por una mujer es mentira»

El exagente habla en su nuevo libro ‘La trastienda de los servicios de inteligencia’ sobre ETA, Marruecos o los nazis en España

Fernando San Agustín: «En el espionaje, el amor por una mujer es mentira»

El exespía Fernando San Agustín. | Cedida

«No sé la razón que me impulsa a escribir estos fragmentos de mi vida. Son sin duda unas pruebas acusatorias en mi contra. Quizás sea una especie de confesión pública para pedir perdón a quien corresponda. Al escribirlo siento vergüenza por algunos hechos. Pero es una vergüenza liberalizadora». Así arranca el libro La trastienda de los servicios de inteligencia, que acaba de publicar, en Roca editorial, el exespía Fernando San Agustín y del que os voy a adelantar algunos de sus contenidos más escalofriantes.

El libro abarca el periodo que va desde 1968 hasta 1979, en parte época de Franco y en parte ya con la democracia. Sus primeros recuerdos tienen que ver con la banda terrorista ETA, uno de ellos referido a la llamada operación «Exilio protegido», consistente en sacar de España y buscar refugio en el extranjero a los etarras que dudaban de participar en la lucha armada o, al menos, lo dudaban sus familiares. «La intervención de nuestros equipos antiterroristas daba como resultado –escribe- que todos los miembros del comando resultaban muertos o heridos, excepto el solicitante de protección».

En los años sesenta y principios de los setenta, San Agustín formó parte de una unidad especial que actuaba siguiendo órdenes del director del servicio de inteligencia: «El sistema de trabajo era eso de haz lo que sea, pero no me cuentes nada». En el libro explica: «Nuestro principal objetivo era acosar a todas las personas, organizaciones, instituciones, que tuvieran relación con ETA para que supieran que cualquier apoyo político, económico o social les iba a suponer soportar daños físicos, económicos o de prestigio. Gracias a esas continuas amenazas y a hechos reales, algunas pequeñas empresas y diversas personas esquivaban o se negaban a colaborar con ETA. Alegaban los daños que les habíamos causado en sus instalaciones, en sus propiedades, en sus relaciones o en su imagen».

Portada del libro.

Operaciones contra Marruecos y los nazis

Además de sus largas aventuras enfrentándose a miembros de ETA, narra historias como la operación en la que descubrieron el plan del rey Hassan II, hace casi 50 años, de desplegar todas las acciones posibles para arrebatar a España Ceuta, Melilla y parte de las Islas Canarias. Descubierto el proyecto, planearon acabar con la vida de su hijo Mohamed, lo que salió mal y convirtió al espía en objetivo de sus servicios secretos.

También desvela la «Operación Acogida», la existencia de un gran archivo con los nombres y cargos de los nazis que habían recalado en España, tras la Segunda Guerra Mundial, en la estación de Francia. Un archivo por el que llegaron a matar el servicio secreto de Israel, el Mossad, y el de Alemania, el BND. Uno para tomarse la justicia por su mano y el otro para evitar reabrir heridas que deseaban olvidar.

Daños sentimentales y alegalidad

El libro saca a la luz mucha información, pero también es un apasionante tratado sobre el mundo del espionaje desde una perspectiva humana. Tomen buena nota de lo que dice sobre el amor mientras un agente ejecuta una operación: «Nada hay que te produzca orgullo ni satisfacción, porque para hacerlo bien es necesario que olvides a tu familia, es necesario mentir mucho y bien, fingir mejor, engañar sin consideración, abusar de la buena fe de la gente a la que convences y cree en ti. Es un destino donde el amor por una mujer, más que una mentira, es un truco, una herramienta, un sacacorchos: donde la ética y la piedad son conceptos olvidados, porque confías en que jamás volverás a recordar los daños psíquicos, sentimentales y físicos que has provocado».

Su sentencia sobre el terreno jurídico en que deben moverse los espías es claro: «Yo nunca he defendido que el servicio navegue en la ilegalidad, pero reconozco —y la experiencia así lo dicta— que no hay otro remedio que vivir y trabajar en la alegalidad, y esto exige mucha imaginación, discreción y habilidad, virtudes que se les suponen a los agentes y al servicio, y que probablemente por ello se los denomina de inteligencia».

En La trastienda San Agustín cuenta cómo engañó al Mossad, cómo respondían a los atentados de ETA o cómo obtenían financiacón al no contar con dinero del Gobierno. Y también explica la necesidad de que los agentes importantes dispongan de su propia cobertura: «Para ejercer la función de espía, no se debe ni se puede pertenecer al organigrama del servicio de inteligencia. La nómina es un rastro que deja huellas, que te delata y facilita la pista para hacer fracasar tu misión o poner en riesgo tu vida. En plantilla solo tienen cabida los analistas y los equipos de apoyo, tanto logísticos como psicológicos. Un espía debe estar cubierto por un empleo, justificado gracias a la empresa que él mismo crea o para la que trabaja».

La trastienda de los servicios de inteligencia
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