THE OBJECTIVE
Vidas cruzadas

Quintana Paz: «El PP no se ha ocupado de los valores, y el vacío lo ha llenado el progresismo»

El profesor de Filosofía y director académico del ISSEP habla con David Mejía sobre el origen y los retos ideológicos de la nueva derecha

Miguel Ángel Quintana Paz es doctor en Filosofía y en la actualidad es director académico del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) en su sede de Madrid. Antes de incorporarse al ISSEP fue profesor de Filosofía en la Universidad Miguel de Cervantes de Valladolid. Y es columnista habitual de THE OBJECTIVE.

P.- ¿Por qué estudiaste Filosofía?

R. – Mucha gente estudia Filosofía porque tuvo un magnífico profesor en bachillerato o secundaria. En mi caso, tuve profesores bastante mejorables. De hecho, casi es verdad que me lo tomé a la manera inversa. Es decir, «esto que están dando estos señores tan mal tiene que ser algo distinto a lo que veo en las clases». Entonces, me metí en Filosofía por curiosidad de saber qué era eso tan grande que durante dos años no se me había manifestado como tan grande. Pero aún hoy se tiene esta idea de que la filosofía, o las humanidades en general, son un saber de segundo grado por comparación a las ciencias. Algo que no es tan potente. Cuando estuve dentro de la filosofía encontré la respuesta a esto, sobre todo en el segundo año de carrera, cuando empecé a estudiar la historia de la ciencia, y descubrí que la ciencia no tiene ese poder cognoscitivo absoluto. Esta idea de que la ciencia aporta un saber absolutamente de primera clase, definitivo y súper seguro se me rompió completamente. A partir de ese momento ya se habían desdibujado todas las posibles dudas, todas las posibles vacilaciones, y me di cuenta que la filosofía realmente era lo mío.

P. – ¿Te planteaste convertirte en profesor de secundaria?

R. – Siempre he sabido que mis vías eran dos: ser docente y no serlo en secundaria. Dentro de todo el recorrido educativo siempre tuve claro que en medio había un vacío que era justo la secundaria. Sabía de sobra cómo es la gente adolescente, y no me estimulaba en ese momento. Todavía hoy no me estimula lo más mínimo. Me estimula el momento previo, y esto, por ejemplo, le pasó también a Wittgenstein. Él estaba en la universidad y luego se va de profesor de primaria, a dar clases a los niños de diez años aproximadamente. Yo tengo más clara la docencia que la filosofía.

P. – Tu tesis doctoral fue sobre Wittgenstein, ¿verdad?

R. – Recuerdo que al salir de la tesis doctoral, una profesora salió asombrada diciendo: «Ah, pero tú tienes tu propio pensamiento». Creo que eso es lo que debería ser una tesis. Presentar tu propio pensamiento. Y en esa tesis, que efectivamente tiene a Wittgenstein en el título, lo que quise, más bien, es resolver un problema que me parecía interesante, muy básico, muy filosófico, quizá un poco abstracto, que es el problema de la normatividad. El hecho de saber cómo es posible que haya cosas que sean obligatorias en el mundo ético. También obligatorias en el campo del pensamiento. Eso sí, no me lancé yo solo a pecho descubierto a intentar descubrir, sino que me lancé utilizando herramientas wittgensteinianas. Cogía de Wittgenstein las herramientas, los argumentos, los ejemplos, las suposiciones que me parecían más desarrollables y las desarrollaba en una manera que a mí me parecía que resolvían esta pregunta, pero sin pretender que esa fuera la manera exacta en la cual Wittgenstein, antes del año 1951, que es cuando falleció, estaba pensando las cosas. La respuesta iba muy vinculada a esta cuestión de la normatividad con el presente, es decir, con la idea de que la pregunta no se puede plantear en abstracto, sino que se tiene que plantear muy contextualmente.

P. – Da la impresión de que te preocupaban debates del presente y que querías desenmarañarlos a través de Wittgenstein.

R. – Claro, y de ahí que la conclusión me inspirara en otro filósofo, Gianni Vattimo, que trabajaba en la Universidad de Turín y con el cual, por cierto, al acabar la tesis doctoral me fui dos años para hacer una postdoctoral. Vattimo decía que estábamos adentrándonos en un mundo en el cual esa normatividad cada vez era menos potente, menos contundente y además tenía un componente siempre muy social, por así decirlo. Las normas no venían de un cielo metafísico, no venían de una esencia que pudiéramos atrapar en las condiciones trascendentales de nuestro pensamiento. Vattimo es un posmoderno y es un diagnóstico de la posmodernidad. Es un diagnóstico de qué es lo que estaba pasando en el mundo en los años 80, 90 y primeros del 2000.

P. – Regresas a España y en esa época ya empiezas a dar clases en la Universidad Miguel de Cervantes de Valladolid.

R. – Cuando salgo por fin de este ambiente investigador, pasé por fin a dar clases y me dan la oportunidad en la Universidad Pontificia de Salamanca, y allí estoy dos años. Luego en Valladolid, en la Universidad Europea Miguel de Cervantes, me ofrecen una plaza más segura, el equivalente a una plaza de profesor titular, y allí estuve 15 años.

P. – ¿Y tu vocación docente se confirmó dando clase?

R. – Sí. Aquello fue el cambio total, porque desde el principio doy clase de filosofía o de ética a gente que no estudia filosofía, y es un reto mucho más interesante, porque tienes que convencer.

P. – Esta etapa, en la que comienzas a dar clase en la Miguel de Cervantes de Valladolid, coincide con la Fundación de UPyD, partido del cuál llegaste a ser afiliado. ¿De dónde viene esa vocación política y por qué te sentiste identificado con los valores de UPyD?

R. – Me afilié justo al empezar, en el verano de 2007. Existía la idea -que no es de UPyD, sino de Ciudadanos- de que hacía falta un nuevo partido de centro izquierda y no nacionalista. Y me interesó. Además, de repente vi que un montón de gente a la que yo admiraba, valientes combatientes contra el nacionalismo y contra el terrorismo en el País Vasco, me conocían como de UPyD. Entonces tenía dos opciones: o desmentirlo y quedar fatal, porque les acabo de conocer y les debo decir que el primer dato que saben de mí es falso, o adecuar la realidad al dato. Entonces fui a casa y me afilié. Y con ese pequeño empujón me metí en política. Entonces, como entro al principio y somos pocos, se reparten cargos. Realmente fue de casualidad porque nunca tuve interés en la política activa, pero sí que me interesaba deliberar, preguntar, cuestionar, entender, intentar aportar. En UPyD era difícil aportar porque el núcleo duro era muy duro. Pero bueno, conocí un montón de gente, y un montón de realidades. Luego, cuando salí, siempre he agradecido muchísimo tener esa otra parte, la más pragmática, la más real.

P. – ¿Ver un partido desde dentro no aumentó tu cinismo?

R. – No, todo lo contrario. Lo que sí aumentó es la cautela.

P. – ¿En esta época te identificabas con lo que representaba UPyD?

R. – En ese momento, sí. Pero UPyD no quería solo recoger a los descontentos del PSOE, sino que también se quería acoger a los liberales descontentos a quienes el PP no satisfacía.

P. – Viajemos al presente. Ahora eres el director académico del ISSEP, ¿qué significan estas siglas?

R. – Es el Instituto Superior de Sociología, Economía y Política.

P. – La sede en Madrid de un instituto que fundó Marion Maréchal en Francia.

R. –  Así es, pero más que una sede en Madrid, en realidad somos dos centros independientes, lo que ocurre es que tenemos los dos el mismo nombre y obviamente hay relaciones.

P. – Marion Maréchal es la sobrina de Marine Le Pen, y fue diputada por el Frente Nacional. En ese momento era la diputada más joven en su momento en la Asamblea Francesa. Pero se distancia del Frente Nacional cuando el grupo decide no salir a la calle cuando se aprueba el matrimonio homosexual.

R. – En Francia está el Frente Nacional, posteriormente llamado Agrupación Nacional, que es un partido que recoge muchos elementos de lo que se llama ‘nueva derecha’; elementos que la derecha tradicionalmente no había recogido, como la preocupación por los problemas que trae la inmigración y una mirada menos asociada al liberalismo económico. Maréchal, efectivamente se separa del partido de su tía por dos cosas. Primero hay un interés en hacer la batalla cultural desde fuera de la política, porque hay un hueco en Francia que ella percibe. Y es que en Francia hay un partido de derechas más liberal y uno muy políticamente incorrecto, euroescéptico, que considera que Europa tiene que ser una alianza de naciones, pero nada más. Por lo tanto, un poco anti sistémico. Entonces, una gran idea de la derecha -o de la no izquierda- tiene que incluir lo liberal y también lo patriótico, lo nuevo, rompedor… Pero ahí falta algo en las tradiciones de la derecha de toda la vida, que es lo conservador, y eso es lo que se percibe que faltaba en Francia: alguien que defendiera las ideas conservadoras, que se parecen a veces un poco a las liberales, pero no son idénticas. Y defender la idea de que hay ciertos valores heredados de la tradición que te hacen ser lo que eres, que están bien y que no pasa nada porque sigan. Y es muy interesante hacer un centro de pensamiento donde todas esas corrientes empiecen a comprender que aspiran a defender el valor de toda la cultura tradicional ante la amenaza de su disolución.

Foto: Víctor Ubiña

P. – ¿Compartes ese temor a la disolución de la cultura occidental? El partido político que representa esa idea en España es Vox.

R. – Bueno, alguna parte de Vox. En el profesorado de ISSEP tenemos a personas que son del PP y también perfiles liberales. Algunos colaboran con el gobierno de Ayuso, como López Zafra o Alfredo Timmermans, pero también gente que viene del antiguo Ciudadanos como Juan Carlos Girauta. Yo creo que, como te decía, los ámbitos de estudio o de investigación, como ISSEP Francia o el de Madrid, son todo lo contrario. Son un presente de espacios de conexión, de ideas y de visiones de las ideas que capitanea, principalmente, el progresismo.

P. – Y esto es la guerra cultural.

R. – Efectivamente, es tener claro qué es lo que no te gusta. Luego es verdad que del otro lado hay gente muy distinta, pero pongámonos a hablar, pongámonos a discutir, a debatir con componentes teóricos serios. Yo creo que en Francia se ve mucho más claro y es una sociedad partida en múltiples clivajes. Estamos jugando, como si dijéramos, a tres bandas. Hay tres visiones de qué queremos ser, de cómo tiene que ser nuestra civilización. Por un lado, la islámica. Frente a eso tenemos un Occidente partido en dos. Una parte es progresista, cosmopolita, cree que las naciones han pasado ya su momento de la historia y que ahora tenemos que ir hacia macro organizaciones mundiales, incluso hacia un gobierno mundial. Y después todos estos pertenecientes a grupos oprimidos, por así decirlo, a quienes se les da permiso para pasar de víctimas a victimarios.

P. – Entonces tenemos tres ejes. Un eje religioso, es decir, tradición cristiana frente a la tradición musulmana. Otro eje que es patriotismo o globalismo, y otro que es opresores y oprimidos. Y desde el ISSEP se combate sobre estos ejes porque la derecha tradicional, el Partido Popular, no tiene propuestas.

R. – Yo siempre digo que cuando intentaba hablar de la importancia de las ideas con el Partido Popular dedicaba el 90% del tiempo a defender que eran. El PP no se ha ocupado de los valores, y ese vacío lo ha llenado el progresismo con sus dogmas.

P. – ¿Consideras que el llamado discurso progresista supone una amenaza?

R.- Estamos en un momento del mundo en el cual, dominando bien redes sociales, las ideas, la cultura, los mensajes que se transmiten, se puede conseguir un alto grado de dominio. También va en esa dirección el mundo de la empresa. Los eslóganes como «Black Lives Matter» y demás fueron apoyados por Apple, Microsoft, Google, Facebook, Amazon. Empresas que tienen más potencia económica que algunos países. Teniendo esos cuatro ámbitos -entretenimiento, comunicación, educación, y empresas- es normal que el quinto ámbito, que son los políticos, cuadre con ellos. Todo este capitalismo e imposición priva la libertad.

P. – Me sorprende que en España personas tan preocupadas por la libertad nunca critiquen de forma contundente un régimen liberticida como la dictadura de Franco.

R. – Tradicionalmente se ha utilizado, y tiene un sentido en el año 78, la demonización del franquismo como elemento de consenso. Era una demonización del franquismo que no suponía una hagiografía, una exaltación, una beatificación de la II República, porque la izquierda era consciente también de sus pecados. Pero yo creo que todo eso se rompió  partir del año 2004. Desde entonces la izquierda ya no está dispuesta a seguir este esquema. En el esquema actual hay una especie de reproche de la derecha al reconocer lo malo del franquismo pero queriendo que la izquierda también reconozca que ellos fueron malos. Pedro Sánchez, por ejemplo, alaba a Largo Caballero, y sin embargo, fue tan golpista como Franco. José María Marco, que es un autor que me gusta mucho, dice que en España estamos en una situación súper peculiar. Piensa que el país es una especie de manicomio, con un psicópata y con un neurótico, y un psicópata y un neurótico nunca se pueden comunicar. El psicópata es el que piensa que nada de lo que ha hecho está mal. Tiene una memoria absolutamente inmaculada. Y el neurótico es todo lo contrario, es el que está obsesionado con su pasado. El psicópata es la izquierda y el actual neurótico es la derecha.

P. – El año que viene habrá elecciones en Estados Unidos, ¿votarías a Donald Trump?

R. – Entre Trump y Biden, sí, votaría a Trump sin dudarlo. Biden es una persona incapacitada para gobernar y que por lo tanto, te hace plantear la pregunta de ¿quién gobierna? La pregunta difícil sería entre Trump o Ron DeSantis.

P. – Terminamos con la pregunta habitual, ¿a quién te gustaría que invitáramos a Vidas cruzadas?

R. –  Me gustaría que invitarais a José María Marco.

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