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'Caleta Palace': emociones para después de una guerra

La película, dirigida por José Antonio Hergueta, narra la vida de Málaga en 1936 y 1937 y alterna cine, teatro y documental

‘Caleta Palace’: emociones para después de una guerra

Imagen de soldados durante la guerra civil española. | Europa Press

Como ocurre con la literatura y lejos del tópico de la abundancia, no está hecha todavía la gran película sobre la Guerra Civil española, aunque algunos escritores y directores empiecen a acercarse a ello al menos por partes, desde las provincias, en este caso que nos ocupa desde el flanco sur como una suerte de ejército amigo. La Guerra Civil –dijo Juan Benet, experto en la materia, y cuyo magisterio bélico dejó en algunas de sus mejores obras– es el acontecimiento español más determinante desde el Descubrimiento de América, y es algo, por tanto, que seguirá interesando durante mucho tiempo. Si es verdad que las guerras civiles duran cien años, aún nos encontraríamos en medio de la contienda que cambió el curso de la historia de España, y seríamos de alguna forma los últimos soldados en un campo de batalla ibérico, metáfora de otra metáfora como la de Unamuno: el eterno e irresoluble combate entre la razón y las entrañas. 

Lo cierto es que de la Guerra Civil en Málaga no sabemos lo suficiente ni los que presumimos de conocer a fondo el drama sufrido por España entre 1936 y 1939, los que hemos usado la guerra como combustible y escenario de nuestra obra, y es por ello que la llegada de una película como Caleta Palace nos llenó a algunos ya desde un principio de curiosidad, gozo y entusiasmo. A su director, José Antonio Hergueta (Málaga, 1966) ya lo conocía uno por el documental Operación Úrsula (2005) y por el cortometraje Paraíso en llamas (2020), que es una suerte de avance de la película que he tenido la suerte de ver, con la que comparte actores y escenario.

Yo había llegado al cine en el momento en el que un cielo amenazante se amorataba tras un incendio crepuscular, y ya era sorprendente la cola que me esperaba bajo el mismo: entre ellos, muchos de los descendientes de quienes vivieron lo que íbamos a ver, supuse, algo que comprobé luego por los comentarios en medio de la película, siempre molestos en el cine y ayer comprensibles y lícitos, en especial los de los muy ancianos, algunos de los cuales tenían al terminar la película lágrimas en los ojos. En la sala grande del cine Albéniz no cabía un alma.

Jose Antonio Hergueta

Caleta Palace es una película que combina a la perfección el cine, el teatro y el documental, algo que no debe de resultar fácil de hacer. Para ello José Antonio Hergueta, con un guion que firma de consuno con Regina Álvarez Lorenzo, se apoya en un archivo fotográfico y fílmico extraordinario e inédito, unos actores sobresalientes que nos interpelan directamente desde sus vestimentas y estéticas de la época (muy bien elegidos en sus papeles, todos ellos reales) y un montaje subyugante, con toques de misterio y acción, en el que se alternan las imágenes del pasado con las de una boyante Málaga actual en feliz alimón.

Regina Álvarez Lorenzo

«Se sabe muy poco de lo que ocurrió cuando la ciudad del paraíso se convirtió en una suerte de Madrid sureña»

La historia y el tiempo narrados no son del todo bien conocidos, como decía, y de ahí el mayor interés en la cinta: quizá la mayoría de la gente tenga claro que Málaga cayó a comienzos de febrero de 1937 en manos de Ejército Nacional, y que hubo tras ello espanto y venganza contra la mal llamada Málaga la Roja, pero se sabe muy poco de lo que ocurrió en la urbe en los siete meses de resistencia anteriores, cuando la ciudad del paraíso se convirtió en una suerte de Madrid sureña donde el lema más escuchado era, también, el ¡No pasarán!. Málaga fue la gran ciudad meridional que resistía el embate faccioso, más en parte debido a su situación geográfica que al poderío militar y obrero, pues, como Madrid también, la ciudad había quedado —liquidado el Ejército y armado el pueblo por el primer ministro farmacéutico José Giral, íntimo amigo de Azaña— en manos de asociaciones obreras, anarquistas, sindicatos y el Partido Comunista, predominando entre ellos los de corte insurrecto, quienes habían visto el momento perfecto para iniciar la revolución.

De la noche a la mañana, en el caluroso mes de julio, todavía confusas las noticias sobre un levantamiento militar en Marruecos, se desató en Málaga lo que Wenceslao Fernández Flórez llamará el Terror rojo: incendios de edificios nobles, saqueos de negocios y viviendas acomodadas y detenciones y asesinatos sin juicio por el simple hecho de ser personas prósperas o señaladas como derechistas. Una Málaga en llamas que se adorna con banderas rojinegras y rojas a secas con hoces y martillos, donde los coches requisados a los burgueses lucen pintadas de la FAI y lemas revolucionarios y el caos es dueño y señor del día a día.

En medio de este espectáculo que tiene al mundo en vilo entran en escena —tras el papel protagonista principal de la propia ciudad— los personajes de esta melancólica y admirable película, comenzando por un simpar Sir Peter Chalmers, un viejo aristócrata británico zoólogo (al que interpreta un siempre convincente Miguel Rellán y al que los malagueños llamaban Sopita) que jugará a dos bandas: con simpatías por la izquierda ideológicamente y como noble protegiendo a los poderosos derechistas Bolín, a cuyo miembro más conocido, Luis, da vida (y miedo) Miguel Hermoso. Un acierto más de la cinta es la presencia de un Gerald Brenan ya cuarentón y de vuelta de las Alpujarras, con su esposa Gamel Woolsey en Churriana, poeta sureña americana que en algún momento comparará su sur de algodón con el sur donde se resigna a vivir la guerra, también con diferencias abismales de clase (muy bien Nadia de Santiago y Fernando Ramallo).

Y la bella y talentosa Mercedes Formica, representante de una burguesía ilustrada y católica, que se ve obligada a huir, como tantos burgueses acomodados, a una Gibraltar atestada de gente horrorizada como ella, a la que da vida en la madurez una genial Amparo Pamplona. No podía faltar al elenco un gigante como Pedro Casablanc, que se convierte en el dandi espía comunista Arthur Koestler con pasmosa facilidad, a lo que le ayudan los encantos periodísticos de la preciosa Ana del Arco, quien se mimetiza con la reportera noruega Gerda Grepp.

El actor Miguel Rellán. | Europa Press

«La obra nos interpela directamente desde un pasado remoto que está muy cerca»

Con todo, lo mejor de la película es el efecto hipnótico que produce merced a la alternancia antes citada de cine, teatro y documental, fusionando el presente y el futuro de una forma admirable, dándonos la complicada y gratificante sensación de que seguimos en esos años pero a su vez a salvo del dolor y del espanto. Es buena la música, y sobre todo lo son las imágenes reales, las de una ciudadanía empobrecida y con un atraso de siglos –y en muchos casos hambre de perro callejero, que decía Sénder en su visita al sur–, niños con las caras sucias de churretes y dientes cariados que miran embobados a la cámara, marengos tirando del copo en ángulos imposibles, intelectuales a la violeta con gomina y gafas redondas dando mítines obreros, los buques Canarias y Baleares disparando desde el mar con saña, la desolación de la Desbandá hacia Almería y una Corpo Truppe Voluntaire italiana que canta al entrar en Málaga el himno de Giovinezza entre lágrimas de ardor guerrero (entre los que estaba el periodista Bonaventura Caloro, aquí Pepe Viyuela). 

La película toma su título de un viejo y mítico hotel de la zona acomodada del este de la ciudad, muy cerca de la casa de Sopita y de la trama de esta película, todavía en pie con sus características y malagueña tejas verdes mirando al mar de Alborán, y era tal la comunión con lo que estábamos viendo que a mitad de metraje se fue la luz en el cine, como en una amenaza por bombardeo de los aviones de Mussolini: quizá un guiño más de una obra que nos interpela directamente desde un pasado remoto que está muy cerca, valga el oxímoron. 

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