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Política

Un ensayo denuncia cómo la izquierda se ha entregado al globalismo

Paloma Hernández, autora de ‘El fin de la izquierda’, sostiene que el globalismo pretende destruir el Estado nación

Un ensayo denuncia cómo la izquierda se ha entregado al globalismo

Paloma Hernández. | Ilustración de Alejandra Svriz.

Los grupos autopercibidos de izquierdas en América y Europa encuentran actualmente involucrados en los planes y programas ideológico-políticos de ciertas plutocracias políticas y financieras que justifican el orden práctico del imperialismo anglosajón con Estados Unidos a la cabeza. Esta es la tesis que sostiene la filósofa y divulgadora Paloma Hernández en su ensayo El fin de la izquierda. Análisis del desbordamiento de las izquierdas por el globalismo oficial.

La autora sostiene que la izquierda ha sido «domesticada» por «los grandes poderes imperialistas» gracias a un proceso de «infiltración», de modo que ha pasado de defender la «antiglobalización» a adherirse al globalismo. Hernández señala dos hitos en este proceso de neutralización: Mayo del 68 y la Sociedad Fabiana -el socialismo del Imperio Británico en el siglo XIX- que copó buena parte de la socialdemocracia europea. «El objetivo era crear una izquierda domesticada que pudiera aislar a la izquierda radical, al comunismo. Y lo lograron», abunda.

¿Cuál es el sistema de ideologías que empuja a la izquierda del presente autoproclamada «progresista»? ¿Qué transformaciones ideológicas ha sufrido desde la caída de la URSS? ¿Podemos seguir hablando de izquierdas en sentido político? ¿Tiene algo que ver el globalismo ideológico con el comunismo? ¿Puede triunfar una reacción de la izquierda materialista a la izquierda indefinida? A esta y otras cuestiones responde en el libro y en esta charla con THE OBJECTIVE.

De un tiempo a esta parte, se habla de cómo el eje izquierda-derecha está superado, y que la dicotomía entre globalistas y patriotas explicaría mejor la realidad política. 

Yo creo que globalistas-patriotas no es el único eje, pero sí es el que está marcando de una manera más clara el ambiente ideológico-político del presente, sobre todo en Europa y América. La idea de «ceder toneladas de soberanía» a ciertos organismos supranacionales es una tendencia que se está imponiendo como hegemónica, pero no es la única. 

¿Tiene sentido seguir hablando de izquierdas o de derechas?

No. Esa dicotomía, como la de progresistas frente a conservadores o la de fascistas frente a demócratas, se usa de forma maniquea y encierra una especie de teología política, pues se plantea como una lucha a muerte entre el bien y el mal. La dialéctica «globalistas frente a patriotas» se aproxima más a la política real en el sentido de que atiende a cuestiones políticas y geopolíticas: hay quienes están a favor y quienes están en contra del modelo del Estado nación, que es el que ha imperado en los últimos 200 años.

¿Tiene sentido plantearse la pregunta de si el globalismo oficial es de izquierdas o de derechas?

No, ninguna. El globalismo oficial es un imperialismo de Estado y su plano tecnológico —el plano de la Realpolitik— es la lucha a muerte entre Imperios. El plano de la dialéctica de clases (lucha entre «izquierdas» y «derechas», por ejemplo) ha sido desbordado por el plano de la dialéctica de Estados y de Imperios.

«Todos los partidos con representación en las Cortes son socialdemócratas»

Pero es la izquierda política, empleando aquí «izquierda» como atajo cognoscitivo para el ciudadano, la que está más próxima al globalismo.

Unidas Podemos, desde luego, se alinea sin fisuras con el sistema de ideologías del globalismo oficial, pero muchas otras instituciones también. Lo que tenemos que subrayar es que la «Izquierda» nunca ha existido como una unidad armónica. Históricamente se han dado distintas generaciones de izquierdas enfrentadas a muerte no sólo frente a las distintas modulaciones de la derecha, sino entre sí. Ahora mismo la única generación de izquierdas que persiste de alguna manera en Europa y América es la socialdemocracia, pero se trata de una socialdemocracia muy transformada. En España todos los partidos políticos realmente existentes, con representación en las Cortes, son socialdemócratas. Recordemos que la Constitución de 1978 especifica que España se constituye como un Estado social y democrático de derecho: la democracia española es socialdemocratizante. No estoy diciendo que PNV, PSOE y Vox sean lo mismo, lo que digo es que las diferencias ya no son de género (la socialdemocracia) sino de especie (distintas interpretaciones de la socialdemocracia). Muchas diferencias están en el terreno extrapolítico.

Abunde en esta cuestión.

Los socialdemócratas históricos asumían una idea central del marxismo, según la cual la emancipación proletaria pasaba, como condición ineludible, por el fortalecimiento de los Estados nación: Estados grandes y fuertes, no mini Estaditos fragmentados y débiles, como postula el modelo confederal de PSOE, Sumar y Podemos. Asumían, además, que la lucha por dignificar a la clase obrera había que hacerla por la vía democrática, desde dentro del sistema y por las urnas. En este sentido, todos los partidos representados en el Régimen del 78 se enmarcan dentro de esta corriente, ya que la propia democracia española (Estado social y democrático de derecho) limita los planes y programas de los partidos políticos: la democracia ecualiza a los partidos políticos, los iguala. De hecho, la presunta clase obrera nacional no existe, sino que está dividida, repartida, y cada uno vota a un partido político distinto. La idea de clase obrera universal o nacional es un mito.

¿Cuál es el problema entonces? Pues que nuestro marco constitucional se redactó con la suficiente ambigüedad como para que haya dado lugar a interpretaciones del todo desleales con la nación política; se redactó pensando que se iba a producir de manera espontánea la lealtad de las distintas formaciones políticas, pero esta lealtad no se ha dado. Lo que tenemos ahora es un grupo grande de fuerzas que se auto presentan como progresistas y que atentan contra el Estado nación. En suma, unos partidos postulan la unidad territorial y el respeto a la soberanía nacional y otros apuestan por el recorte de la soberanía en función de ciertos privilegios territoriales y según criterios etno-lingüísticos. Por tanto, si un partido como el PSOE se desmarca del Estado nación como plataforma ineludible para la defensa de los derechos sociales del proletariado ¿podemos seguir llamándolo socialdemócrata? Es más, ¿podemos seguir llamándolo partido político, cuando ha perdido ya la referencia de la Polis, España?

¿Cuáles son las características del globalismo?

En el libro se abordan dos planos de análisis: el momento tecnológico y el nematológico. En el tecnológico lo que observamos es la política real, el despliegue de los planes y programas político-económicos reales que están poniendo en marcha ciertas élites del imperialismo anglosajón con EEUU a la cabeza y que hacen lo que tienen que hacer —o lo que pueden hacer— en un momento de intensa dialéctica de Imperios y Estados. Donald Trump, por ejemplo, forma parte de otras élites y postula un modelo de Imperio diferente al de los globalistas. El problema surge porque EEUU está viendo los límites de su modelo de imperio universal, límites marcados por China y Rusia, entre otros. Dicho de otra manera, EEUU está comprobando que el modelo de Imperio universal es un imposible político.

Ahora bien, todo imperio con vocación universal se sostiene sobre una nematología metafísica (una ficción) sin la cual su labor se haría imposible. Es decir, los planes y programas políticos de este Imperio tienen que ir necesariamente acompañados, empujados, por una serie de mitos, creencias, ideologías para seguir adelante en sus proyectos universalizantes. Es a esto a lo que llamamos momento nematológico. La idea-fuerza fundamental del globalismo oficial es el mito del Género humano, entender a la humanidad como una totalidad a la que se puede volver a globalizar una vez caída la Unión Soviética. ¿Cómo? Pues el plan de los auto-titulados progresistas es el siguiente: el borrado de las fronteras y la desaparición de los Estados son condición necesaria para emprender todos juntos el camino hacia la salvación del planeta Tierra y de la Humanidad, y eso lo conseguiremos a través de un feminismo universal, de una democracia universal, de la paz universal, de los derechos humanos universales, de la justicia social universal y, en definitiva, de la mano de la Izquierda global, como decía Judith Butler.

Hablando de Judith Butler, parece que el feminismo ha comprado el transactivismo, que puede ser un caballo de Troya que termine por destruirlo.

Desde luego. La doctrina queer entiende que existe algo así como un «yo» metafísico, flotante, un «yo» ya perfectamente definido y determinado incluso en sus atributos, gustos y preferencias sexuales; un «yo» que, en el momento de encarnarse, caería accidentalmente en un cuerpo u otro. De ahí que sea común escuchar aquello de «he nacido en un cuerpo equivocado». Estas doctrinas interpretan que la realidad se construye a través de la conciencia subjetiva del sujeto. Es un ataque frontal a la racionalidad y a la forma objetiva de comprender la realidad. 

«Uno de los caballos de batalla del globalismo es la extinción del Estado nación, idea que coordina muy bien con esas izquierdas que ven a España como un Estado fallido»

La reacción al globalismo es fuerte en Europa pero tibia en España, ¿por qué?

En España tenemos una historia muy particular que ha servido como campo de batalla ideológico en la lucha entre partidos políticos. Me refiero a que España fue un Imperio generador, cosa que no es entendida desde el marco decolonial de estos grupos auto-percibidos de izquierdas, que no distinguen entre los diferentes modelos de Imperio que se han dado históricamente. Pero, además, tenemos la cuestión del franquismo. Estas dos realidades han condicionado la caracterización ideológico-filosófica de nuestras izquierdas, que son explícitamente antiespañolas. Y ya hemos dicho que uno de los caballos de batalla del globalismo es la extinción del Estado nación, idea que coordina muy bien con esas izquierdas que ven a España como un Estado fallido, insalvable. Su extinción, por tanto, estaría justificada. 

En este sentido, empiezan a surgir partidos que intentan recuperar la izquierda materialista, anti-globalista, como Izquierda Española. ¿Les augura éxito?

Soy bastante pesimista. Los poderes hegemónicos, tanto políticos como mediáticos, van a tender a demonizar cualquier iniciativa política que se presente como patriótica, les da igual si en el nombre de esos partidos aparece la palabra izquierda. El problema estriba en la referencia a la patria. Para los grupos autodefinidos de izquierdas que detentan el poder la patria es una cosa de fachas. No entienden que la patria es el territorio (donde están depositadas las riquezas de la nación). Esto lo sabían perfectamente los antiguos, desde Homero que entiende que la patria es el territorio donde se desarrolla la actividad política, social y económica de la población y el marco desde donde se establecen sus libertades y derechos. Esto se incorpora a la filosofía griega y romana, atravesando toda la Edad Media… Hasta nuestros días, momento en que muchos entienden que la patria es una cosa desechable. Pero esta idea es muy moderna. Por tanto, valoro positivamente que surjan grupos de «izquierdas» que intenten recuperar esa idea de patria frente a las izquierdas indefinidas y disolventes. El principal problema que veo es que partidos como Izquierda española siguen presos del mito de la Izquierda (y del de la Derecha) así como de la idea de que ellos representan, por fin, la auténtica Izquierda. Hechas estas críticas, mi posición es que frente a un PSOE disolvente de la nación y frente a los secesionistas, estos partidos nuevos son mis aliados: solidaridad frente a terceros.

El fin de la izquierda: El desbordamiento de las izquierdas por el globalismo oficial
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