cuentos

Claudio Biern Boyd

Claudio Biern Boyd

«Al autor de ‘D’Artacán y los tres mosqueperros’ o ‘David, el Gnomo’ los niños de la EGB le debemos tardes de entretenimiento y que nos tratara con respeto»

Las noches libérrimas de John O'Hara

Las noches libérrimas de John O'Hara

Son tantas las cosas que se cuentan de John O’Hara (1905, Pensilvania; 1970, Nueva Jersey), es tan poderosa su personalidad, que es fácil caer en la tentación de hablar más de su vida que de su obra. O’Hara es uno de esos escritores atormentados y siempre acompañados por su leyenda. Bebía, claro. Preferiblemente whisky. Solo cuando lograba dominar sus resacas se sentaba a escribir, si es que antes no se había metido en alguna pelea.

El delirio del capitán Nemo

El delirio del capitán Nemo

Hola, me llamo capitán Nemo y soy grafomaníaco. Llevo más de 7 horas sin coger un bolígrafo. Hoy a las 9:33 de la mañana dejé de escribir. He venido aquí para poner punto final a esta condena infinita de la letra escrita. He sido capaz de escapar de la escritura y a la caligrafía. Soy miembro de la parte de La Résistance. Son 7 horas seguidas sin anotar nada. Sin esclavitud. Ni una palabra, ni una cita. Nada. Todavía siento ganas de sentir con mis dedos el tacto singular de mi moleskine. Echo de menos el tejido lineal de la caligrafía. No solo eso. Durante 7 largas horas no he tomado una fotografía. Nada de nada. Ni un selfie. No me he grabado ni siquiera para editar un recordatorio en el smartphone. Me aguanto las ganas de entrar a ese Bosque Sagrado que es Twitter y abandono el teclado. No escribo versos medidos ni comedidos. Hoy son las 16:16 del día 16 del mes 16 del año 16. No es fácil. Lo suponía. Lo estoy pasando mal. Me cuesta resistir. Un extranjero como yo, de insigne apellido, oh, Dios, no aguanto más y lo suelto. Recuerde conmigo al hijo aquel de Salamanca, Torres Villarroel, hijo de librero e ilustre poeta ilustrado, aunque bien parecido a aquel, sabrá ya, que yo no soy él. Don Diego fue lector de libros antiguos y rimador que escribió en el siglo diecisiete, lo que me recuerda que son ya más de siete horas, más de siete, las horas que llevo yo sin probar la textura del roce del pincel de tinta negra sobre el cándido papel.

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