No puedo evitar pensar que cuando se habla de Juego de Tronos como el fenómeno televisivo de la temporada, se está siendo injusto con el juez Marchena. El veterano magistrado nos está proporcionando momentos de entretenimiento insuperables. Un entretenimiento quizá menos sofisticado, pues se parece demasiado al regocijo que uno siente cuando alguien (¡por fin!) pone en su sitio al niño insufrible. Sí, la retransmisión del juicio nos trae también algo terrible: la constatación de cuánta gente vive atrapada en ese hiato entra la niñez y la vida adulta que es la adolescencia. El magistrado Marchena convertido, por imperativo legal, en profe de secundaria, obligado a reiterar a cada testigo que un juicio no es un juego de campamento. Obligado, en definitiva, a recordar, una y otra vez, que la vida va en serio.
«En nuestro reino se habla mucho de la normalidad democrática. Al hacerlo, se corre el riesgo de juzgar la democracia a la luz de la normalidad en lugar de lo contrario»
Inauguramos año con la misma sensación con la que cerramos el anterior: intuyendo que, al otro lado, no sabemos dónde, acechan los bárbaros. Tomen estos la forma del auge de China, las crisis migratorias, la revolución tecnológica, el aumento de la desigualdad o la degradación de salarios y condiciones laborales. La sociedad occidental parece en guardia en la Fortaleza Bastiani que Dino Buzzati retrató en su novela El desierto de los tártaros. O ante el más reciente Muro de Juego de Tronos que separa Los Siete Reinos de las tierras de los salvajes.
La mejor noticia de los últimos tiempos es el éxito de Juego de Tronos. Antes de que me caigan encima: no lo digo por los méritos particulares de la serie de HBO.
The Terror, la serie sobre la expedición de Franklin al Paso del Noroeste basada en una ficción de Dan Simmons y producida por Ridley Scott, es la última sensación en la televisión española. Se beneficia, cómo no, de una producción lujosa, que al confinar a los actores en los dos navíos encajados en la masa de hielo adquiere una forma se diría que teatral; y de unos actores que recordamos de otras series de éxito como Roma y Juego de tronos. Ciarán Hinds hace un estupendo Franklin: dubitativo, débil, benévolo, fatuo y breve.
Ahora vamos a comprobar si nos ha servido de algo tanto Juego de tronos durante estas vacaciones. Se ha discutido mucho si la 7ª temporada ha resultado peor o mejor que las anteriores, si se han perpetrado incoherencias, como que los personajes se trasladen a una velocidad de vértigo, si apenas hubo sexo o si la violencia perdió mordiente.
Hace tres o cuatro años, el presidente de mi periódico me aconsejó ver Juego de tronos para entender a Podemos. Como soy humilde y jerárquico, me metí la serie entre pecho y espalda a contrarreloj con sentimientos contrapuestos, ideas contrariadas y juicios contrarios, y aquí sigo, encima, esperando la próxima temporada, contradictorio. Tras pasar por el trance, he notado que ahora la opinión política, en general, y los de Podemos, en particular, han parado en seco de hablar de Juego de tronos. ¡Vaya por Dios! No se sabe ni si Felipe VI ha visto la serie que le regaló Iglesias.
Durante unos años solo se podía hablar de series. Recuerdo una comida con varios intelectuales que solo se animó de verdad cuando salió el tema. Al final, dos de los más célebres intercambiaron varios DVD piratas. En una conversación con varios jóvenes, un ensayista se quejaba de que el arte no había aportado nada realmente bueno desde el periodo de entreguerras, y eso siendo generosos. Desdeñaba sin entrar en detalles a Faulkner, Fellini y Lucian Freud, pero salía de su apatía al comentar giros de la trama de series de televisión.
La Iglesia Católica, marca milenaria especializada en un producto virtual destinado al control social, cambia fieles por followers, hostias por hashtags y se hace trending topic en el camino.