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Cultura | Literatura

Gólgota

Gólgota

«Si ya resulta intolerable que la basílica del Valle sirviese de mausoleo a un dictador, todavía lo es más que en sus columbarios se apiñen decenas de miles de cadáveres, muchos de ellos sin identificar»

Todos somos Herralde

Todos somos Herralde

«La última vez que bailé aquí fue el día de mi boda y ahora, cuando levanto la mirada desde el suelo de la madurez más y más miope, solo puedo sonreír al descubrirme acompañado de muchísimos de los amigos que desde entonces he sumado a mi vida»

La vita è mobile

La vita è mobile

Para no defraudar a las voluptuosas vírgenes del paraíso, algunos adinerados musulmanes buscan antes perfeccionar sus artes amatorias con las huríes del edén marbellí de Olivia Valere, que es una suerte de cielo hialurónico. Allí esperan ellos, sentados como raperos, mientras las chicas dan su “putivuelta”, como dicen en “Élite”, minivestidas para la ocasión. La noche funciona como un casting de Gran Hermano: se compite por encerrarse en una casa y practicar edredoning, pero, en vez de maletín, se llevan tres mil euros y un iPhone. Hay que ver cómo se han devaluado las proposiciones indecentes.

The Jean-Paul Sartre cookbook

The Jean-Paul Sartre cookbook

«Agosto es sobre todo eso: la sumisión incondicional de la moralidad a la historia. Por eso la socialdemocracia es también ese agosto interminable en el que nos pasamos lamentando que septiembre, sin embargo, avanza»

La biblioteca de mi padre

La biblioteca de mi padre

«En el salón está el libro con el que me siento más identificada, Cinco minutos de paz. La historia de una elefante madre de tres hijos que no le dejan ni desayunar tranquila ni mucho menos leer el periódico»

Toma de tierra

Toma de tierra

Una de las primeras frases que aprendió a decir fue «¿Cuánto falta?». Sus padres solían llevarlo de excursión y en ese hábito cifra Erling Kagge su kilómetro cero. Cumplidos los 55, este editor noruego ha hilado su experiencia andante en Caminar, una deliciosa invitación al paseo, al mensurable gozo de soñar erguido, acompasando los pasos y las ideas, y proyectando esa fricción, por la que el cuerpo pasar a ser mente andariega, sobre el horizonte mismo; sobre esa montaña, ves, a la que hemos ido aproximándonos hasta dejarnos engullir por ella: ¡y pensar (¡pensar!) que hace nada estábamos ahí abajo! (No hay nostalgia más punzante que la que surge de la certeza de avistar el pasado; volver la vista atrás, en su más recto sentido.) Bien sabe Josep Maria Espinàs (que ha dejado, ay, de llegarse a Lázaro a la hora del almuerzo) que el simple acto de interpelar al paisaje poniendo un pie delante del otro, es desentrañar el mundo. Sobre ese y otros aspectos discurre Kagge, y no sólo a partir de sus vivencias, sino también de la indagación en el campo de la neurología, cuyos últimos hallazgos validan las observaciones que, sobre este punto, nos legaron filósofos como Montaigne, Kierkegaard, Heidegger…

La alegría de la lucidez

La alegría de la lucidez

Decía el personaje de Federico Luppi en la película Lugares comunes de Adolfo Aristarain que existe algo así como “el dolor de la lucidez”, el daño y la responsabilidad que conlleva saberse dueño de una cierta verdad. En el caso de Marta Peirano hay, más bien, una “alegría de la lucidez”.

¡Dios santo, Widmerpool!

¡Dios santo, Widmerpool!

En una de sus novelas, Julian Barnes se burlaba de las coincidencias un tanto inverosímiles que poblaban la gran saga de Anthony Powell, “Una danza para la música del tiempo” –escrita entre 1951 y 1975-, en la que los personajes –muchísimos, casi quinientos- se encontraban fortuitamente a lo largo de los años en fiestas de debutantes y en cantinas militares y en hoteles solitarios y en congresos de literatura celebrados en Venecia. Y para ello, Barnes se inventaba la historia de doce comensales que coincidían en una cena y que al poco rato descubrían que todos ellos acababan de empezar a leer “Una danza para la música del tiempo”.

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