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Fernando Beltrán: “Una imagen no vale más que una buena palabra”

Acertar con la palabra justa y si aún no existe, inventarla. Es el don que Fernando Beltrán convirtió oficio. Reconocido escritor con más de 15 poemarios a sus espaldas es también artífice de El Nombre de las Cosas, el estudio creativo, libro y pasión del hombre capaz de bautizarlo todo. Entre sus más de 500 creaciones acuñó términos como La Casa Encendida, Amena, OpenCor, Rastreator y hasta el madrileño barrio de La Gavia, dando origen a la profesión que tuvo que concebir él mismo: la de nombrador.

Fernando Beltrán: “Una imagen no vale más que una buena palabra”

Acertar con la palabra justa y si aún no existe, inventarla. Es el don que Fernando Beltrán convirtió en oficio.

Reconocido escritor con más de 15 poemarios a sus espaldas, es también artífice de El Nombre de las Cosas, el estudio creativo y libro homónimo del hombre capaz de bautizarlo todo. Entre sus más de 500 creaciones, Fernando acuñó términos como La Casa Encendida, Amena, OpenCor, Rastreator y hasta el madrileño barrio de La Gavia, dando origen a la profesión que tuvo que concebir él mismo: la de nombrador.

«Los escritores suelen decir que se dedican a la poesía porque no sabrían hacer otra cosa. Yo me rebelo contra eso»

“Cambiando una simple vocal, las palabras pueden variar hasta su temperatura”, explica este autor sinestésico entre libros, cuadernos y objetos cuyas etiquetas llevan nombres que en su día emergieron de su puño y letra. Sobre la mesa, algunos de sus hijos literarios – El Corazón No Muere (Hiperión), El Nombre de las Cosas (Random House) y su último poemario Hotel Vivir  (Hiperión) -, una patata con forma de corazón y nombres que un día ideó, ahora materializados en una botella de cerveza Cruzial y otra de vino Solaz.

Fernando Beltrán: “Una imagen no vale más que una sola palabra”

Agricultor de metáforas, arquitecto de sintaxis y músico de lo verbal siempre rodeado de palabras, no existe un campo de las Humanidades que le sea ajeno: “Mi trabajo tiene que ver con la filosofía, con lo eufónico, la música y la ingeniería de las palabras”. Como experto en caminos que divergen del establecido, la biografía de Fernando Beltrán consigue conjugar las líneas de un visionario emprendedor y un bohemio romántico sin llegar a la contradicción.

«Los escritores suelen decir que se dedican a la poesía porque no sabrían hacer otra cosa. Yo me rebelo contra eso. Por supuesto que podría haber sido abogado, como quería mi padre, pero elegí ser poeta. Me marché de casa a los 17 años y tuve que vivir de mil oficios para sobrevivir. Vendí libros puerta a puerta, bailé claqué, escribí guiones de cine, fui actor en dos o tres películas, aparqué coches y sigo sin carnet de conducir».

«El concepto de identidad verbal se creó en este despacho»

Entre risas confiesa que desconoce cómo consiguió aparcar aquellos vehículos, pero como en el resto de capítulos de su vida, salió del paso aprendiendo al pasar página: «Hice absolutamente de todo hasta llegar a la publicidad. Como me ocurrió en el resto de trabajos, no acabé de encajar pero me sirvió para darme cuenta de que poner nombre a las cosas era un oficio que podía dar de comer y que era necesario. Luego fui asentando mi creencia en la importancia de nombrar no solo en las marcas, sino en la vida«.

 

¿Existe algo innombrable?

Todas las cosas tienen un nombre, lo que ocurre es que son nombres aún no encontrados. Por ejemplo, un día estuve investigando cuál era el nombre que se le da al primer escalón de una escalera, el más importante. Consulté a unos amigos arquitectos y llegamos la conclusión de que no existía. Había que crear un neologismo. Entonces, como reto personal y para divertirme, me puse a trabajar en ello. A los tres primeros escalones les puse el nombre de entrama, ancle y doma.  

Dentro de cada cosa hay esperando un nombre aún por descubrir y es mucho más importante de lo que a veces se presupone. Las enfermedades, por ejemplo, no se pueden empezar a curar hasta que no tienen nombre. Hay que buscarlos, en todos lo campos.

Esto es incluso una profesión.

Ahora sí. Mucha gente piensa que naming es un concepto que vino de fuera pero el concepto de identidad verbal se creó en este despacho. Hoy me consideran el pionero en esta profesión de nombrador y todo el mundo entiende la importancia del nombre, pero los inicios fueron una travesía en el desierto que duró 10 años. Después de marcharme de casa para ser poeta, fue el segundo gran salto al vacío de mi vida. Recuerdo que cuando dejé la agencia en la que trabajaba, mi amigo el publicista Toni Segarra me dijo “si es una locura tuya bien, pero si piensas vivir de ello olvídate. Creo que es más fácil comer de la poesía que de poner nombres”.

Parece que su amigo se equivocaba.

Siendo el nombre lo más físico, por aquel entonces era lo más abstracto. Las empresas pagaban por diseños, packaging… sin darse cuenta de que lo que no tiene nombre no existe. A los 31 años, con una hija recién nacida dejé mi trabajo para hacerme nombrador y mi terquedad me llevó a abrir a una pequeña oficina que daba vergüenza enseñar. Les decía a mis clientes que estábamos de obras para celebrar las reuniones en hoteles de lujo y seguí el consejo de mi padre:“Hijo, no hables nunca en singular, que del otro lado siempre crean que eres un equipo enorme de gente”.  Ahora sin embargo doy clases sobre en el oficio y nombrar ha aparecido incluso en educación formar con un grado de experto impartido por la Universidad de Córdoba que curiosamente no está en la Facultad de Publicidad ni en la de Comunicación, sino en la Filosofía y Letras.

Trabajas en el ámbito de la publicidad siendo poeta, ¿has recibido críticas por parte los más puristas?

Un amigo escritor, al leer una entrevista que me hicieron hablando de naming y que causó cierto revuelo mediático, me dijo «te habrá dejado de hablar mucho gente». Y le contesté la verdad, «ahora me habla mucha más». No tengo la sensación de haber sido impuro porque todo mi trabajo lo he hecho siempre desde la honestidad, ya no solo conmigo mismo, sino con la profesión.

«Aprendo mucho leyendo a otros poetas, pero aprendo aún más viendo trabajar a un carpintero»

Es algo muy español pensar en las profesiones como espacios acotados y en seguida etiquetamos. Criticamos al que se sale de un camino, pero si miras hacia fuera te percatas de que muchos artistas a los que admiras hicieron de todo, desde películas y anuncios hasta vender caramelos. En mi caso aprendo mucho leyendo a otros poetas, pero aprendo aún más viendo trabajar a un carpintero porque me regala metáforas, imágenes y muchas maneras que luego llevaré a mi oficio.

-Fernando se levanta diciendo que va a enseñarme una cosa. Vuelve cargado de cuadernos de notas.-

No distingo cuando dejo de trabajar. En estos cuadernos hay nombres, versos, citas, pensamientos… es mi día a día. En una página palabras horribles como «Gastructa» y «Excaga», nombres de empresas reales que me llamaron la atención por ser horripilantes. En la siguiente, unos versos de un poema que le dediqué a un amigo por su cumpleaños. Estas páginas contienen más verdad que cualquier concatenación de palabras que pueda contar.

Fernando Beltrán: “Una imagen no vale más que una sola palabra” 2

¿Se vive de la poesía?

Lo he dicho en alguna ocasión: De la poesía se vive, pero no se come. Siempre han sido malos tiempos para la lírica. Es una profesión de riesgo; en la poesía llegas muy pronto a la belleza, que es lo hermoso, pero lo que también tiene un vértigo gigantesco. Yo llegué a la poesía a través del grito y gritando, consiguió atraparme. Una vez esto sucede, resulta incurable.

Nunca he sido poeta “de fin de semana” y le tengo cierta manía a esa actitud. Fui un mal estudiante y después de escuchar mil veces que no servía para nada me encontré con la poesía y pensé que si era útil para mí ¿por qué no iba a serlo para los demás? A fin de cuentas todos tenemos los mismos miedos, dudas e ilusiones, fríos muy parecidos y abrigos similares. No podría vivir sin poesía pero solo con poesía, tampoco podría comer.

«Nunca he sido poeta de fin de semana y le tengo cierta manía a esa actitud»

 

Poeta y nombrador, ¿son acaso la misma cosa?

La poesía tiene mucho que ver el nombrar porque el poeta intenta acertar con la palabra adecuada. Poner nombres es una labor poética, porque el poeta no se conforma con las acepciones que vienen en el diccionario, destruye los muros para ampliar significados.

Una imagen vale más que mil palabras, sí, pero una imagen no vale más que una buena palabra. Ese es el milagro, que una única palabra pueda llegar a tener tantísimo recorrido.

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