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Manuel Vilas: “No nos damos cuenta de la trascendencia que tienen nuestros padres en nuestras vidas hasta que están muertos”

Manuel Vilas: “No nos damos cuenta de la trascendencia que tienen nuestros padres en nuestras vidas hasta que están muertos”

Manuel Vilas (Barbastro, 1962) ha empezado el año regalándonos Ordesa (Alfaguara, 2018), un libro que habla directamente sobre la pérdida de los padres y de cómo afrontar ese duelo desde los fantasmas del recuerdo. También indaga en la culpa y sobre todo en la memoria de la España de los 60 y los 70, del resurgir económico como país, pero antes que todo, es un libro sobre el amor filial.

Así como en su poesía Vilas nos deja un libro fragmentario, que se puede leer por partes, como una especie de Rayuela en la que te puedes introducir desde cualquiera de sus capítulos para luego ir hilando. Una facilidad para el lector pero siempre desde la valentía, porque no es un libro feliz. Manuel Vilas se desnuda, nos susurra desde la orfandad.

 

Ordesa es un libro autobiográfico, ¿por qué decidiste desnudarte ante el lector?

Mi padre había muerto en 2005 y cuando murió mi madre en 2014 yo me sentí desamparado y huérfano, además también coincidió con mi divorcio y, de repente, me vi en un agujero negro, existencial y vital. A partir de ese momento tuve la necesidad moral, más que literaria, de escribir qué me había pasado, de intentar indagar, explorar en mi infancia y en el recuerdo de mis padres. Probablemente este libro lo que quiere decir es que no te das cuenta de la trascendencia que tienen nuestros padres en la vida hasta que están muertos, y aunque tú quieras darte cuenta de la trascendencia de tus padres mientras están vivos, no puedes ver eso. Parece casi una especie de cosa oculta que está en la muerte misma.

¿Un tributo?

Es un libro de sentimientos. El mundo de las emociones no es muy racional, son sentimientos, emociones que nacen de tu corazón y que tienen que ver en este caso con mis padres. Yo creo que es una larga carta de amor a mis padres, sin quitar la desdicha o mala suerte que hubo en muchas cosas, los episodios oscuros que toda familia tiene.

¿Revisitaste a tus padres desde el amor?

Es un libro de amor, también de misterio. Me di cuenta de que mis padres eran dos seres misteriosos y he intentado explicar sus vidas, explicármelas. Otra parte importante del libro en la que el narrador invoca a sus padres con ánimos de que vuelvan. A mí me parece lo más interesante, ese llamado de venid y ayudarme a vivir porque no me interesa el mundo si no estáis vosotros. Eso es un deseo de volver a la infancia, porque es ese sitio más puro donde no existía la alienación y el horror, ni la desesperación que luego la vida trae a cualquier ser humano. La desdicha la va a traer la madurez, la vida adulta, pero en la infancia todo está protegido por los padres; ese es el mensaje más hondo del libro.

¿Es un tributo y, a su vez, una forma de expiación de la culpa que sentimos cuando los más cercanos mueren?

Sí, la culpa que aparece en el libro es la herencia de una educación católica que en España era consustancial a la vida española. Y luego esa herencia es difícil quitártela de encima, se graba mucho, se te queda muy metida dentro y aunque luego la racionalices y tu vida contemple mil posibilidades más, allí está.

Ordesa es una forma de llegar a la tristeza más íntima del duelo. ¿La novela fue tu forma de entender la pérdida para poder salvarte?

Sí, esa es otra parte del libro, que es la catarsis. Cuando tú verbalizas, precisas y escribes lo que te ha pasado se produce un sentimiento de liberación, una catarsis. Dices tu vida y cicatrizas, así puedes seguir viviendo luego de todo lo que ha pasado.

¿Cómo creas una conexión con el lector teniendo en cuenta que es un libro que apela a la tristeza?

Por lo que me está llegando los lectores se emocionan con el libro, probablemente porque la experiencia es universal: la pérdida de tus padres y también la experiencia de venir de familias anodinas, de procedencia de clase media baja, más baja que media, lo que a mí me parece un eufemismo. Eso y que muchos lectores proceden del mismo sitio y a lo mejor también sienten las mismas incertidumbres cuando pierden a sus padres. Es un libro que está siendo leído desde la emoción. La recepción del libro me ha sorprendido muchísimo.

Y ahora vas a reimprimir…

Sí, ya hemos reimpreso 3000 ejemplares. Creo que es una recepción emocional, probablemente la gente ahora quiere emociones. La emoción del corazón, que le toquen el corazón.

Manuel Vilas: “No te das cuenta de la trascendencia que tienen nuestros padres en tu vida hasta que están muertos” 2
Potada de Ordesa | Imagen: Alfaguara

 

No hemos aprendido a ver a la muerte como parte de la vida. ¿Estamos obsesionados con no perder cosas, objetos, personas, afectos?

Allí está el catolicismo también. El narrador está obsesionado con lo que se pierde, no admite que se pueda decir adiós y ya está. Está todo el rato queriendo que el pasado vuelva.

En uno de los capítulos el narrador fantasea con que su padre huye a Ordesa. ¿Es más fácil pactar con un padre desaparecido que con un padre muerto?

Mi padre nunca quiso saber nada. Llegó a una extraña serenidad. Cuando llegó el diagnóstico de cáncer y era evidente que se iba a morir, no preguntó nada, entró en una especie de silencio profundo. Era enigmático. La forma de conllevar sus  últimos tres años a mí me pareció hermosa y rara. Era su silencio. No hablaba casi nada. Sin embargo, por los movimientos de su cabeza, sabías que estaba pensando muchas cosas. También había una especie de desprecio tanto a la vida como a la muerte, una indolencia casi sobrenatural. Yo creo que él encontró allí un lugar donde contemplaba las cosas como si no fuera con él y se sintió a gusto. Y yo creo que también pensó que era una manera de marcharse, que lo del cáncer era una opción para irse de la vida y le apeteció irse.

Era una vía de escape, de huida…

Como si encontrara una puerta y dijera: “hombre, la abro y me voy”.

Toda tu literatura es fragmentaria, como lo es la poesía en general, porque tú también eres poeta. Ordesa está escrito como un diario personal.

Está un poco entre el diario y los caprichos de la memoria. El libro se va guiando conforme se producen los recuerdos, a veces se recuerdan cosas de cuando yo tenía 9 años, a veces de cuando tenía 20. Está escrito al capricho de la memoria. El carácter fragmentario también tiene que ver con la manera en que recordamos.  

¿Es un gancho para la lectura?

Sí, yo creo que sí. El libro, en ese sentido, lo puedes saltar, puedes leer, ir adelante, para atrás

Ordesa, más allá de ser un recuerdo familiar, también es un reflejo de España.

Claro, al escribir sobre mis padres no podía dejar de reflejar la España que les tocó. El espacio histórico y social en el que vivieron, que son los 60 y 70, que yo recuerdo en el libro. Cómo en los años 60 empezó la prosperidad de la clase media, con la compra del Seat 600 o las vacaciones en la playa. Empezaba la clase media española a conformarse. Se salía de la larga noche de la postguerra y comenzó lo que se conoció como el desarrollismo. Y de repente cualquier persona tenía un trabajo con el que podían comprarse cosas: había un piso, un coche, una televisión, que en ese momento era importantísimo para la gente, porque venían de la miseria absoluta y de repente comenzaron a tener cosas.

Ese crecimiento se ve reflejado en la España actual en un episodio del libro donde te encuentras con la monarquía.

Es la redención social: el hijo de las clases medias bajas, el que viene de la noche de la miseria española, del campesinado, sube en la escala social porque ha habido prosperidad económica y acaba sentándose con aquel que simboliza el máximo esplendor político y social de la vida española que es la vida del rey. Esa era la idea que el lector viera un episodio de redención y emancipación, de superación. Otra de las cosas que había en la vida española era la idea de que los hijos iban a llegar mas lejos que los padres.

También hay una crítica a España y a la monarquía española, a pesar de que eres muy empático en un episodio donde ves a la reina y la metáfora de lo que significa llevar unos tacones tan altos.

El narrador allí adopta una postura bastante objetiva, ni censura ni aplaude. El comentario de los tacones de la reina. Yo obviamente a esa comida fui y son las típicas observaciones de escritor. Yo vi que una persona que está con semejantes tacones debe tener los pies destrozados y es evidente que ella siempre va con esos tacones porque su marido mide dos metros. Son esos elementos de significación iconográficos que tiene el poder simbólico. En realidad es una tortura medieval, aceptada por su rango, pero no deja de saber que todos los días vas a tener que llevar esa ortopedia. Los escritores tenemos la obligación de ver cosas que todo el mundo ve pero en las que no repara. Todo el mundo ve que esa mujer lleva unos tacones espectaculares pero eso es una tortura.

La literatura, como un topo, hurga en los detalles y construye un hogar: la novela.

La literatura tiene esa función de mirar, de volver a mirar, porque la mirada normal no nos deja ver los matices. Yo creo que ese es el principio de la literatura. Eso pertenece a una gran tradición literaria, todos los detalles, un sentimiento de curiosidad, de querer comprender, de querer ser empático. Con los tacones de la reina yo sentía empatía por su sufrimiento; es evidente que ella no lo reconocerá nunca porque forma parte de su papel, pero es evidente que sus pies sufren.

En ese episodio donde te encuentras con la monarquía es por la entrega del premio a Juan Goytisolo. ¿Eso era el éxito que todos profesaban? ¿Una reunión con el rey?

También esa comida, que de alguna manera tiene el valor simbólico del éxito, el éxito histórico, la democracia española, el Rey, los políticos, la cultura, era la máxima densidad histórica pero también había una especie de vacío bastante interesante.

¿Pero era el éxito para el escritor?

Claro, eso fue lo que quise decir, ¿qué es el éxito en la literatura? Esto: un octogenario, caminando casi llevado lentamente en los brazos de una señora que lleva una tortura medieval en los pies. Entonces había una decepción.

“Me asustan los viejos porque son lo que seré” es una frase del libro. ¿Por qué le tememos tanto miedo a la muerte?

Yo creo que el narrador habla más del miedo a la muerte, pero también a la enfermedad, a la decrepitud, a la atrofia física, a las enfermedades degenerativas que dan más miedo que la muerte, porque la muerte no da tanto miedo como esas decrepitudes que estamos viendo ahora.

¿Por qué la fijación con el amarillo en Ordesa?

Todo el libro es amarillo, el color de la memoria, de los recuerdos, de las cosas perdidas, del desgarro emocional, de la locura. La enfermedad es amarillo. Y el color de la mala suerte en la tauromaquia; el amarillo es color de la mala suerte,  los toros odian el amarillo.  Sin embargo, la palabra amarillo en español me parece muy bonita cómo suena. Me parece que es el color que mejor suena.

¿Cuánto tiempo tardaste en escribirlo?

A mí me costó mucho escribir este libro, me tardé tres años. Tuve muchas redacciones, lo cogía, lo dejaba.

Emocionalmente, ¿te agobiaba?

Muchísimo. El principal problema de este libro ha sido el agobio emocional, con la última corrección que hice de este libro, que fue el verano pasado antes de entregarlo a la editorial, yo lo pasé muy mal, me costaba muchísimo corregirlo, era una materia tóxica emocionalmente para mí. Pero al final conseguí corregirlo y entregar esta última versión.

¿Estás contento con Ordesa como tributo a tus padres?

Sí, acaba de salir, todavía estoy un poco expectante de ver qué pasa con el libro; lo típico de un escritor que acaba de sacar una criatura y recibe su lectura. Claro que con un libro con estas características, es un libro que si no te gusta es como si no te gusta tu vida (risas).

 

*

 

“Puede que el hombre acabe al final por enamorarse de su propia vida” escribe Vilas desde la valentía que le ha proporcionado la experiencia de la pérdida. Ordesa es un libro para entender la orfandad de un hombre de mediana edad en mundo amarillo que lo rodea y que lo hace revisitar constantemente hasta lograr levantarse nuevamente.

 

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