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Cultura

Sergio del Molino: "Mi nuevo libro es una oportunidad de seguir buscando razones para convivir en España"

Sergio del Molino vuelve a la reflexión sobre España, esta vez desde su fronteras, mostrando las arbitrariedades que ocurren en ellas.

Sergio del Molino: «Mi nuevo libro es una oportunidad de seguir buscando razones para convivir en España»

Ceuta, Melilla, Andorra y Gibraltar, pueden sonar en la mente de un español pero, ¿hasta qué punto se está familiarizado con lo que pasa en esos puntos de quiebre del territorio? Viajar por esas fronteras, escarbar en los pasados oscuros y en su propia invisibilidad es lo que Sergio el Molino hace en su nuevo ensayo Lugares fuera de sitio, obra ganadora del Premio Espasa 2018.

Lugares fuera de sitio trata sobre las fronteras, esa ficción, esa convención territorial política y económica pero también ese punto para la reflexión o la inflexión de la convivencia entre naciones; un espacio para el conflicto o la riqueza de culturas. Entre estas y muchas otras premisas, Sergio del Molino deja su España vacía atrás para entregarse en los bordes del mapa, en las “esquinas dobladas” de la península, aquellas que en la actualidad vuelven a la palestra pública buscando un rédito político que el autor apuntala para crear un clima de inclusión en vez de marginalidad.

En Lugares fuera de sitio se narra un país inacabado, un relato más abierto donde no converjan exclusiones.

¿Por qué volviste a elegir a España como tema, específicamente sus bordes, en este nuevo libro?

No hay una razón definitiva por la que haya escogido nuevamente el tema España. Hay muchos libros posibles que me siguen interesando. Yo creo que con España vacía abrí una reflexión que no me había planteado hasta que no la escribí. Una reflexión acerca de la convivencia y de un discurso intelectual sobre el país que yo creo que se había abandonado y que felizmente España Vacía retomó de cierta forma. Este nuevo libro es una oportunidad de seguir buscando razones para convivir en España, pero a través de ejes de conflictos que no son nada obvios y que todavía existen. Hay muchos discursos escondidos que no se tienen nunca en cuenta y que hablan del país para poder pensarlo de otra forma. Lugares fuera de sitio cuenta con una estructura que intenta entablar un diálogo, una llamada de atención sobre cuestiones y lugares que no están en el discurso público, así que el libro sirve como un señalamiento para que alguien mire esa realidad y se plantee si es relevante, si se puede aprender algo de ahí y poder seguir escarbando, dar pie a una discusión y crear un debate.

En este libro al igual que en España vacía hay muchos referentes. Hay una exaltación a cronistas españoles que no son conocidos o que no son lo usual. ¿Es una forma de reivindicar esas voces que quizás están fuera del mapa literario?

Nadie los conoce o es que somos muy olvidadizos. La España vacía intentaba entroncarse en una tradición ensayística que se interrumpió con la guerra civil, una tradición que existe en todas las literaturas nacionales y que se había abandonado, por eso los referentes de ese libro tenían más que ver con el siglo XX. En Lugares fuera de sitio intento recuperar una serie de cronistas que han sido muy importantes y que están completamente olvidados. Daría tres nombres: Manuel Leguineche, Luis Carandell y Paco Candel, que se reeditan y se leen muy poco, pero que fueron parte de una generación muy viajera y la última que pensó sobre el país; lamentablemente con una obra muy dispersa que no se recuerda con la solidez que debería, como ocurre con otras obras del periodismo del siglo XX, y merecen una mirada. A partir de ahí, este libro intenta dialogar con esa tradición y también llamar la atención, no solo de lugares, sino también sobre obras. Nos hemos olvidado de Leguineche, de Carandell, de personas muy grandes que su obra apela a una forma de diálogo y por eso este libro las retoma y dialoga con ellas.

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El jurado del Premio Espasa ha destacado cómo el autor cuestiona en su obra la «arbitrariedad de cualquier frontera» | Imagen vía Espasa / Grupo Editorial Planeta

 

No es casual entonces, que casi en tono crítico, reflexiones sobre los escritores españoles que se machacan en el bachillerato y que la educación no se abre a otros que no son los más obvios.

Eso lo uso mucho. Por ejemplo, la generación del 98, la más estudiada en el instituto, porque los manuales de literatura del bachillerato funcionan como una especie de Biblia, como catecismos de nombres recitados que a la gente le suenan los nombres pero no entienden realmente nada, son como paisajes nominales. Con los autores del bachillerato tenemos una idea anquilosada, muy parnasiana de lo que significan estos nombres, pero en realidad te están diciendo cosas que no nos hemos parado a leerlas y que son muy pertinentes. No solo para ir más allá de esos nombres sino para entender realmente qué significan. Tenemos una relación con la tradición muy distante y muy extraña, yo lo que intento es que esa relación sea un poco más pedestre y para eso yo creo que hay que maltratarlos un poco, vamos a bajarlos de los altares en que los tenemos y traerlos a la lucha, machacando, subrayando, doblando las esquinas y tratándolos de tú a tú, que es como yo creo que una tradición se mantiene viva y es capaz de decir algo a la gente de hoy.

 

Hablando de escritores, en Lugares fuera de sitio haces varios guiños a los que redescubren las fronteras, Benjamin, Bowles, etc. ¿Por qué crees que existe esa necesidad?

La frontera tiene un poder metafórico muy intenso. Tiene una capacidad de vocación que está ahí a flor de piel, que es lo que busca cualquier narrador. Cuando hablo de las esquinas dobladas, hablo de un mapa que tiene muchas imperfecciones, lugares que no se entienden muy bien, y del resentimiento que sienten muchos de los habitantes de estos lugares porque no aparecen en los mapas. En un mapa de España, Ceuta y Melilla no están, siempre se ofenden con esto porque los condenan a la invisibilidad y también hay una invisibilidad literaria.

Has citado a Portbou, este es un lugar fronterizo que tiene un nivel metafórico que es casi un templo de lo que ha significado la tragedia europea, no solo por la guerra civil española sino por todo el exilio europeo buscando la ruta hacia Lisboa para luego huir a Estados Unidos, representados sobre todo en la figura de Walter Benjamin pero fueron muchos más. Eso ha quedado como un cascarón vacío, como Portbou no tiene vida, es un lugar que solo remite al pasado y que no tiene futuro, porque ya no tiene trafico ferroviario y se ha quedado como un templo, como una potencia metafórica, a la cual se va a peregrinar para intentar entender la historia europea, pero no para intentar entender el presente ni el futuro.

 

Estamos constantemente haciendo reminiscencias del pasado pero no buscando soluciones para el futuro. ¿Lugares fuera de sitio es una crítica a esa forma de reminiscencia?

Exactamente, esa es una de las cosas en que entra en conflicto y en contradicción con las gentes que viven en estos lugares, que viven en el presente y que el pasado les interesa relativamente poco; pero los que escribimos sobre ellos lo que nos apasiona es el pasado de esos sitios, el pasado muerto, evidentemente.

 

Pero, ¿eso no es algo propio de lo europeo, esa reivindicación del pasado?

Estamos atrapados en nuestra propia historia y, a la vez, muy inconscientes de ella. Estamos muy orgullosos del pasado y miramos con soberbia al nuevo mundo, pero a la vez somos tremendamente inconscientes de cómo Europa se construye nuevamente desde el año 45. El continente europeo es algo muy reciente y muy nuevo. Estados Unidos no fue destruido, aquí todo se construyó después. Vivimos en un continente que mira mucho, que se recrea mucho en su historia, pero es un continente muy de hoy y que se ha olvidado de muchas cosas, se ha olvidado por ejemplo de los judíos, de muchas cosas recientes que no están y que han formado parte de la identidad nuclear del continente durante mucho tiempo y que parece que no las echamos de menos, pese a lo importante que ha sido para la construcción de nuestra identidad. Eso es alarmante y una de las causas por la que muchos populismos y regionalismos lo tienen tan fácil a la hora de limar y de destruir el proyecto europeo porque no tenemos nada que ofrecer, solo tenemos amnesia.

 

¿La frontera es un arma arrojadiza tanto para los socialdemócratas como para los populistas?

Siempre va a ser un arma arrojadiza, lo que pasa es que ahora mismo no hay una tensión que vaya a durar eternamente; parece que vayan a ganar unos o que están ganando. Están ganando los defensores de las fronteras fuertes, de la construcción étnica de las naciones, porque revela la amnesia, algo muy propio de las sociedades ricas. ¿Por qué Europa ha perdido esa memoria? Porque es víctima de su propia prosperidad. Después de la Segunda Guerra Mundial fuerzan esa consciencia de percibir como muy alejado, un pasado muy reciente; el nazismo de la Segunda Guerra Mundial se concibe como un cuento de fantasía, como algo que está muy alejado de nosotros. Sin embargo, venimos de ahí y no somos capaces de verlo porque las luces de neón no nos dejan verlo. Hemos creado unas ciudades muy prósperas en muy poco tiempo, que nos han acomodado y nos hacen ver que todo es fabulación de ancianos, que no va con nosotros y que ese peligro está todo soslayado, que nunca más Europa va a volver otra vez a eso, cuando siempre ha estado durmiente. Esa tentación nacionalista, ese etnicismo siempre ha estado ahí y solo estaba esperando el momento de expresarse, con una crisis económica por ejemplo, y ahora lo estamos viendo y cuando se ha expresado nos ha tomado narcotizados y dormidos y eso es lo que me preocupa, es una de las razones por las que he escrito el libro de esta forma y no de otra. Los europeístas tenemos que llamar la atención sobre lo que podemos perder y cada uno debe hacerlo desde su perspectiva y desde su dimensión.

 

En el libro comentas que los nacionalistas no entienden la coherencia geográfica entendida la coherencia como unidad. ¿Cómo explicas con este libro que España deba ser un país unido y cohesionado? ¿Cómo se puede explicar eso al nacionalismo catalán y a quienes creen en una Cataluña libre?

De una forma muy sencilla, la construcción histórica de lo que es España, con todos sus defectos y cosas mejorables es mejor que un mundo fraccionando en donde el etnicismo domine. Creo que el nacionalismo siempre tiene una dosis de etnicismo porque está basado en la creencia de una cultura superior y que los que pertenecen y asumen esa cultura son mejores que otros. Entonces es incompatible la idea de nacionalismo con la idea de ciudadanía en general. Podemos aprovecharnos de la construcción social e histórica que es España integrada dentro de Europa porque ha demostrado en los últimos cuarenta años ser lo mejor que le ha pasado a la historia del país. Hemos llegado a unos niveles de convivencia y de comprensión mutua que eran impensables en otro momento. Se ha demostrado que es una herramienta útil y que somos capaces de construir una sociedad democrática que va profundizando y perfeccionándose cada vez más. Sería verdaderamente terrible que lo perdiéramos, porque no creo que podamos construir una herramienta mejor de la que ya tenemos.

 

Crees en la herramienta democrática como Habermas, una herramienta flexible, pero ¿las políticas españolas son tan flexibles para toda España o tendrían que revisitarse?

Hay que evaluarlas, pero evidentemente el concepto de españolidad que ha venido fraguándose desde el año 78 es un concepto en el cual cabemos todos. No tiene que ver con un sentimiento ni con una razón subjetiva, tiene que ver con una condición administrativa. El franquismo nos ha hecho un favor: nos ha obligado a rechazar los símbolos nacionales por lo cual hemos construido una convivencia de espaldas a esos símbolos nacionales. Ni la bandera, ni el himno, ni las marchas militares sentimos que nos representen, son cosas de un pasado que están ahí como liturgia, pero que nos molestan. Hasta el año 2015 ha sido así, ahora ha cambiado un poco la cosa. Somos una sociedad que no ha querido pelearse, ha aceptado una monarquía que nadie quería, que no era popular, sencillamente porque era una cosa simbólica, es decir, ha sido una sociedad que ha privado lo práctico de la convivencia por encima de otras cuestiones de confrontación porque estaba harta de confrontaciones. Creo que ese legado, a los que hemos nacido después y hemos crecido dentro de ese clima, nos debería hacer aprender que la convivencia es algo supremo y no merece la pena romperla por cuestiones menores o simbólicas. Esa oportunidad, que creo que la hemos perdido, de construir una nación mucho más compleja con identidades igual de complejas. Nuestras identidades son todas compatibles. Si me interesan estos lugares fuera de sitio especialmente los del sur, es porque me he encontrado a mucha gente que se siente excluida de esa españolidad y lo que busca es incluirse en ella, en lugar de salirse. Esa es la España que debemos mirar, en la que no hay nadie más español que otro.

 

En Lugares fuera de sitio comentas cómo contemplabas el rico mestizaje de un escritor marroquí asentado en Madrid como lo es Mohameh el Morabet, ¿qué necesita España para disminuir su superioridad moral con respecto a los ciudadanos de África del norte?

Necesitamos muchos Mohameh el Morabet, pero no existen tantos referentes como él, es cuestión de tiempo. Si vas paseando por Francia en los barrios burgueses de las ciudades, en los portales, los nombres de los médicos y los abogados hay muchísimos nombres árabes y africanos. En España eso no pasa. Son muy pocos los españoles no nacidos en España que hayan alcanzado profesiones de élite, no ves presentadores de televisión que no sean nacidos en España. Lo que es normal en Europa no es normal en España. Apenas hay escritores como Mohamed.

 

¿Pero por qué pasa en España y no pasa en Europa? ¿No hay también una visión de inferioridad con respecto a Europa?

Sí, es una visión de inferioridad, pero creo que la relación que ha tenido España con el mundo árabe y con su imperio es sustancialmente distinta a la que ha tenido otros imperios más recientes y es una historia que difiere en muchos aspectos y eso condiciona la visión del otro. Y en España el otro siempre ha sido el moro y hay un discurso cultural ahí muy hondo, que es muy duro y creo que eso se va a romper a través de gente que vaya ocupando espacios en la esfera pública y que rompan ese estereotipo racista que todavía domina la sociedad española y es un lastre muy grande.

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Sergio del Molino en Melilla | Foto por Asís G. Ayerbe vía Espasa

Otro punto importante con respecto a los discursos de las fronteras es la vinculación del turismo con el capitalismo. ¿Son las fronteras una forma de exaltar el turismo para generar dinero y banalizar la historia?

El turismo es un gran banalizador cultural y ponía el ejemplo en el libro del Check Point Charlie en Berlín que es un lugar horrible y fundamental de la historia de Europa, que lo que hace el turismo es domesticarlo. Creo que tiene muchas cosas malas, pero con respecto al discurso del libro creo que lo fundamental es la banalización de la historia. El hecho de que un lugar se convierta en turístico hace imposible construir su tragedia. El turismo es banalidad absoluta, cual Disney. Imposibilita la comprensión de cosas que son muy importantes que tengamos presentes los europeos, nos distancia de los episodios de violencia y nos quita responsabilidades con respecto a esa violencia y pareciera que nos hace ajenos a ella; y eso para construir discursos de comunidad es muy problemático. El turismo dificulta mucho eso.

 

Y después del turismo, las fronteras también son capital político…

Las fronteras políticamente son convenientes para crear discursos políticos, porque generan conflicto y en el conflicto la política crece. Hay gente que puede captar apoyos y crear fracciones. Hay gente que piensa “qué naïf un mundo sin fronteras”, pero en Europa lo hemos conseguido y la idea era ampliarlo a todo el mundo porque es lo civilizado y lo correcto. Es totalmente indigno humillar a la gente por el hecho de pasar de un país a otro. No tiene ningún sentido, porque además los flujos migratorios se regulan solos, está demostrado; el mercado igual no, pero los flujos sí. Los problemas migratorios no son problemas fronterizos son problemas sociales.

 

¿Cómo salir de esa literalidad que se plantea con los problemas fronterizos?

No se puede salir porque interesan a mucha gente, porque alimentan muchos discursos e intereses del poder.

 

Pero ahí sí caeríamos en banalizar la migración y exaltar el turismo. Nos quedamos cruzados de brazos.

Incurrimos en la paradoja de que vivimos en un mundo donde los turistas pueden moverse fácilmente. Yo con mi pasaporte europeo puedo elegir un punto en el mapa y plantarme ahí mañana mismo con un mero trámite; luego hay gente para la que viajar es una odisea. Estamos en esa paradoja porque es un mundo que hemos conseguido para nosotros, para que nos moleste lo menos posible y dominarlo. Eso es fuente de muchísimas tensiones insoportables y en algún momento las sociedades responsables de crear esas fronteras tendrán que enfrentarse a ellas. Por eso me interesaba viajar a Melilla, por ejemplo, ahí se pone de manifiesto esa hipocresía. Ahí se ve esa ciudad de la Unión Europea construida desde que existe la Unión Europea, con su idea ecuménica y su idea de integración, pero también es un campo de concentración, un enclave protegido contra África. Es para preguntarle a los europeos que viven en Melilla y esto cómo lo hacemos , cómo se puede vivir con la idea europeísta pero dejando atrás a todo el resto del mundo. Esto no es humanismo.

 

La hipocresía es el mal de nuestros tiempos. Muchos golpes de pecho con respecto a las migraciones, pero no hay reflexión para la convivencia.

En mi viaje a Melilla hablé con un Guardia Civil que recordaba que de niño el jugaba al futbol al lado de la valla que se podía saltar y el balón constantemente se iba al otro lado y unos niños marroquíes o unos soldados se lo pasaban y eso ha sido la normalidad de Melilla hasta el año 2005; ahora hay un muro infranqueable del cual está aprendiendo Donald Trump. La tecnología de control migratorio europea va muy por encima de la tecnología americana.

 

Lo impresionante, quizás, es ver cómo la opinión pública europea se sigue impresionando con el discurso de Trump cuando en Europa existen los mismos discursos.

Somos muy hipócritas y nos gusta sentirnos superiores a los americanos. En Europa hay un antiamericanismo muy afianzado y las elites culturales europeas se sienten muy por encima y creen que la burricie y el fascismo son patrimonios de Estados Unidos y que no va con nosotros. La frontera de Estados Unidos pasa por lugares poblados y visibles, y aquí podemos fingir que no vemos la frontera porque está en dos ciudades que están en África de las cuales no sabemos absolutamente nada y no nos afecta en nuestra vida, solo a un puñado de personas, así que podemos fingir que no existen.

 

¿En una frontera la pobreza económica y la riqueza cultural pueden ser la patria de esos ciudadanos que la habitan?

Tienes la posibilidad desde un punto de vista democrático de aprender de la historia. Hemos tenido la suerte o la desgracia de que la historia nos ha venido así y ha creado esta sociedad, pero ahora somos una sociedad democrática y del siglo XXI, somos una sociedad libre. Podemos aprovecharnos de esa historia, de todas esas identidades y con ellas crear y jugar con algo que nos haga sentir orgullosos y que pueda ser un instrumento de convivencia. Esa es la conclusión más o menos implícita a la que he llegado en esos lugares.

 

La mezcla es un punto a favor de la convivencia…

Claro, el mundo es mestizo o no es. Los idiomas surgen por mezcla de otros idiomas, si no hay contaminación somos eremitas. Somos seres sociales, tenemos que contaminarnos con otros.

 

Cierras el libro con la reflexión de que con herramientas como Google Maps y los GPS nosotros, como individuos, vamos creando el territorio a medida que avanzamos. ¿Puedes ver la individualidad como una forma de convivencia?

Cuando estás mirando el mapa de un GPS, estás mirando desde tu individualidad absoluta y eso tiene unas consecuencias muy graves de ver tu imagen y tu ubicación dentro del mundo. Eso es algo muy nuevo, antes te ubicabas de una forma relativa, ahora eres un absoluto. Ahora eres tú el centro y todo gira alrededor tuyo, eso tiene una consecuencia muy grave en cuanto a la visión del mundo que todavía no somos capaces de percibir.

 

¿Cómo ves el futuro?

Me gustaría que el futuro trajera la derrota de los nacionalismos etnicistas y que a través de la visión individualista del GPS, que puede ser muy crítica y narcisista, pero que también pude ser una posición muy ciudadana. Es la reivindicación de la individualidad, mi identidad y mis sentimientos me atañen, pero no tienen que derivar en una serie de derechos y consecuencias políticas. Una cosa es la convivencia política y otra mi lugar en el mundo. Si logramos armonizar eso podremos avanzar a la democracia, pero ahora soy muy pesimista porque tenemos pocas armas que oponer a aquellos que quieren trazar fronteras nacionales y estamos perdiendo la batalla y no sé cómo podemos contraatacar.

 

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