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Cloudpunk, cuando la ciudad te devora

Cloudpunk solo tiene dos normas: nunca falles un reparto y nunca preguntes por el contenido del paquete que transportas.

Cloudpunk, cuando la ciudad te devora

Construirnos una identidad alternativa, ya sea para escapar de la rutina o para proyectar anhelos y deseos soterrados, es una de las posibilidades más seductoras de los videojuegos. Muy a menudo la inmersión en un universo ficcional comienza en esos momentos previos en los que se nos invita a elegir a un avatar mucho más interesante que nosotros, o a recrear a nuestro alter ego con todo lujo de detalles; en esa suerte de limbo en el que podemos convertirnos en una persona completamente diferente en cuestión de segundos. Podemos rediseñarnos a nuestro antojo, cambiar nuestra altura, nuestro género, el color de nuestros ojos o nuestro cabello. Y validarnos a través de todo ello, a veces sintiéndonos más cómodos que en nuestra propia piel. 

También cabe la posibilidad de que el videojuego nos proponga lo contrario: sumergirnos en lo anodino, en el anonimato. Pero esto no parece igual de halagüeño, ciertamente. ¿Quién querría asomarse a un nuevo mundo para no ser el protagonista, para verse convertido en una pieza insignificante del entorno? Sin embargo, a veces no está en nuestra mano. A veces es el escenario el que nos devora y nos empequeñece. El que se presenta ante nosotros con la magnitud de un dios primigenio y colosal, sin que podamos hacer otra cosa que rendirnos ante él.

Son muchos los discursos que plantea Cloudpunk, el nuevo juego del estudio alemán ION LANDS, publicado en Steam. Pero el que nos atrapa enseguida es el de la sumisión ante la inmensidad de la ciudad donde se desarrolla, Nivalis. Una urbe futurista que se presenta como un ente vivo, con sus miles de ojos fijos en nosotros; una criatura sentiente que parasitamos y que nos engulle en el babel de sus rascacielos, barrios y recovecos. Nuestro papel es el de Rania, una joven que acaba de llegar a la ciudad en busca de su futuro, después de haber sido desahuciada de su hogar en el Este y haberlo perdido todo. Para sobrevivir, no le queda más remedio que convertirse en repartidora para la empresa Cloudpunk, un servicio al borde de la legalidad que lleva cualquier paquete a cualquier parte. Sin preguntas, y por supuesto sin fallos. Para ello, conduciremos un HOVA, un vehículo volador con el que podremos surcar Nivalis a diferentes alturas.

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Captura de pantalla de ‘Cloudpunk’.

La analogía con los riders actuales y su precariedad es evidente: el pago por nuestras entregas se revela de inmediato insuficiente para mantener un nivel de vida aceptable, mucho menos para otra clase de aspiraciones. Eso nos llevará bien a buscar otras formas de ganar dinero, bien a tomar elecciones cuestionables al margen de la dirección de Cloudpunk. La narrativa y nuestras decisiones tienen un peso fundamental en el título de ION LANDS; fue, de hecho, una de las novedades que se exhibieron durante la pasada Ludonarracon.

Rania tiene sueños que cumplir. Metas que alcanzar, piezas de su propio pasado que recomponer. Sin embargo, aunque nos interese su historia y compartamos su camino, al final todo quedará relegado a un segundo plano cuanto más profundicemos en la ciudad y en sus entrañas. La experiencia de conducir el HOVA, flotar y sumergirse casi como si fuera un submarino en aguas abisales nos abruma y fascina a la vez. La inmersión en el escenario, extraordinariamente bien lograda, nos llevará en más de una ocasión a olvidarnos de las entregas, o de la historia principal que nos propone siempre acudir de un punto A a un punto B. La línea recta se muestra siempre ahí, en nuestro radar, y será muy difícil que nos perdamos en los recorridos que nos marca la empresa… a menos que realmente lo deseemos.

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Imagen del Press Kit de ‘Cloudpunk’.

Y sucederá. Las luces de neón nos atraerán irremediablemente; los constantes avisos publicitarios a nuestro alrededor, una red neural de cantos de sirena, nos revelarán retazos de worldbuilding que querremos explorar por nuestra cuenta. La recompensa por estos desvíos será descubrir decenas de teselas en forma de seres humanos que componen un mosaico de decadencia, tristeza y marginalidad. Pequeñas historias como la nuestra, igual de únicas y de insignificantes, aguardándonos en esos callejones a los que no se supone que debamos acceder. Pero da igual el tiempo que pasemos en ellos: al final, la ciudad volverá a reclamarnos.

Cloudpunk es un digno representante del ciberpunk más clásico, heredero de William Gibson y por supuesto de la estética popularizada por Blade Runner y adoptada hasta la saciedad por la ciencia ficción audiovisual.  Siguiendo los cánones de esas ficciones que cada vez parecen más cercanas, la arquitectura de la ciudad y su ambiente lluvioso (ese tono ominoso, esa noche perpetua) nos presentan diferentes capas narrativas. Sirven para mostrarnos estratos sociales, el nihilismo y la vacuidad de una existencia que se rinde ante la imposibilidad de prosperar.

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Imagen de ‘Cloudpunk’ vía Press Kit.

Por supuesto, también estarán presentes otros temas habituales del género: la humanización de la máquina y la coexistencia con inteligencias artificiales que reclaman ser tratadas como humanos, al mismo nivel que nosotros. Cloudpunk, posiblemente, no esté añadiendo nada nuevo al amplio universo estético del ciberpunk, ya más que consolidado desde hace décadas. Pero no se puede negar que sabe lo que tiene que hacer, conoce su lugar dentro de este universo discursivo. Está elaborado con mimo, cuidando cada detalle, dotando a Nivalis de una personalidad fascinante. Cada rincón nos parece nuevo y único, incluso aunque reutilice elementos de diseño que ya hemos visto antes en nuestro vagar. Será muy difícil resistirnos a explorar hasta el último rincón.

No es la primera vez que ION LANDS se atreve con una propuesta de este tipo. Su anterior trabajo, Phoning Home, posee paralelismos evidentes con Cloudpunk: también nos colocaba en la tesitura de sobrevivir en un escenario inmenso y abrumador. Si en Cloudpunk los estímulos nos llegan de todas partes, en forma de luces de neón, avisos sonoros o conversaciones repentinas, en Phoning Home el entorno nos ahoga con el silencio, con la perenne sensación de pérdida. En ambos casos, son dos maneras distintas de asomarse al abismo de la soledad.

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