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De cómo el punk rural alavés de La Polla Records conquistó el mundo

El Festival de San Sebastián acoge el estreno del documental de Javier Corcuera ‘No somos nada’, una celebración de los 40 años de La Polla Records

De cómo el punk rural alavés de La Polla Records conquistó el mundo

'No somos nada'

«De pequeño, yo soñaba que tocaba y estaba en un grupo, pero no era una fantasía de Disney o de Fox, donde todo está limpio…» Aquel turbio anhelo infantil de Evaristo Páramos se hizo carne y sudor en su adolescencia, cuando junto a cuatro amigos de su pueblo, la localidad alavesa de Agurain, pergeñaron La Polla Records. 

Su ensoñación fue un preludio de la música que empezaron a aporrear a los 17 años, un punk sucio, contestatario y abrupto que ahora se celebra en un documental a concurso en la Sección Zinemira del Festival de San Sebastián, donde compite por el Premio Irizar al Cine Vasco.

La película toma su título de uno de sus himnos, No somos nada, donde el líder de la banda brama que son los nietos de obreros insurrectos, los descendientes de los que perdieron la Guerra Civil. «Por eso nunca, nunca votamos para la Alianza Popular. Ni al PSOE ni a sus traidores ni a ninguno de los demás (…) No somos punk ni mod ni heavy, rocker ni skin ni tecno. Queréis engañarnos, pero no podéis, tampoco tenemos precio». Una detallada declaración de intenciones con la que durante décadas han empatizado millones de seguidores de España y Latinoamérica.

La formación nació en un bar de pueblo, sus integrantes eran unos chavales que no sabían tocar, pero alcanzaron una proyección tal, que 40 años después siguen llenando estadios. 

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Imagen de ‘No somos nada’.

Entre sus acérrimos fans se encuentra el director del largometraje, Javier Corcuera, quien, entre otros reconocimientos, se alzó con los premios Goya, Biznaga de Plata en Málaga y Mención Especial del Jurado Fipresci por su documental La espalda del mundo (2000). La música del grupo formó parte de la banda sonora de su juventud, ya que sus cintas llegaron a Lima antes de que abandonara su Perú natal en 1986 para irse a vivir a Madrid. Los conoció personalmente a través de un amigo en común, el actor Willy Toledo, que lo avisó de que iba a cantar unos coros en un disco del nuevo grupo de Evaristo, Gatillazo. Para entonces, La Polla Records había desaparecido, pero su líder se puso en contacto con Corcuera cuando decidieron realizar una gira de despedida.

«Evaristo y su legendaria banda no representan únicamente un pedazo imprescindible de la historia de la música popular más afilada: son el testimonio de una época. Un grito certero que ha saltado fronteras», alaba el realizador.

Así lo secundan las tomas de miles de seguidores enfervorecidos que braman sus canciones en los últimos conciertos protagonizados, las corean cerveza en mano y con chicas y niños a hombros. El grupo de aldeanos ha conseguido conectar a grupos familiares de tres generaciones.

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Evaristo Páramos en ‘No somos nada’.

Pintxos y bolos

Hubo un tiempo que cuando sonaba el teléfono en la Otxoa Taberna de Agurain era para contratar a cinco parroquianos del local, Evaristín “Flipas”, Manolo “El Sumé”, Miguel Garin “Txarly”, Fernandito Murua, Abel Murua y Teodorín Saez de Zerain “Malegüin”, que habían decidido juntarse para maltratar instrumentos. 

El camarero del bar hacía las veces de mánager de una formación que se había creado de puro aburrimiento y en un garaje, pero lejos del relato del origen humilde de Silicon Valley, aquí había grasa y disolvente: los de la Polla trabajaban reparando coches y pintando chapa.

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Imagen de ‘No somos nada’.

«Fernando eligió la batería; Evaristo tenía claro que quería ser cantante; el otro, tomó la guitarra; y a mí me quedó el bajo. Entonces me enteré de que tenía cuatro cuerdas. Desde entonces no he aprendido más para no perder el concepto», explica a cámara, entre guasón y cándido, Abel Murua.

Evaristo lo secunda con idéntica inocencia y chanza, «cuando empezamos, escuchaba a los ingleses y me sorprendía cómo podían tocar todos a la vez».

Luego surgió el punk y el cantante se reconfortó al darse cuenta de que para subirse a un escenario no hacía falta saber tocar, sino actitud, y ellos, de elegancia, iban sobrados. 

En aquel momento se cuestionó su legitimidad por sus raíces rurales. «Me han repetido que de un pueblo no podían salir punkis, que sólo surgen en zonas industriales deprimidas», se molesta Evaristo.

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Imagen de ‘No somos nada’.

Según el informe de Oxfam El virus de la desigualdad, fechado a principios de este año, en tan solo nueve meses, «las mil mayores fortunas del mundo ya habían recuperado las pérdidas económicas originadas por la pandemia de Covid-19, mientras que las personas en mayor situación de pobreza podrían necesitar más de una década para recuperarse de los impactos económicos de la crisis». Esta polarización extrema en el mundo es la que ha inspirado toda la trayectoria de la banda alavesa. «Cantamos para los de abajo contra los de arriba», sintetiza el cantante.

Las letras de las canciones que van desgranándose en la trama son prueba de ello y certifican la conexión imperecedera con su público, independientemente de la esquina del mundo en la que suenen.

Así, aunque la realidad a la que estaba abocada aquella cuadrilla eran frontones de acústica lamentable, terminaron erigiéndose en banda de culto en países como Uruguay, Chile, México, Perú y Argentina, y con tributos a sus canciones a cargo de bandas tan insospechadas como la Orquesta El Macabeo, que es una de las mejores de salsa de Puerto Rico, o los catalanes The Salsa Punk Orchestra, que ha infusionado la rabia original en ritmos tropicales.

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Imagen de ‘No somos nada’.

Carismático calcetín sudado

«No sé cómo hemos llegado donde hemos llegado y donde hemos tocado. Éramos más malos que pegarle a un padre con un calcetín sudado», reconoce Evaristo en una de las muchas comparaciones jocosas con las que salpimenta todas sus intervenciones en la película, como cuando, al referirse al estado de forma que experimenta en la gira de despedida, asegura que antes se pasaba los directos saltando y fumando, pero ahora, «ni con la escalera del Ayuntamiento llego ahí». Los años no han pasado en balde para el cuerpo, pero el verbo sigue afilado.

La muerte en 2002 de Fernando por arteriosclerosis fue un durísimo golpe para los miembros de un grupo forjado en la amistad adolescente. Al año siguiente, se separaron. El grupo grabó 13 álbumes de estudio y permaneció en activo hasta hace 16 años. En 2019, coincidiendo con el 40 aniversario de su debut, decidieron reencontrarse para un último tour documentado en esta película.

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Imagen promocional de ‘No somos nada’.

En el encuentro con el público al término de la proyección, el carismático cantante aseguró que la querida formación punk está en cuenta atrás. «La Polla Records no tiene mucho futuro. Con la pandemia quedaron en suspenso 17 festivales, de los que tenemos tres en pausa y el resto se han pasado a 2022. Si nos dejan, haremos esos tres, pero al año que viene no llegamos, porque esto ya ha durado un año y medio más de lo que debía».

El relato de Evaristo en pleno monte de Oñate y las matizaciones de Abel, acodado en la taberna del bar que los arropó antes, durante y después de La Polla Records se alterna con canciones interpretadas en conciertos, fotografías, fragmentos de animación y viejos vídeos de la banda que aseguraban no ser nada, pero terminó, al menos, reconociendo esta semana en San Sebastián su esencia punk. Con este repaso a la historia y augurio de futuro lo argumentaba Evaristo: «Hay muchas formas de punk, porque es una cosa muy indefinida. Lo ha habido en la prehistoria; seguro que en la Antigua Roma había gente que le metía caña a la policía; los hubo que le hicieron zancadillas a la Inquisición, y seguro que hay gente que en futuro quiere libertades. Un día vamos a acabar con ellos, mecagoendiós». 

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