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El botón biológico se convierte en una de las armas más poderosas de Putin

En el conflicto entre Rusia y Ucrania peligra la capacidad de destrucción de las armas biológicas y químicas

El botón biológico se convierte en una de las armas más poderosas de Putin

Vladimir Putin, presidente de Rusia. | Mykhaylo Palinchak

Desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania el pasado mes de febrero, se ha contemplado la posibilidad de que Rusia lleve a cabo un ataque nuclear que ponga en jaque la estabilidad de las sociedades europeas occidentales. Sin embargo, este ataque no resultaría tan peligroso si se compara con la capacidad de destrucción de las armas biológicas o químicas.

¿Qué son las armas biológicas?

Las armas biológicas están consideradas como armas de destrucción masiva . A ojos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) son aquellos organismos vivos o toxinas causantes de enfermedad preparados parproducir daños o matar a seres humanos. De manera general, este tipo de sustancias se utilizan para otro tipo de fines como asesinatos políticos o infecciones de ganado y productos agrícolas que puedan derivar en crisis alimentarias o económicas. También se contemplan la creación de catástrofes ambientales y la introducción de enfermedades generalizadas.

Los agentes biológicos, como el ántrax, la toxina botulínica y la peste, pueden llegar a causar un gran número de muertes en poco tiempo, siendo muy difíciles de contener. El bioterrorismo podría dar lugar, entre otras cosas, a una nueva epidemia mundial.

La eficacia de las armas químicas

De la mano de esta maquinaria biológica aparecen, además, las armas químicas, cuyo desempeño es verdaderamente similar, ya que son utilizadas para causar muerte o daños en la población mediante propiedades tóxicas. Sus efectos destructivos no se perciben a simple vista, a diferencia del armamento táctico o militar. El agente nervioso de este calibre inventado por el hombre para ser utilizado como arma química ha sido el gas VX, pero existen otras sustancias que pueden generar efectos similares, como el gas mostaza o el cianuro de hidrógeno.

La primera vez que se emplearon los agentes químicos a gran escala fue durante la Primera Guerra Mundial, cuando ambos bandos del conflicto usaron gas venenoso fabricado a base de cloro, fosgeno o gas mostaza, con el fin de aumentar las bajas en el campo de batalla, mediante su introducción en proyectiles o granadas de mano. Todo ello derivó en más de 100.000 muertes.

Desde entonces, las armas químicas han causado más de un millón de fallecidos, con un avance motivado por el desarrollo de las tecnologías, y han sido empleadas en gran número de conflictos, como la guerra entre Irak e Irán en los años 80, así como en ataques terroristas.

Una de las grandes ventajas en el uso de estas armas con respecto a otro tipo de armamento es, precisamente, su coste de fabricación. En cifras proporcionales, el precio del desarrollo de una arma nuclear supondría en torno a unos 1.000 euros, mientras que el de un arma química se situaría en unos cuatro o cinco euros.

Los efectos de las armas químicas no se perciben a simple vista, pero son igual de destructivos. Foto: Ana Itonishvili.



Convención de Armas Biológicas y Químicas

En el año 1975 se aprobó la Convención sobre las Armas Biológicas, con el objetivo de prohibir el desarrollo, la producción y el almacenamiento de armas bacteriológicas y toxinas. Este supuso el primer acuerdo multilateral para el desarme nuclear. El tratado no recogía medidas concretas ni permitía sancionar a los países que lo vulneraran. Actualmente, 183 países se han comprometido con la convención.

Desde 1997 se encuentra en vigor también la Convención sobre Armas Químicas, aprobada por la Asamblea General de la ONU, que prohíbe todas las armas que utilicen como base compuestos químicos y fomenta las investigaciones sobre el empleo de armamento químico.

Armas de destrucción masiva

La prohibición del uso militar de armas químicas y biológicas no es un hecho tan reciente. Así quedó reflejado por primera vez en el Protocolo de Ginebra firmado en 1925, tras la I Guerra Mundial. Aunque su eficacia fue limitada puesto que cada Estado se reservaba el derecho a contraatacar con armas químicas en caso de ser atacado con estas, sentó un precedente para que tiempo después este tipo de armas fueran clasificadas como armas de destrucción masiva por la ONU en 1948, después del inicio de la Guerra Fría. A partir de ese momento, la mayoría de países han considerado a las armas nucleares, biológicas y químicas como sinónimo de armas de destrucción masiva.  

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