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Mijaíl Gorbachov: héroe fuera, villano dentro

Con su muerte se culmina el final político del pasado siglo. No hay ya ninguna figura mundial en vida a excepción de la nonagenaria reina Isabel II

Mijaíl Gorbachov: héroe fuera, villano dentro

Mijaíl Gorbachov en un acto en Dortmund, Alemania, en 1989. | Sepp Spiegel/Ropi/Zuma Press

La muerte de Mijaíl Gorbachov (1931, Privolnoye) marca el final político del siglo XX, convulso por los cambios mundiales con la desaparición, en diciembre de 1990, de la Unión Soviética y los regímenes comunistas del Este y la reunificación alemana, así como su intento, y fracaso, de democratizar a la nación más grande europea protagonista de una revolución que convulsionó el mundo en 1917. Como señaló en sus memorias el primer y único presidente de la extinta URSS, sus dudas comenzaron cuando releyó los escritos de Marx, Lenin, Engels y Stalin. Odiado por gran parte de sus compatriotas y admirado por los ciudadanos occidentales, que popularizaron su figura con la gorbimanía, Gorbachov, enfermo de cáncer y tristeza, muere en medio de una crisis mundial colosal y con un autócrata en el Kremlin, llamado Vladímir Putin, iniciador de una guerra en Ucrania y resuelto a convertirse en el zar de un nuevo imperio ruso.

Gorbachov fue un adelantado en su tiempo, que no supo o calibró mal la resistencia que sus políticas reformistas de la perestroika y la glasnost despertaron en los sectores más retrógrados del partido comunista soviético (PCUS), de los servicios secretos del KGB e incluso de una población que comprendió mal algunas de sus primeras leyes como la de la restricción de la venta de alcohol o de la privatización. Lo que veían sus compatriotas era una nación en declive imparable, con una economía hundida por los efectos de un presupuesto militar ruinoso y el cáncer de la corrupción dentro del poder haciendo estragos. Así no se puede continuar, dijo a su querida esposa Raisa, víctima de leucemia y cuya muerte en 1990 lo devastó, cuando fue nombrado secretario general del PCUS a mitad de los ochenta. Gorbachov fue el líder soviético más joven y el primero con estudios universitarios. Se graduó en Derecho por la Universidad de Moscú y realizó también estudios agrícolas por correspondencia. Su gran mentor político fue Yuri Andrópov, exjefe del espionaje y breve líder del país a la muerte de Leónid Breznev. Y su inspirador intelectual, Alexander Yakovlev, a quien llevaría a su Gobierno junto a Edvard Shevardnadze, su ministro de Exteriores.

El gran éxito y al mismo tiempo su gran fracaso fue precisamente su política de reformas, la famosa perestroika. Gorbachov pretendía con ella la cuadratura del círculo. Es decir, reinventar un sistema esclerotizado pero sin desmantelarlo por completo. Defendió la privatización pero sin con ello luchar por una economía de libre mercado como sucedía en su admirado Occidente. El resultado fue un mayor caos económico y un gran descontento en la sociedad al tiempo que surgía un nacionalismo resentido al ver que su gobierno nada hacía para impedir la independencia de las repúblicas bálticas y la descomposición de los regímenes del Este. No se opuso, al contrario, a la caída del Muro del Berlín y la reunificación alemana.

«El gran éxito y al mismo tiempo su gran fracaso fue precisamente su política de reformas, la famosa perestroika»

El enemigo lo tenía en casa. Sus amigos estaban fuera: Ronald Reagan y luego George Bush padre, Helmut Kohl y Margaret Thatcher, quien confesó al reunirse por primera vez con él en Londres que estaba segura de que podían hacer negocios juntos. Y también con Felipe González, con quien siempre que visitó España se reunía. A Gorbachov, premio Príncipe de Asturias un año antes de que se le concediera en 1990 el Nobel de la Paz, le interesó mucho la Transición española y el proceso de descentralización autonómica.

La glasnost, la política de transparencia y apertura, también le creo no pocos quebraderos de cabeza con la ortodoxia del partido, con esa nomenklatura que se rasgaba las vestiduras al ver cómo se creaban nuevos medios libres de comunicación y que generaban abiertas críticas contra el sistema. Gorbachov defendió la libertad de expresión y la libertad de prensa en una nación que durante más de medio siglo sus dirigentes persiguieron con saña cualquier atisbo de discrepancia. Fue él quien puso fin al destierro y detención domiciliaria de Andrei Sajarov, el físico Nobel de la Paz y uno de los padres de la bomba atómica, arrestado por el régimen de Breznev. Cuando visitó Pekín, en mayo de 1989, en pleno caos social por la protesta estudiantil en Tiananmen, recomendó a Deng Xiaoping que abriera la mano si quería resolver la crisis.

Su gran enemigo interno fue Borís Yeltsin, primer presidente de Rusia y motor de la desaparición del partido comunista y a la postre de la URSS. Yeltsin fue quien lideró el movimiento de resistencia contra el intento golpista de agosto de 1990 orquestado contra Gorbachov cuando se encontraba de vacaciones por los sectores más ultraortodoxos del partido y los servicios secretos. El fracaso golpista significó el encumbramiento de Yeltsin, el hundimiento de Gorbachov y la desintegración de la Unión Soviética y la independencia de Rusia y de las antiguas repúblicas soviéticas. Todo ello nunca se le perdonó a Gorbachov por los grupos comunistas más nostálgicos e incluso por buena parte de la sociedad soviética, que lo tildó de traidor y débil. Hoy, Putin desde el Kremlin, considera que el fin de la URSS fue la mayor tragedia del pasado siglo.

Mijail Gorbachov, que tras su abandono del Kremlin hizo algunos pinitos políticos con poco éxito y creó la fundación que lleva su nombre, era un firme defensor de la política multilateralista de la ONU -de hecho, criticó el bombardeo de la OTAN en Yugoslavia y la invasión de Irak-, un pacifista convencido así como sensible a todas aquellas políticas en defensa de la naturaleza. Creía en un mundo libre de armas nucleares y le puso fecha: 2000. En realidad, en su primera cumbre con Reagan, con quien tuvo cierta química, fue mucho más allá de los acuerdos de reducción de misiles balísticos de largo alcance. Muchos analistas consideraron entonces que pilló al presidente estadounidense con el pie cambiado porque sus asesores no previeron que las propuestas del líder del Kremlin fueran más lejos que las de la Casa Blanca. Quizá con otro presidente de EEUU más resuelto y preparado, como por ejemplo Bill Clinton o el mismo Barack Obama, el encuentro hubiese generado mayores logros históricos.

Con Gorbachov se culmina el final político del pasado siglo. No hay ya ninguna figura mundial en vida a excepción de la nonagenaria reina Isabel II. Y hoy más que nunca el mundo debe echar de menos y llorar la muerte de este individuo carismático y dialogante, que convulsionó la sociedad y que en una de sus últimas entrevistas confesaba no tener ya muchas ganas de seguir viviendo. Quizá no le faltaba razón. Había moderado su ateísmo. Ahora será enterrado junto a su amada Raisa en el cementerio moscovita de Novodévichi, donde por cierto se encuentran también las cenizas de su enemigo Yeltsin.

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