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Ucrania: una guerra que lo cambiará todo

Hasta la fecha, los grandes beneficiados geoestratégicos del conflicto derivado de la invasión rusa han sido China, India y Estados Unidos

Ucrania: una guerra que lo cambiará todo

Ejército de Ucrania. | Zuma Press

Se cumple un año de la invasión de Ucrania por parte de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa en una denominada ‘operación especial’ ordenada por el presidente Putin. Un hecho insólito en pleno siglo XXI, un ataque convencional de un estado soberano a otro sin declaración de guerra, una especie de Pearl Harbor ocho décadas después.

Mucha tinta ha corrido desde entonces y me temo que muchas, o casi todas, las previsiones que se hicieron hace un año no se han sostenido en los últimos doce meses. Este primer aniversario es, por tanto, un buen momento para recordar el origen de esta guerra, tratar de dilucidar las estrategias de los contendientes y ver hacia dónde va este conflicto en este complicado 2023 y quizás más adelante.

Tras un año de guerra, podemos obtener tres grandes conclusiones. En primer lugar: Ucrania no está ganando la guerra y Rusia no la está perdiendo. La dinámica de ambos contendientes se asemeja a la fábula de Dos escorpiones en una botella. Hasta la fecha, los grandes beneficiados geoestratégicos son China, India y Estados Unidos.

Segundo, después de sucesivos cambios en la estrategia rusa: cambio de régimen en Kiev con operaciones especiales, guerra móvil y blitzkrieg, varias ofensivas de alta cinética, enfrentamiento estático y amenazas ofensivas en un frente casi congelado, Putin ve su objetivo original de recuperar toda Ucrania como poco realista y distante. Ucrania, por otro lado, sobrevivió al ataque inicial, tenía una sociedad y un liderazgo resistentes y flexibles, tomó una defensa ‘puercoespín’, resistió e incluso se permitió contraatacar con el apoyo de los armamentos occidentales y aspira a volver al statu quo de febrero, o en algunos casos febrero de 2014 o abril de 1994.

En tercer lugar, pese a la sangría de los últimos doce meses con bajas estimadas por el Financial Times —18/02/23– de 200.000 soldados rusos, 100.000 ucranianos, unos seis millones de desplazados internos ucranianos, más de cuatro millones de refugiados, una reducción del 5-8% PIB ruso y 40-45% del PIB ucraniano y la destrucción del 50% de la infraestructura del país, ambos contendientes todavía creen que la opción militar les dará réditos y la tan ansiada «victoria» y apuestan por continuar las hostilidades.

Y a estas alturas del conflicto cabe preguntarse: ¿cómo define la «victoria» cada uno de los contendientes? La respuesta es maleable y sigue estando poco clara. Es más, la «victoria» de alguna forma ya se ha materializado, y ambos presidentes, Zelenski y Putin, han obtenido y alcanzado gran parte de sus objetivos.

Veamos, los logros de Ucrania primero: 

  • Durante este año, Ucrania ha consolidado su identidad y legitimidad como estado independiente y soberano separado de forma definitiva del Imperio Ruso o la Gran Rusia.
  • Ucrania se ha ubicado en el bando occidental, ahora como ‘protectorado’ y más adelante en el futuro como probable miembro de la OTAN y la Unión Europea.
  • Ucrania ha conseguido un lavado de imagen internacional espectacular, pasando de ser la segunda nación más corrupta de Europa, solo por delante de la propia Rusia, y con la tercera democracia más disfuncional y opaca del continente, también por delante de Rusia y Bielorrusia, a ser reconvertida en una democracia liberal con una economía de mercado y su función de «centinela de Occidente» frente a la amenaza totalitaria del Este. La realidad todavía no ha materializado esta bien labrada imagen, pues los hechos no demuestran avances significativos en estos terrenos. La excusa de la guerra da margen de maniobra a Kiev, pero urgen reformas.
  • Ucrania ha conseguido el compromiso de Occidente de asegurar su financiación y su apoyo para una guerra sin fecha de caducidad y su posterior reconstrucción tras obtener la «victoria». Cabe notar que también se hicieron estas promesas a Irak y Afganistán, no hace mucho tiempo con los resultados ya conocidos. Esperemos que como se dice coloquialmente: «A la tercera va la vencida».

Por su parte Rusia, a pesar de los reveses, ha logrado también algunos objetivos:

  • Putin se ha consolidado y reafirmado como potencia regional y declarado un conflicto de larga intensidad con Occidente y la OTAN en el teatro ucraniano sin daños directos a su territorio. También Putin vuelve a ser el centro de atención global y su magullado ego satisfecho. Tras ser ninguneado desde la primavera árabe de 2011 y relegado a la segunda división de las grandes potencias, vuelve a ser el protagonista de la geopolítica global. El fin de semana pasado en Múnich se coronó como el protagonista del Foro en el que en 2007 provoco hilaridad ante su “amenazante discurso agresivo”. En estos momentos, la alianza de Rusia con China se ha consolidado como la alternativa global a Occidente.
  • Moscú ha paralizado y hecho retroceder la globalización y ha consolidado un sistema multipolar de esferas de influencia selladas y exclusivas entre ellas, manifestando así su reto a Occidente y la hegemonía de Estados Unidos.
  • Putin ha destrozado ya la posibilidad de que Ucrania sea un estado próspero y funcional a corto y medio plazo y pretende hacer esta realidad permanente. Así, ha eliminado a Kiev como modelo de una posible reforma o revolución para Rusia y los países de su «extranjero cercano». Ucrania durante meses, quizás años, será una sociedad y economía disfuncional que tendrá pocas posibilidades de consolidarse como nación soberana y próspera mientras siga siendo el teatro de operaciones de «la guerra de Putin contra la OTAN».
  • Moscú ha sometido en los últimos doce meses a la Unión Europea a lo que puede ser su prueba más dura desde su formación. Putin ha obligado a la Unión a enfrentarse al mundo real, a abrir debates y discusiones incómodas y a tomar decisiones que quería evitar.
  • Los líderes europeos están en una encrucijada y no están del todo unidos al tener agendas contradictorias e intereses encontrados. Por ahora el cemento de la amenaza rusa aguanta el consenso, pero esta década de los veinte será decisiva para dilucidar si la Unión se mantiene como un libre mercado aumentado con solidaridad social o por fin se convierte en una entidad soberana federal o confederal que la permita ser un actor geopolítico global al nivel de China, Estados Unidos e India en un mundo multipolar y más peligroso La «burbuja europea» ha estallado.
  • Finalmente, Putin y su Corte de siloviki se han consolidado como la dictadura en Rusia y han conseguido realizar de alguna manera su «fantasía» de ser una especie de URSS estalinista cerrada al exterior y con sus propias reglas. Una especie Corea del Norte de 17 millones de kilómetros cuadrados.

Así pues, podemos decir que mientras Putin y los siloviki permanezcan en el poder, no habrá paz duradera en el Este de Europa, pues su supervivencia como régimen está atada a una confrontación permanente con la OTAN en Ucrania. En este sentido, cualquier alto al fuego, armisticio o cese de hostilidades me temo que será temporal y solo una pausa entre ofensivas militares. El precedente del proceso de Minsk entre 2014 y 2022 es relevante y clarificador en este aspecto.

Dos visiones de cómo hacer la guerra 

Como bien indicaba mi mentor Lawrence Freedman en un reciente análisis en la revista Foreign Affairs de enero/febrero, estamos siendo testigos de dos formas de entender la guerra y dos escuelas estratégicas, la guerra clásica de Ucrania y la guerra total de Rusia.

También podemos ver una tercera escuela estratégica, la guerra de contrainsurgencia. Esta doctrina occidental nace tras la implosión de la URSS y la primera guerra del Golfo, ambas en 1991, y se consolida tras las torres gemelas 9/11 del 2001, con la denominada «guerra global al terrorismo» y las largas guerras de Afganistán e Irak en las primeras dos décadas de este siglo. Esta escuela estratégica es irrelevante para este conflicto convencional entre dos estados en las llanuras del Este de Europa.

¿Cómo entiende Rusia esta guerra? Al principio Rusia aplicó e implementó la estrategia que le ha funcionado desde que Putin gano la Segunda Guerra de Chechenia en 1999. El ataque inicial ruso en febrero/marzo esperaba sorprender y descabezar al régimen de Kiev. Utilizando lo más moderno y profesional de su ejército trató de ejecutar una operación especial de golpe de Estado y tras el fracaso un blitzkrieg que desmantelaría las fuerzas armadas ucranianas —tal como sucedió en Georgia, Crimea y los primeros meses en Siria— obteniendo así la victoria.

Tras volver a fracasar en esta ofensiva inicial su ejército se ha ido degradando y sosteniéndose más y más en salvas de artillería, misiles y drones de larga distancia y asaltos de infantería de dudosa eficacia y alto coste, con una escalada de objetivos civiles en centros urbanos además de infraestructuras claves. Desde abril a septiembre, Rusia ha derivado hacia una guerra total con frentes militares estáticos y ataques generalizados para dinamitar la estructura y población ucraniana, agotar al enemigo y obtener la victoria decisiva.

Desde octubre hasta hoy Rusia opta claramente por la guerra total y de atricción en la que espera que su superioridad numérica, dimensión económica, stocks de municiones y el factor crucial de tener el lujo de una retaguardia fuera del teatro de operaciones, le permitan obtener la victoria a largo plazo. Recordemos además que la disuasión nuclear funciona con la OTAN, pero no parece disuadir a Moscú.

La visión de Ucrania es diferente. Kiev, por la correlación de fuerzas existentes en la fase inicial, la asimetría de recursos y al ser objeto de la agresión, ha tenido que ser más creativa en sus tácticas y estrategia. Al principio adopta la estrategia del ‘puercoespín’, asesorados por consejeros e inteligencia extranjeros, una estrategia flexible que gracias a una tecnología superior frena la ‘operación especial’ y el blitzkrieg ruso inicial. 

Una disciplina sorprendente, resiliencia ciudadana, errores e incompetencia rusa y una ayuda masiva de la OTAN –Estados Unidos, Reino Unido, Noruega, bálticos y Polonia, Chequia y Rumania — pudo frenar la guerra de movimiento rusa y a partir de mayo pasar a la ofensiva hasta recuperar un tercio del territorio ocupado por los rusos a finales de octubre, incluyendo las ciudades de Járkov y Jerson, buscando el colapso de las líneas rusas para lograr la «victoria» en una «batalla decisiva». 

Sin embargo, la falta de recursos, en especial munición y plataformas ofensivas, frenaron estas operaciones y Ucrania buscó ganar tiempo hasta la llegada de más ayuda de la OTAN. El frente se estabilizó por agotamiento y falta de recursos. La guerra clásica sobre el papel, pero para Ucrania, sin recursos sobre el terreno.

Así pues, mientras los ucranianos tienen como objetivo las fuerzas militares rusas, los rusos atacan a Ucrania en su conjunto, sus fuerzas armadas, sus infraestructuras y su sociedad civil. Dos maneras de hacer la guerra. En la guerra clásica la «batalla decisiva» gana la guerra. En la guerra total el estado más fuerte gana la guerra.

Un ejemplo de guerra clásica que Ucrania desea emular es el modelo de la Guerra Ruso-Japonesa 1904-5 con la batalla decisiva de Tsushima. Aunque el Imperio Ruso era más fuerte y potente que el Japón de los Meiji, la Marina nipona se impuso a la rusa en la batalla decisiva de los estrechos de Tsushima y la intervención extranjera — Teddy Roosevelt y el Imperio Británico — dieron el triunfo a Japón reflejado en la paz de Portsmouth, Rhode Island. La guerra duró 15 meses.

El ejemplo de guerra total que Rusia desea emular es el modelo de la Gran Guerra Patriótica contra los nazis 1941-5. A pesar de perdidas monumentales —27 millones de muertos y un tercio de la URSS devastada— los números y recursos de los soviéticos aplastaron a Alemania con la liquidación de su régimen y expansión de la zona de influencia rusa hasta la mitad de Europa. La guerra duró tres años y once meses.

El tiempo corre a favor de Moscú

Después de un año, ambos contendientes están satisfechos con su estrategia y doblan la apuesta para la primavera, para la que ya se anuncian supuestas ofensivas con las que tratar de romper el equilibrio estratégico en esta fase de atrición. La reciente visita del presidente Biden a Kiev el 20 de febrero y el discurso anual de Putin al día siguiente marcaron las posiciones maximalistas de ambos beligerantes y reflejaron la apuesta de ambos por la guerra.

Ambas partes confían en romper el impasse con un golpe maestro militar y, a pesar de algunas tentativas diplomáticas —la más significativa, la de China, que han sido rechazadas en un inicio por Moscú y Kiev como «una rendición descarada» que no garantizaría la supervivencia de sus respectivos regímenes.

La política de estrategia de comunicación de ambos contendientes de anunciar sus objetivos maximalistas es que hacen una posible negociación imposible, pues cualquier compromiso requiere concesiones inasumibles por Zelenski y Putin. ¿Cuál podría ser ese «golpe maestro» o esa «bala de plata» que rompa el impasse y pare la carnicería? Existen varias opciones.

Ucrania ha adoptado una estrategia kalbasa o del salchichón en la que va obteniendo de sus aliados artillería, drones, tanques, aviones, zona de exclusión aérea. La pregunta es si en la punta de ese salchichón no busque una participación directa de la OTAN.  Se trataría de atraer de forma sistemática a la Alianza Atlántica para consolidar el conflicto como uno de OTAN—Rusia en territorio ucraniano. Por otro lado, Ucrania confía en que la superioridad del armamento Occidental rompa el equilibrio de una manera contundente. Se trata de una apuesta por la calidad frente a cantidad del enemigo.

Kiev podría también buscar una proliferación horizontal —extender el conflicto a otros teatros que causen una intervención decidida de la OTAN— por ejemplo, Moldavia, Bielorrusia, Crimea o en última instancia Polonia o países bálticos. Por último, también podría ocurrir un evento Cisne Negro, el desgaste ruso y la presión de sanciones provoca que Moscú contemple una diplomacia salvadora de su aliado chino y/o del mediador turco para frenar la implosión. Un acuerdo entre USA y China para frenar la guerra y evitar que se estén dañando sus intereses globales. También podría producirse un cambio de régimen en Moscú, como el colapso del estado ruso febrero de 191 o en diciembre 1991. En mi opinión, estos escenarios muy poco probables a medio plazo.

Por su parte, Rusia puede tener la tentación de la opción nuclear. Desde el primer momento, Moscú ha lanzado advertencias y amenazas sobre el uso del arma nuclear si la OTAN cruza «ciertas líneas rojas» poco definidas y ambiguas. Esto ha tenido un doble efecto: por una parte, cuestiona la proposición que impera desde 1945. ¿Puede una potencia nuclear perder una guerra convencional? Sin embargo, la historia es cruel con Putin: Francia en Argelia el año 1962, Estados Unidos en Vietnam en 1973, Irak en 2011, Afganistán en 2021, Reino Unido en Irak en 2011, Afganistán en 2018 o URSS-Afganistán en 1989 perdieron guerras de contrainsurgencia. Sorprendentemente, las únicas potencias nucleares que han ganado frente a una potencia no nuclear fue China frente a Vietnam en 1979 y Reino Unido frente a Argentina en 1982.

Así pues, la utilidad de esta amenaza, como la fábula de Pedro y el lobo, disminuye cada vez que se usa y no se aplica y es asumida como un bluf. Una situación muy peligrosa en mi opinión, pues Moscú podría interpretar una ofensiva convencional de Ucrania en Crimea o cualquier provincia de Dombás para escalar y optar por armamento no convencional.

Una guerra estática, larga y de desgaste es vista con perspectiva favorable por Moscú. Sus fuerzas armadas, su economía, su régimen dictatorial están preparados para una guerra interestatal y una confrontación total, pues todavía mantiene las doctrinas de la URSS y el Pacto de Varsovia. Tras el fin de la Guerra Fría, el «dividendo de la paz», la primera guerra del Golfo y las guerras de contrainsurgencia y conflictos civiles, las economías occidentales, sus complejos militares, industriales y cadenas de suministro no están preparados para la demanda de este tipo de conflicto. Un déficit que se está intentando corregir, algunos con más entusiasmo que otros.

Un chiste soviético de los años 80 contaba que mientras «Occidente tiene un complejo militar industrial, Rusia es un complejo militar industrial». La carrera para equilibrar esta asimetría se está librando ahora y Moscú apuesta que la presión de los eslabones más débiles de la OTAN, es decir, la Unión Europea que Donald Rumsfeld bautizo en el 2003 como «la vieja Europa», forzaran a Ucrania a un alto al fuego, un armisticio que congele el statu quo actual durante años e incluso décadas como un «conflicto congelado» del tipo Nagorno-Karabaj o la disputa entre Osetia y Abjasia. En definitiva, tras este primer año de guerra es posible sacar ya algunas conclusiones. 

La estrategia rusa a largo plazo apunta hacia una guerra de larga duración y no aceptará ningún tratado que incluya una Ucrania reconstruida integrada en la OTAN y la Unión Europea.

La estrategia ucraniana a largo plazo contempla un blindaje de su país con garantías de su seguridad ante la permanente amenaza rusa. Un tratado como Budapest 1994 con garantías de estados garantes no es ya aceptable. Solo su incorporación a la OTAN y su Artículo 5 cumpliría el mínimo exigido.

Ambas visiones son excluyentes y, por lo tanto, no habrá paz permanente o duradera en el Este de Europa mientras no haya cambio de régimen en Moscú. Ya sea el escenario preferido, una Rusia democrática y cooperativa, o ya sea el peor escenario, la desaparición de una Ucrania independiente, en ambos casos exigiría una reconstrucción de la arquitectura de seguridad y defensa europea en un modelo nuevo.

Esta guerra será una guerra transformativa, como lo fueron las guerras napoleónicas, la guerra Franco-Prusiana, y las dos grandes guerras mundiales. Esta vez estamos contemplando los últimos estertores del último imperio europeo, el ruso. Ya lo dijo el gran Brezinski en 1993: «Rusia podrá ser una democracia o un Imperio, no ambas cosas». 

 Andrew Smith Serrano es analista de seguridad internacional del Centro para el Bien Común Global de la Universidad Francisco de Vitoria.

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