THE OBJECTIVE
Vidas cruzadas

José María de Areilza: «Europa tiene la oportunidad para hacer los deberes en seguridad y en defensa»

El profesor y Secretario General de Aspen Institute España habla con David Mejía sobre su trayectoria y los retos de Europa.

José María de Areilza Carvajal es Doctor en Derecho por la Universidad de Harvard, Secretario General de Aspen Institute España -una fundación asociada al think tank The Aspen Institute en Estados Unidos- y Profesor ordinario y titular de la Cátedra Jean Monnet en ESADE. Ha sido profesor visitante en varias universidades, recientemente en INSEAD Business School (2018-21) y en el London Business School (2022-23). Es Vicepresidente de la Fundación Consejo España-Estados Unidos. Escribe una columna semanal sobre asuntos internacionales en el diario ABC.

Pregunta. – Me decías fuera de micrófono que fuiste el segundo español en doctorarse en Derecho por la Universidad de Harvard.

Respuesta. – Así fue. Tuve esa suerte.

P. – ¿Y cómo termina un licenciado en Derecho de la Universidad Complutense doctorándose en Harvard?

R. – Yo no tenía una vocación especial cuando terminé Derecho. Me gustaban muchas cosas y pensé que, si pasaba un tiempo estudiando en Estados Unidos, aclararía mi futuro. Hice primero un máster en Derecho en Harvard, luego un Máster en Relaciones Internacionales en The Fletcher School of Law and Diplomacy. El segundo año caí seducido por los debates de ideas del mundo académico americano y pedí entrar en el programa de doctorado en Derecho de Harvard. Además, se multiplicó mi suerte al poder trabajar con el catedrático Joseph Weiler, uno de los mejores teóricos en integración europea, que se convirtió en mi maestro y con el tiempo en amigo. Fueron cinco años muy intensos, de abrirme a muchos mundos, no solo al Derecho, sino también, a las relaciones internacionales, la filosofía, la ciencia política y la historia.

P. – Con la tecnología de entonces, uno estaba bastante más aislado de España de lo que estaría ahora. ¿Recuerdas ese ecosistema asilado como parte clave de la experiencia?

R. – Sí, era un planeta distinto. Estaba con gente interesantísima en clase, tanto profesores como alumnos, y me podía hacer un traje a medida de lo que quería aprender. Y con enorme libertad y flexibilidad para conectar disciplinas sin esos límites que a veces impone la universidad española de una manera muy formalista.

P. –  ¿Qué virtudes debería importar la universidad española de la estadounidense?

R. – Yo tuve una experiencia fantástica la Complutense. Además de estudiar mucho, estuve muy metido en política universitaria, a través de la mítica “Asociación 1812, Estudiantes Liberales”. Esta conexión me llevó tiempo después a trabajar cuatro años en el Gabinete del Presidente del Gobierno como asesor en asuntos europeos y norteamericanos, entre 1996 al 2002. Pero el sistema universitario de Estados Unidos sigue siendo el mejor del mundo, con verdadera competencia entre universidades, transparencia en sus resultados, una abundancia de medios y una concentración de talento interesantísima. No obstante, hoy se ha retrocedido en libertad en los grandes campus universitarios. La universidad es un sitio para experimentar, para hacerte muchas preguntas, descolocar ideas y luego afianzarlas. Yo volví de Estados Unidos con muchas ganas de hacer cosas en España. Sabía que iba a volver a España. Aquí están mis afectos y aquí doy verdadero sentido a lo que hago.

P. – ¿Te preocupa la libertad de expresión en la universidad?

R. – Estamos en un momento de péndulo. Por fortuna, los excesos del movimiento woke, una exacerbación de la política de identidades, se están corrigiendo poco a poco. Creo que a medida que ocurra esto, ganaremos en tolerancia, en libertad y en respeto. Es importantísimo que los estudiantes, no solo los profesores, puedan expresarse con verdadera libertad en las aulas, es una parte esencial de su experiencia de aprendizaje.

P.- Llegas a Estados Unidos en el año 89. Un momento clave para Europa.

R. – Fue un momento muy interesante porque nada más llegar a Boston cayó el muro de Berlín. Recuerdo que hubo un gran novelista alemán nos dio una charla sobre la unificación en un tono muy cínico diciendo: «Si cae el muro de Berlín espero que sea para que los alemanes del Este se queden en la Alemania del Este». En el club republicano de Harvard, en minoría en una universidad plagada de demócratas, hicieron camisetas que ponían «Berlín hoy, Harvard mañana».

Este momento histórico coincidió con el despegue político del proyecto europeo de integración. Desde Estados Unidos se admiraba mucho a Europa como el mayor mercado del mundo. Fueron años de Euro-manía y también de volver a pensar el papel de Alemania en Europa. Hay que recordar que Helmut Kohl pacta la unificación alemana por la vía rápida, solo con Washington y Moscú, sin consenso europeo. Giuliano Amato, el primer ministro de Italia, dijo «me gusta tanto Alemania que prefiero que haya dos». Fue un momento especial para afianzar y relanzar la integración al mismo tiempo. La nueva Unión Europea tenía que empezar a hacer cosas para las que no estaba preparada, en primer lugar, ser un ancla geopolítica en un continente que cambiaba aceleradamente. También, la gran ampliación y la mejora de su modelo institucional, algo que todavía sigue siendo un reto. Y por supuesto, revisar su relación con unos Estados Unidos, que enseguida se planteó el dividendo de la paz.

P. – ¿Entonces comprabas la tesis de Fukuyama sobre el fin de la historia?

R. – Creo que ni siquiera él la compró como algo definitivo. Era un ensayo para hacernos pensar hacia qué mundo íbamos. Fueron años en los que se difundieron más las ideas de economía de mercado y libertad política, el auge de una globalización que empezamos a echar de menos. Y es fácil decir que se podían haber hecho mejor las cosas. Pero yo creo que vamos a recordar esa etapa como una época de gran desarrollo económico y político.

P. – ¿Dirías que esa época de vino y rosas, por decirlo así, de crecimiento y sobre todo de fe en el proyecto europeo, se quiebra con la crisis de 2008?

R. – Yo creo que el proyecto europeo es lo mejor que hemos hecho los ciudadanos de este continente en mucho tiempo. Europa es el nombre de nuestra civilización, es el oxígeno que respiramos. Esa tensión entre el ser -la realidad institucional europea- y el deber ser – la idea de Europa, fundada en valores- nos obliga siempre a avanzar, guiados por un ideal que señala el camino. Como explica muy bien Joseph Weiler, Europa es un proyecto ético sobre cómo nos relacionamos con el otro, cómo definimos al otro sin discriminarlo y sin asimilarlo. Al mismo tiempo, creo que la integración ha sido víctima de su éxito una vez que ha cumplido 70 años. Hoy el europeísmo debe vertebrar las políticas nacionales, no tenemos horizonte mejor. Pero ha de significar algo distinto de los objetivos fundacionales señalados por Jean Monnet y los otros padres fundadores. Una vez que se llegó a esa primera etapa de integración, hacia el año 2000, la segunda etapa se hizo mucho más difícil, porque ya no se trata de justificar el poder europeo como un límite a lo que hacen los Estados miembros. Se trata de justificar el poder europeo en sí mismo, fortalecer su legitimidad, en primer lugar con mejores resultados, por ejemplo al convertirse en un actor global eficaz, y también con una toma de decisiones más inteligible, despojada en lo posible de un lenguaje excesivamente tecnocrático. Antes de 2008 ya había habido un debilitamiento en la integración europea. Los tres proyectos de principios del 2000, el lanzamiento del euro, la gran ampliación de 2004 y la Constitución europea, no fueron capaces de relanzar la integración y generaron muchos miedos. Cuando se puso en marcha el euro sabíamos que era un proyecto incompleto. Era una moneda para el buen tiempo.

P. – Las causas del euroescepticismo son distintas en función de los países.

R. – A pesar de la desconfianza generalizada de los ciudadanos en todas las instituciones, la Unión Europea es más valorada en conjunto que las instituciones nacionales. Un reto que tiene Europa es cómo el paso hacia un proyecto que más ciudadanos sientan como suyo. Es muy difícil con 27 Estados miembros y su sistema institucional necesita reformas de cierto calado. El principio de representación tiene trasladarse mejor al nivel europeo, con unas elecciones que lleven a nombrar una Comisión dotada de un mandato para ejercer el gobierno europeo, en vez de ser una gran coalición decidida por la suma los gobiernos nacionales. Hay que reforzar el poder ejecutivo europeo, pero a cambio hay que politizarlo en el mejor sentido de la palabra y de exigirle una mayor rendición de cuentas.

P. – ¿Verías de manera favorable una unión fiscal?

R. – Yo creo que es muy importante, la arquitectura del euro necesita ser completada, también con una mejor unión bancaria y una unión económica más profunda. Con el Fondo de Recuperación se ha ensayado la financiación a gran escala de políticas con deuda europea, un precedente muy significativo, que puede ser un paso hacia un Tesoro europeo. Avanzamos mucho en lo peor de la crisis financiera y una vez que fue despejada, se han ralentizado todas esas reformas necesarias.

P. – La guerra de Ucrania ha provocado cierto auge del orgullo europeo. ¿Por qué no sucedió esto cuando Putin invadió y anexionó Crimea?

R.- Europa estaba más ensimismada y no le dio suficiente importancia a la invasión de Crimea. Estábamos justo saliendo de la crisis del euro. Con la invasión de Ucrania, Europa ha reaccionado con muchísima rapidez y unidad, desde los problemas del euro hemos aprendido a gestionar crisis cada vez mejor. Ha sido una sucesión impresionante de crisis existenciales: euro, refugiados, Brexit y otros populismos, pandemia, invasión de Ucrania. Sin embargo, como explican muchos analistas, la UE es ahora más dependiente ahora de Estados Unidos que hace quince años. Y la explicación es muy sencilla: entramos en una nueva era geopolítica en la que la demanda principal es la seguridad, entendida desde una competencia entre bloques, China-Rusia y Occidente. Y en este terreno es donde la Unión Europea no ha hecho los deberes. La Unión Europea estaba mejor preparada para un mundo en el que la demanda principal era prosperidad global a través de instituciones multilaterales. Pero en el ámbito de la seguridad y la defensa, nuestra dependencia de Estados Unidos es enorme, una asimetría gigantesca. Hemos conseguido un alineamiento estratégico con Estados Unidos en Ucrania, con la buena noticia de la resurrección de la OTAN. Pero debemos levantar la vista y reformular el debate en Bruselas a veces algo bizantino sobre la “autonomía estratégica” del continente. La pregunta prioritaria es: ¿Cómo puede contribuir Europa a resolver problemas globales en un mundo en el que la seguridad se ha convertido en el interés primordial?

P. – ¿Y qué tendría que hacer Europa? ¿Invertir en seguridad y defensa?

R. – Europa invierte tanto en defensa como China, pero lo hace desde múltiples lógicas nacionales. Los sistemas de armamento no son compatibles, algo que se está viendo ahora. La industria de defensa europea está en máximos de producción, pero sufre para abastecer a Ucrania y tiene importantes carencias a la hora de importar de materias primas. Esto se sabía desde hace muchos años, pero no se han dado los pasos necesarios hacia una lógica europea. Hay una mentalidad de pacifismo muy generalizado en la mayoría de los Estados miembros, el problema no es solo de capacidades y medios.

Foto: Carmen Suárez

P. – ¿Todavía hay estrés postraumático en muchos países de Europa respecto a la Segunda Guerra Mundial?

R. – Desde el inicio de la Guerra Fría se extendió la mentalidad en la Europa continental de que podemos subcontratar la defensa a Estados Unidos, por un módico precio. El Reino Unido es un caso distinto y Francia también, le gustaría ser el contrapeso al poder norteamericano. El mundo en el que vivimos es muy peligroso y debemos cambiar rápidamente para defender nuestros intereses.

P. – Entonces, ¿apoyas la tesis que han sostenido muchos teóricos americanos de que Europa ha vivido muy cómodamente bajo ese paraguas militar de Estados Unidos?

R. – Sin duda. Europa ha desarrollado el mejor estado social de la historia, del cual podemos estar muy orgullosos. Yo creo que es una señal de civilización, pero a cambio no ha hecho el suficiente esfuerzo en seguridad y defensa. Al igual que se ha hecho con tantas políticas económicas y sociales, es urgente dar pasos para compartir soberanía en el área en defensa, porque si no mantendremos soberanía formal pero no alcanzaremos poder efectivo. Estados Unidos tiene una prioridad clara, gestionar la rivalidad con una China en ascenso, y espera que la relación transatlántica funcione en el Pacífico.

P. – ¿Te sorprendió la postura y la respuesta tan contundente de la Administración Biden frente a la invasión rusa?

R.- Joe Biden es un presidente pro-europeo, tal vez el último, y un gran conocedor de la política internacional, ha demostrado un liderazgo muy eficaz en esta crisis. Cuando estuve en Boston tuve la suerte de estudiar en mi tesina de máster su labor al frente de la Comisión de Exteriores del Senado, donde propuso una nueva interpretación de las normas constitucionales sobre tratados internacionales. Ya por entonces era una figura con mucho peso.

P. – Y Obama estaba estudiando en Harvard.

R. – Sí, compartí una asignatura con él sobre Derecho de Sociedades. Barack Obama era ya entonces un líder entre los estudiantes, el primer afroamericano editor de la revista de la facultad de Derecho, que fue su trampolín hacia la política. En su doble mandato, a Obama le ocurrió un poco como a Emmanuel Macron. Ambos tienen personalidades desbordantes, con una gran capacidad intelectual, pero con frecuencia se limitan a entender la política como generación de ideas y una comunicación brillante de las mismas. Pero el trabajo más importante de la política empieza una vez que sabes qué quieres hacer, la parte esencial es llevar tus ideas a la acción, negociar y negociar hasta conseguir acuerdos y consensos. 

P. – Ejecutar.

R. – Exacto, justo en esto Biden ha tenido una gran experiencia, de hecho está siendo un presidente capaz de aprobar legislación muy transformadora en un país polarizado. Tiene además más de 50 años de experiencia política vinculada a la política internacional. Se siente irlandés y conoce muy bien nuestro continente. Apoya la integración europea y la valora. Tiene una visión histórica que le ha servido para deshacer los errores de la retirada caótica de Afganistán y tejer una relación muy estrecha con los aliados europeos (y también algunos asiáticos) ante la invasión de Ucrania. Una vez más, los europeos no hubiéramos sido capaces de frenar la agresión de una potencia revanchista.

Las elecciones de 2024 en Estados Unidos no van a ser sobre el estado de la economía, sino sobre valores. Biden se presentará como el líder de una coalición internacional que defiende la democracia y los derechos humanos, la dignidad de la persona. Puede que consiga antes de la campaña electoral un alto el fuego en Ucrania que ponga en valor su trabajo. Si, como parece, su rival es Donald Trump, un aislacionista impredecible que admira a los líderes autoritarios, los europeos nos jugaremos mucho en esos comicios.

P. – ¿Qué te parece Ron DeSantis?

R. – Ha sido bien definido como un Trump con cerebro. Es una persona con una formación muy buena y con ideas ultra conservadoras. Yo creo que se equivoca en su visión aislacionista respecto a la invasión de Ucrania. No está haciendo un buen principio de campaña a la presidencia y no está suficientemente bien rodeado. Yo creo que si llegase a ser presidente sería menos dañino que Trump en el ámbito internacional, desde luego. Pero Trump, imputado repetidas veces, tiene posibilidades reales de ganar. Y además puede argumentar frente a Biden que durante su mandato hubo paz, prosperidad, se frenó la inmigración ilegal. Utiliza la transgresión como estrategia de movilización y al mismo tiempo representa a muchos libertarios y conservadores del establishment. Pero es la primera vez que competirían dos candidatos que ya han ocupado la Casa Blanca, una situación que nunca se ha dado en la historia de Estados Unidos. Ojalá que a Biden le vaya muy bien su intento de reelección, pero se presenta contra la opinión del 70% del electorado. Y además no tiene una vicepresidenta con un gran tirón popular.

P. – Antes has mencionado China, otro agente clave en el escenario geopolítico. ¿Ves alguna similitud entre el mesianismo imperialista de Putin con Xi Jinping?

R. –Es posible que Xi Jinping quiera pasar a la historia por haber recuperado Taiwán. No está dispuesto a esperar los 100 años que sugirió Mao a Nixon en su histórica visita de febrero de 1972. Pero no tomará decisiones precipitadas, porque ahora tiene más problemas domésticos que antes, económicos, minorías, corrupción…China está compitiendo muy bien con Estados Unidos en la revolución de la tecnología digital, incluso ganando en algunos aspectos en la carrera de la inteligencia artificial. En Europa, la presencia de China es muy notable. Está proyectando sus necesidades hacia el mundo de una manera muy directa, mediante una estrategia a largo plazo de inversiones e infraestructuras. Al mismo tiempo China sigue teniendo la mentalidad de ser el imperio central, y contempla a los demás países como tributarios y no iguales, una mentalidad que frena la exportación de su modelo político y económico. Lo nos queda de siglo XXI va a estar presidido por una rivalidad cada vez más fuerte entre China, como una potencia que aspira a la hegemonía global y Estados Unidos, que quiere mantener en todo lo posible esa preeminencia. Esta política de bloques deja a muchos países como no alineados. Algunos de ellos están triangulando muy bien, aprovechando las ventajas de esa rivalidad, como India, Arabia Saudí, Brasil o Emiratos.

P.- ¿Y qué papel juega Europa?

R.- Esa es la pregunta fundamental. Yo creo que es equivocado hablar de ser o no “vasallos” de Estados Unidos, como hizo hace unos meses Macron. Tenemos que hablar en términos de amistad entre socios leales que a veces están de acuerdo, otras en desacuerdo y que resuelven sus diferencias sabiendo que comparten objetivos a largo plazo. Necesitamos a Estados Unidos como aliado principal en seguridad y defensa. Dependemos de ellos, pero Europa debe desarrollar capacidades propias. En el norte de África y en el Sahel, por ejemplo, cada vez va a tener que actuar más veces sin Estados Unidos. Al mismo tiempo, Estados Unidos ya no tiene la capacidad de contener a China sin trabajar en coalición con sus aliados. Y también hay que encontrar áreas de cooperación con China, por ejemplo, ante la emergencia climática, el primero entre los riesgos globales. Es imposible construir coches eléctricos sin contar con China y en paneles solares son líderes mundiales. China y Estados Unidos son los dos mayores contaminantes y su acción decidida es imprescindible.

P. – ¿China no es sensible a esta emergencia?

R. – Sí lo es, lo que pasa que responde a su ritmo. El verdadero problema es doble, no hay casi tiempo y las instituciones globales que se han puesto en pie para afrontar este reto no son todo lo eficaces que sería necesario. Estados Unidos también va a su ritmo, con un partido republicano que sufre el virus del negacionismo climático. Con la Ley de Reducción de la Inflación, Biden ha implementado los mandatos de las cumbres de Naciones Unidas sobre emergencia climática, pero lo ha hecho creando un gran proteccionismo. Me gustaría resaltar la importancia que puede tener la doctrina formulada hace poco por Jake Sullivan, el asesor de seguridad nacional de Biden. Propone avanzar hacia una gran política industrial y revisar las instituciones multilaterales que creó Estados Unidos con sus aliados europeos a partir de la reunión de Bretton Woods en 1944. Es parte de la estrategia norteamericana de contención y rivalidad con China.

P. – Esto que comentas me parece muy interesante a propósito de fenómenos como la antiglobalización, la deslocalización y la globalización.

R. – Los europeos no tenemos que defender la des-globalización, sino repensar reglas de la globalización en sectores estratégicos como semiconductores, minerales críticos o baterías, es decir llama minimizar los riesgos. La industria europea, por ahora, necesita estar en China. Sullivan ha sido demasiado tajante con su propuesta proteccionista, que apenas deja margen para al menos coordinar políticas industriales entre bloques. El libre comercio, los estándares universales para mejorar las reglas del juego de la tecnología digital, el trabajo global frente a la emergencia climática, corren el riesgo de descender a un plano secundario. Y eso daría paso un mundo mucho peor.

P. – Se habla mucho de las corrientes históricas, de los acontecimientos imprevisibles, pero al final siempre acabamos hablando de nombres. ¿Crees que hay una escasez de líderes? ¿Y hasta qué punto es necesario un liderazgo individual fuerte para poder llevar a cabo estas estas propuestas de futuro?

R. – Uno de los cursos que ofrezco en la universidad es sobre liderazgo, poder e influencia. Enseñamos a pensar sobre el poder mediante el estudio de la capacidad de distintos actores, en organizaciones de todo tipo, de conseguir sus objetivos, con una visión realista y con una reflexión ética de fondo.

Como explica muy bien Gideon Rachman, asistimos en el mundo a una epidemia de hombres fuertes. Es un paradigma instalado tanto en las democracias (Trump, Boris…) como en los regímenes autoritarios (Putin, Xi Xinping). Es un tipo de liderazgo tóxico, que surge con fuerza en los momentos de mayor incertidumbre histórica. Cuando las instituciones se debilitan emergen las personalidades fuertes. En el fondo es un pensamiento mágico e infantil, que reclama líderes salvíficos. Estos líderes presentan soluciones sencillas a problemas muy complejos y como no funcionan, buscan enemigos externos para justificarse.

Yo creo que tenemos que resistir y criticar este liderazgo porque es muy dañino, pero también entender sus causas. Debemos reconocer la importancia de las preguntas que se hace mucha gente sobre identidad, raíces, pertenencia, son elementos que han estado apartados de los debates más cosmopolitas sobre hacia dónde va el mundo. No podemos dejar que los extremos ideológicos ofrezcan las respuestas.

Yo creo que Angela Merkel ha sido un ejemplo de líder racional, científica, tremendamente eficaz, flexible e inteligente y comprometida con valores humanos. Se le acusa de no haber visto el enorme riesgo para la seguridad de Europa al convertir su país en muy dependiente de la energía rusa. Pero en su descarga, en esos años toda Alemania estaba a favor de tener esa relación estrecha con Rusia y había un gran consenso al respecto entre los principales partidos.

P. – Fue una forma de pacificación.

R.-  Así es, pero la mayor interdependencia económica no ha sido suficiente la modernización y occidentalización de Rusia. Vladimir Putin ha optado por una visión imperial y nostálgica de su país. Con el tiempo, creo que se volverá a poner en valor el estilo de liderazgo de Merkel, que consiguió convertir la política en una fábrica de consensos, en la que los expertos tienen voz, y la política es el arte de lo posible, en vez del sitio al que uno viene a exhibir sus transgresiones y a vocear que sólo tiene principios innegociables.

P. – ¿Diría entonces que la característica más importante de un líder es saber consensuar y llegar a acuerdos?

R. – Un biógrafo de Lyndon Johnson decía que un buen líder es alguien que obtiene grandes recursos para hacer grandes cosas. Es decir, que conecta primero con una idea de servicio al bien común y luego es capaz de movilizar recursos y seguidores. Es importantísimo no quedarse en la visión sino desarrollar esa capacidad de negociación, de transacción, de pacto. Si no la política se convierte en ella misma en un problema, en vez de ser un sitio al que se va para resolver problemas.

P. – ¿Cómo crees que va a resolverse la guerra en Ucrania?

R. – Nadie lo sabe. La contraofensiva ucraniana de estas semanas va a ser decisiva. Yo creo que es importante que los occidentales apoyemos a Ucrania para que consiga la victoria y sea ella la que decida qué paz quiere. Sabemos que una Rusia derrotada será Rusia revanchista, que durante mucho tiempo puede quedar aislada de Occidente y convertirse cada vez más en dependiente de China. Hay un riesgo de que la guerra se cronifique y eso le dé más bazas a Rusia, dispuesta a aprovechar un eventual cansancio occidental. Europa tiene una oportunidad para hacer rápidamente los deberes en seguridad y en defensa. En los debates en torno a la futura pertenencia de Ucrania a la UE, hay que abordar antes retos institucionales internos muy serios de la propia Unión. Ucrania pertenece a la familia europea, pero debe estabilizarse después de tanto sufrimiento, y su perspectiva de adhesión es a muy largo plazo. Debemos mentalizarnos que el trabajo global de los europeos en seguridad y defensa va a ser como aliados de Estados Unidos en muchísimas ocasiones, un gran país con el que tendremos diferencias que habrá que resolver con lealtad y en un diálogo permanente. Compartimos intereses y valores en un mundo en el que Occidente cede cada vez más poder ante otros actores emergentes.

P. – ¿En algún momento pensaste que el motín de Wagner acabaría con Putin?

R. – El poder de Putin es muy superior al de este grupo de mercenarios. Pero sí pensé que podía ser el primer episodio de una “rebelión en la granja”, en el que empieza a tambalearse el dictador por la traición de personas de su entorno.

P. -¿Era verosímil temer que el sustituto de Putin hubiera sido alguien peor que él?

R. – Putin es un ejemplo de libro de adicción al poder, un líder incapaz de preparar su sucesión. Parte del pueblo ruso quiere un líder todavía más nacionalista y que movilice todos los recursos posibles para corregir el fracaso de la invasión de Ucrania, incluido armas nucleares. Sin embargo, la cleptocracia en la que se apoya Putin tendrá algo que decir cuando sea necesario sustituirlo y hará todo lo posible para que no haya un vacío de poder, el verdadero peligro. Es muy posible que los miembros de esta red no estén interesados en apoyar a una figura hiper-nacionalista que hunda todavía más la economía rusa.

P.-¿Qué futuro auguras a Yevgeny Prigozhin?

R.- Es difícil de decir, ha protagonizado una situación confusa. Parece que ha pactado con Putin la manera de volverse invisible durante algún tiempo. Es una persona cercana al dictador y nada es descartable, incluso que hubiera acordado con él hasta dónde llegaría el motín.

P.-¿Dirías que Putin sale debilitado o reforzado tras el motín fallido?

R.- Solo lo sabremos con el tiempo. Por ahora, Putin está aprovechando un episodio del que no conocemos sus entresijos para lanzar una campaña de imagen que proyecta cercanía a sus súbditos, para purgar a los altos mandos del ejército y demostrar su control sobre los mercenarios. A corto plazo, lo importante para él es concentrarse en su estrategia de ganar la guerra contra Ucrania a través del mayor desgaste y cansancio del contrario.

P. – Vamos a terminar con la pregunta habitual, ¿a quién te gustaría que invitáramos a Vidas cruzadas?

R.- Me gustaría proponer a Luis Pousa, periodista, matemático y poeta. Un amigo del que yo siempre aprendo. En uno de sus viajes de La Coruña a Madrid disfrutaría de una entrevista como ésta.

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