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Opinión

No le llame Ternera, llámele monstruo

«¿Qué humanidad se espera de quien no muestra arrepentimiento por todos sus años en ETA?»

No le llame Ternera, llámele monstruo

Josu Ternera, en una imagen de archivo de 2020. | Joel Saget (AFP)

A Josu Ternera más que llamarle Josu Urrutikoetxea, habría que llamarle monstruo. Un tipo despreciable que en gran parte de su ya larga vida ha demostrado su vileza, su inmoralidad y una enorme cobardía, marca de la casa entre todos los etarras. Es Ternera un fracasado, que llega a la vejez viendo que ninguna de sus aspiraciones políticas—para él, vitales—se ha visto colmadas. Y no uno de tantos, uno con altísimas responsabilidades dentro de la banda terrorista que durante demasiados años sembró de sangre y lágrimas España. Fue dirigente de ETA, y eso más que una mochila es un armario que te debería destrozar, pero no lo hace. El destrozo exige dignidad previa. 

En un ejercicio impropio de esta España actual nunca opiné sobre el documental de Évole con Ternera, porque no lo vi, ajeno estuve a las campañas canceladoras. Ahora, No me llame Ternera está expuesto en Netflix a todo el público que quiera posar sus ojos en un documento meritorio, aunque estomagante y no por Jordi Évole. Un Évole que no blanquea a Ternera. Évole pregunta lo que debe preguntar, y ojalá dentro de poco los que pregunten sean jueces y fiscales. En todo caso habría que rebajar las expectativas ante estos fenómenos, porque toda entrevista al final no deja de ser una puesta en escena que tiende siempre a la decepción. El público espera algo que nunca llega, y aquí ni siquiera eso. Uno sabe de antemano que en su vida, al menos durante dos horas, habitará el monstruo.

No trato de deshumanizar a Ternera, ya se encarga él solo de ejecutar esa tarea. ¿Pero qué humanidad se espera de quien no muestra arrepentimiento por todos sus años en ETA? Un mísero «lo siento», es lo máximo que alcanza a contestar Urrutikoetxea cuando se le pregunta qué le diría a una víctima de ETA si la tuviera delante. Y es entendible quien ni siquiera desee ver el trabajo de Évole, esa pestilencia del crimen de la que hablaba Muñoz Molina, porque lo que se acaba por preguntarse cuando se termina el documental es si a quien le ha merecido la pena es al espectador. Cabreado al ver con sus ojos a esa mentira de 72 años que tienes balbuceando argumentos en la pantalla. De un cinismo que asusta. De un escalofrío mayor cuando comprendes que una parte de los vascos apoyó a esto, encubrió a esto.

Aciertan Jordi Évole y Màrius Sánchez, directores, en arrancar y terminar con el testimonio de una víctima de ETA, Francisco Ruiz Sánchez. En 1976, Francisco era policía en el municipio vizcaíno de Galdácano. El 9 de febrero ETA asesinó al alcalde Víctor Legorburu Ibarreche, aquel día estaba siendo escoltado por Ruiz, él recibió 12 tiros, se encomendó a la Virgen, y aunque los médicos no daban un duro por su vida, se salvó. Aunque lo que vino después de salir del hospital le dolió más que los disparos, el rechazo de sus vecinos. Y digo aciertan porque el posicionamiento implícito y explícito de ambos es evitar el compadreo. No hay risas, ni preguntas humanas para Urrutikoetxea, no hay lejía para desinfectar al personaje.

¿Y para qué da esta entrevista? ¿Cuál es su motivo? ¿A quién pretende dirigirse? Las entrevistas siempre son un intercambio de intereses, pero ¿cuáles son los de Ternera? Dudo que sea volver a recordarle al mundo su inmoralidad, su justificación perpetua del mal o igual entra dentro de sus filias. Son inaguantables sus constantes alusiones al «Estado español» porque no desalojara Hipercor, porque la Guardia Civil no hizo caso y las familias seguían viviendo en las Casas Cuartel cuando el atentado de Zaragoza. Porque si Ortega Lara estuvo 532 en cautiverio, él tiene conocidos que han pasado décadas en prisión.

Prueben, si tienen el estómago fuerte, a verlo. A ser posible acompañados de jóvenes o adultos de memoria escurridiza, para que sepan quién estuvo allí: secuestrando, amenazando, asesinando. Los del tiro en la nuca, los del impuesto revolucionario, los que llaman acciones a lo que son atentados. Y que sean conscientes, díganlo, que hubo una izquierda abertzale que gracias a su denodado esfuerzo, contribuyó a alargar la vida de una organización terrorista. Y que en gran parte de esa izquierda siempre existió antes conveniencia política que convicción por la paz. Le pregunta Évole a Urrutikoetxea si todo ha tenido sentido, y este contesta «que si alguien afirmase que 50 años de su vida no han tenido sentido, sería alguien ‘monstruoso’». Efectivamente, no le llame Ternera, llámele monstruo.

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