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Un paseo en coche con Ryûsuke Hamaguchi, el último director de culto asiático

Hamaguchi afronta estos días la expectativa extendida de que su nombre va a ser pronunciado en voz alta en los Oscar

Un paseo en coche con Ryûsuke Hamaguchi, el último director de culto asiático

'Drive My Car' | Fotograma

El año 2020 pasará a la historia como un lapso de estupor, bloqueo mental y zozobra generalizados, pero como toda excepción a la norma, hubo personas que hallaron en el tiempo suspendido un remanso estimulante para la creación. Ese fue el caso del director japonés Ryusuke Hamaguchi, que en febrero del año pasado estrenaba en la Berlinale su tríptico Rueda de la fortuna y la fantasía, reconocido con el Gran Premio del Jurado en el festival alemán, y en julio, su drama esperanzado Drive My Car en el Festival de Cannes, donde se hacía con tres galardones, al mejor guión, el Fipresci de la crítica especializada y el del Jurado Ecuménico. A aquel tripe reconocimiento le han seguido el Globo de Oro a la mejor cinta extranjera y la valoración como mejor película del año por los críticos de cine de Nueva York, Los Ángeles y Boston. La larga carrera de premios llegará a su cénit, presumiblemente, el 27 de marzo, en los próximos Oscar.

La propuesta es una fascinante road movie inspirada en el relato corto homónimo del escritor Haruki Murakami. Como su compatriota, año tras año interpelado por sus oportunidades para ganar el Nobel de Literatura, Hamaguchi afronta estos días la expectativa extendida de que su nombre va a ser pronunciado en voz alta en el Dolby Theatre de Los Ángeles. Drive My Car representa a Japón en los Premios de la Academia y después del fenómeno Parásitos (Bong Joon-ho, 2019), que ha normalizado la asunción del cine asiático en la cultura mainstream, se le augura estatuilla. 

Luces cortas de Murakami

«Lo que más me gusta de su escritura es que tiene el poder de hacer que te quedes pegado a sus páginas. Su narración fluye, y simplemente te dejas llevar por la corriente. Por lo general, los escritores requieren que los lectores usen su imaginación para captar la narrativa, pero en el caso de Murakami, es tan bueno para contar sus historias que ni siquiera sientes que él mismo te sumerge en la trama. Cuando presenta un misterio o algún tipo de situación inestable, siempre anhelas saber cómo manejará la situación», comparte el director, quien al relato del escritor ha incorporado la relación de la pareja protagonista de otro de los textos cortos del escritor japonés, Scheherezade.

El poso de este relato, sobre un hombre aislado en su casa que periódicamente recibe la visita de una mujer para limpiar, proveerle de víveres y mantener relaciones íntimas con él mientras le cuenta historias inventadas, ha supuesto una novedad en la cinematografía de Hamaguchi, no muy dado hasta ahora a las escenas de sexo.

«Le tengo mucho cariño a John Cassavetes. Estoy absolutamente de acuerdo con su afirmación de que filmar una escena de amor entre dos personas que realmente se aman es algo imposible. De ahí que no las haya incluido hasta ahora en mi cine y que tampoco vaya a hacerlo en el futuro. Pero en esta película, esas secuencias eran muy importantes para mostrar la brecha entre los cónyuges. Físicamente hay intimidad y cercanía, pero al mismo tiempo, están mentalmente desgarrados. De hecho, cuando tuve que filmar la escena, lo más importante era coreografiar su conversación», aclara el realizador sobre una parte fundamental en el prólogo de 40 minutos que precede a las dos horas y veinte minutos que completan la película.

Foto: Seung-il Ryu / NurPhoto / ContactoPhoto

Lo que importa es el camino a Hiroshima

La inmersión de tres horas en el proceso de duelo del protagonista tras la muerte de su esposa, en su viaje de callada complicidad con la conductora de un coche que lo lleva a Hiroshima para la representación de una versión plurilingüe de Tío Vania de Chéjov, procuran una experiencia al espectador cercana al sortilegio. 

«He de confesar que no tengo una idea clara de cuánto debe durar una película. Tuve algunas conversaciones con los productores al respecto, pero yo tenía muy claro que algunas partes de la historia no eran negociables. Simplemente dije que ese era el tiempo que necesitaba el filme y que no estaba dispuesto a comprometerme. En este caso particular, era completamente importante encontrar el momento adecuado para que todos los protagonistas se revelaran», se justifica Hamaguchi.

Rodar en Hiroshima fue una coincidencia. En el guion original, el protagonista era invitado a un festival internacional en Busan, Corea del Sur, pero la pandemia suspendió los planes de rodaje iniciales. Hiroshima se convirtió en la alternativa por el interés de sus autoridades en que la película se rodara allí. 

«Además, la ubicación es muy hermosa y hay un tono muy pesado que viene con el nombre de la ciudad. Existe esta etiqueta de víctima que viene con el lugar, pero al mismo tiempo, Japón invadió muchos países durante la Segunda Guerra Mundial, pero no olvidemos que los ciudadanos de Hiroshima tuvieron que pagar el precio. Ese extraño equilibrio también fue muy interesante para la atmósfera de la película», concluye el realizador.

Imagen de ‘Drive My Car’.

Chéjov y Beckett en la carretera

Chéjov forma parte del rico tejido de Drive My Car. El maestro del relato corto dota a la película de una realidad paralela que arroja luz sobre la profunda crisis personal del protagonista. «Muchas cosas que diría Vania son un reflejo de sus pensamientos», explica el japonés sobre la yuxtaposición que establece en la trama.

A diferencia de su conocimiento de la obra del dramaturgo ruso, Hamaguchi reconoce no ser un experto en Beckett, también latente en la cinta. De hecho, en las historias del multipremiado director nipón, siempre prima un punto de vista muy realista. «En esta ocasión quería inducir elementos de absurdo, pero necesitaba tener un camino lógico que condujera a esa irracionalidad en mi película. Creo que Murakami usa el mismo tipo de técnica en su narración. Es un proceso paso a paso que conecta a los espectadores con la historia y les hace entender la situación», expone. 

El maestro ruso de la emoción y la dignidad convive en la película con el maestro irlandés del absurdo, en una declaración de intenciones por parte de Hamaguchi sobre su propósito de explorar la irracionalidad de la condición humana. El resultado, a diferencia de lo que pueda sobreentenderse, no es un pastiche de referentes, sino una inmensa, honda y hermosísima obra autoral sobre la pérdida.

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