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Jean-Louis Trintignant: un gran tímido enfermizo

A mitad de su carrera, el actor francés rechazó por pudor el papel que le ofreció Bernardo Bertolucci en El último tango en París

Jean-Louis Trintignant: un gran tímido enfermizo

El actor francés Jean-Louis Trintignant | Europa Press

Resulta duro ver cómo la muerte llega, aun cuando se prevea próxima, y cómo se apaga serenamente la vida de un formidable actor como Jean-Louis Trintignant (1930, Piolenc). Falleció el viernes a los 91 años, rodeado de su mujer Nadine y otros familiares, víctima no de alguna enfermedad grave sino simplemente de vejez. Y lo hizo, al parecer, tranquilo en su casa campestre de la Costa Azul donde cuidaba sus olivos y viñedos y producía vino. Algunos lo llamaban el Paul Newman francés.

Con él desaparece un símbolo de la generación que amamos el cine y que aprendimos y disfrutamos a través de sus interpretaciones tanto en el séptimo arte como en el teatro. Ayer en una necrológica publicada en el vespertino Le Monde se le definía como un «tímido enfermizo, que logró dominar la timidez a través del teatro. Un actor de media sonrisa y encantador». Más de un centenar de filmes componen su carrera y numerosas participaciones en obras teatrales de autores como Apollinaire, Ionesco, Vian o Prévert entre otros.

Mucha de su cinematografía no llegó a las pantallas españolas durante la dictadura debido a la censura como la genial Z, del griego Costa Gavras, exiliado en Francia, inspirada en la novela de Vasilis Vasilicós y basada en hechos reales. En ella, además de Yves Montand, en el papel de un dirigente socialista griego asesinado en un mitin en Salónica, aparece Trintignant en el rol de un juez instructor implacable que desmonta la conspiración de los militares para ser luego apartado del cargo.

Esa cinta, rodada en 1969 y galardonada en Cannes y en otros festivales, la vi por vez primera fuera de España y me fascinó tanto como Il sorpasso (La escapada), de Dino Risi, con Vittorio Gassman, rodada en 1962. En ella en pleno ferragosto italiano un joven romano estudiante de derecho, todavía idealista, recala casualmente en la casa de un hombre de negocios de mediana edad, cínico y descreído. La muerte se cruza de manera cruel en su camino. Antes había alcanzado un gran triunfo en la almibarada película de Claude Lelouch, Un hombre y una mujer, haciendo pareja con Anouk Aimée, que cosechó triunfos en Cannes y otros festivales. En 1956 debutó también con éxito con Roger Vadim en Y Dios creó a la mujer, como amante de Brigitte Bardot. Otra de esas cintas que la dictadura franquista prohibió y posteriormente mutiló.

Trintignant, que comenzó a estudiar derecho para terminar en la escuela de cinematografía parisina cuando apenas tenía 20 años, fue un individuo complejo, cuya timidez le generaba no pocos problemas. Quiso vencerla al principio dedicándose al teatro, pero él mismo confesó más de una vez que no se gustaba a sí mismo y que sentía que tampoco agradaba al público. Por no gustarle le desagradaba hasta su voz. Poco a poco fue venciendo esos traumas, pero a mitad de su carrera rechazó por pudor el papel que le ofreció Bernardo Bertolucci en El último tango en París.

Con el fallecido director italiano trabajó en otra cinta, El conformista (1971), basada en la novela de Alberto Moravia sobre la vida oscura de un espía fascista. Durante el rodaje recibió la tremenda noticia del fallecimiento de su primera hija, Pauline. Tuvo ideas suicidas, según le confesó a su esposa, y si no lo hizo fue para defender la vida en homenaje a la niña. Muchos años después, ya en el ocaso de su carrera, volvió a sufrir otra tragedia familiar. En esta ocasión el asesinato a golpes de su segunda hija, Marie, a manos de su pareja en 2011. Una tragedia que le marcó hasta el final de sus días.

En Italia era adorado tanto como en su país. De hecho, rodó además de con Bertolucci y Risi, con Ettore Scola, en La terraza, en el rol de un juez frustrado. El filme no llegó a tener el éxito que se preveía pese a que describía la situación política que el país vivía a mediados de los setenta con el ascenso del comunismo de Enrico Berlinguer. También se atrevió a participar en un western con Sergio Corbucci.  En su larguísima carrera no faltan títulos notables como Ma nuit chez Maude, de Eric Rohmer, otro director con el que se identificaba, así como Flic story, de Jacques Deray, en el que desempeña el papel de un detective resuelto a cazar a un gángster (Alain Delon).

En una entrevista confesó que se sentía a gusto interpretando personajes que él mismo despreciaba, quizás refiriéndose a Marcello Clerici en el papel del oscuro espía en El conformista. Trintignant era un individuo moderadamente de izquierdas. Con el transcurrir del tiempo fue adquiriendo seguridad y esbozaba una atractiva media sonrisa aunque a veces desconcertante y mostraba en alguno de sus roles ironía y sarcasmo.

A finales del pasado siglo comenzó a anunciar la fatiga que sentía de continuar trabajando en el cine. Sin embargo, todavía su carrera tuvo otro éxito arrollador con Amor (2012), una durísima cinta del austriaco Michael Haneke sobre la historia de un matrimonio de músicos jubilados en el que la esposa sufre de Alzheimer. Amor obtuvo la Palma de Oro en Cannes y premio a la mejor interpretación femenina para Emmanuelle Riva. Trintignant estaba obviamente caracterizado de anciano, pero se le apreciaban ya las huellas de su decrepitud física. 

Fue anunciando públicamente que consideraba que su trayectoria tanto en el cine como en el teatro habían llegado al final. Sin embargo, aún haría otro filme, Happy End, en 2017, con Isabelle Huppert, que paso sin pena ni gloria

Odiaba Trintignant desempeñar roles de anciano decrépito. El prefería gozar sus últimos años de vida acompañado de su esposa, Nadine, cuidando sus olivos y sus viñedos en la casa de campo que tenía no lejos del lugar donde había nacido en la Costa Azul. Allí se dedicaba a la producción de vino.

Y así fue, pero no por eso causa gran tristeza enterarse de la muerte de un genial actor, que nos acompañó con diversos registros cinematográficos a una generación que amó el cine en los sesenta y setenta. Me resta saber si el presidente Emmanuel Macron le rendirá un homenaje fúnebre en el Panteón de los Inválidos, en París, al igual que ocurrió hace casi un año con Jean-Paul Belmondo. Fue muy emocionante ver el féretro de Belmondo envuelto en la bandera tricolor francesa portado por soldados en uniforme de gala en la gran explanada donde está enterrado Napoleón ante la mirada emocionante de familiares y amigos y en presencia del jefe del Estado y su esposa y ante los acordes de la banda original de una de sus pelis. Macron dijo que Belmondo había sido una parte de la vida de los franceses.

Me sorprendería que ocurriera ahora algo igual, no por ganas del propio presidente de la República, resuelto siempre a tener protagonismo, sino por voluntad del propio finado y su familia. Jean-Louis Trintignant resistía mal el ruido, las entrevistas, la fama. No necesitaba nada de eso. Hablaba con su silencio de sus triunfos en su dilatada carrera artística. En cualquier caso, parte de nuestra vida se marcha con este gran tímido enfermizo.

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