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Montañas, psicópatas y florecitas

Hojeé ‘El hombre que caminó a la Luna’ y me leí esa primera página y quise más. La precisión de la prosa es admirable

Montañas, psicópatas y florecitas

El parque nacional de Guadalupe, en Texas. | Jim West (Europa Press)

Howard McCord no es nadie y su novela breve El hombre que caminó a la Luna le da igual a todo el mundo. Es muy buena. La publicó en 1997. En casi 30 años, sólo 37 personas la han leído en Goodreads. El autor tiene un solo fan en esta red social de lecturas. La novela se tradujo al francés hace unos diez años. Ahora la publica en español Volcano. Es todo muy extraño.

Porque Volcano misma es una editorial peculiar. La lleva Javier García yo diría que solo, desde San Lorenzo del Escorial (Madrid). Mirando la web del sello, uno se entera de que los libros que publican tienen que ver con la naturaleza. Pero no es una editorial de libros de viaje; diría que es una editorial de libros de sendero. Ahí pudimos leer los pocos que leemos la excelente En islas extremas, de Amy Liptrop. Volcano busca libros de gente enfrentada al entorno natural, normalmente porque el entorno urbano les supera, porque todo es insufrible, porque el árbol, la ladera y el monte al menos no tuitean ni ponen me gusta.

Y ahí vamos: al mundo paralelo, subterráneo, negacionista. Todo es arbitrario. Si este libro se hubiera publicado en los 90, y en Anagrama, y Herralde hubiera hecho dos llamadas, habría sido un best seller. Si ahora lo publicara, qué sé yo, Tusquets, pues a lo mejor lo veíamos entre los mejores del año. El autor, Howard McCord, tiene 90 años. Seguramente ni sabe buscar San Lorenzo del Escorial en Google Maps. Seguramente le trae sin cuidado. Vive en otro mundo. Su web personal es de ésas que se hacía la gente cuando creía que Internet era como un teletexto un poco más apañado. Por su web sabemos que tiene seis hijos y cinco nietos.

Asesinos

Una ventaja de los libros es que siempre puedes leer la primera página. La primera página de un libro te pone de inmediato a favor o en contra del libro. Tiene que ser droga, esa primera página. Tienes que querer más.

«Me leí esa primera página y quise más. La precisión de la prosa es admirable»

Así que hojeé El hombre que caminó a la Luna y me leí esa primera página y quise más. La precisión de la prosa es admirable. No sólo porque nombra cada bicho y cada planta y cada risco del Texas montañoso, sino por la sintaxis exactísima que presenta. Al principio parece la novela de un devoto del campo, que busca amansarnos la rutina urbana y tecnológica con un simple paseo entre margaritas y jilgueros. Pero enseguida percibimos que quien nos habla es un zumbado. Eso hace, lógicamente, más interesantes las margaritas y los jilgueros.

Nuestro narrador se llama William Gasper. «Si acaso existen pensamientos profundos en este universo, no los he pensado yo». Se define como alguien simple, experto en montañismo y buen conocedor de las armas. Estuvo en la guerra de Corea. «Mi familia, como ya dije más arriba, es corriente. A lo largo de las generaciones, hemos provisto de reclutas al país, y ninguno ha llegado a oficial. Llevamos aquí lo suficiente como para que en todas las guerras civiles haya habido miembros de la familia en ambas partes».

Todo aquello de lo que habla Gasper no puede sernos más ajeno, más fascinante: «El tirador de rifle busca los horizontes, las distancias de doscientos metros y tenderse boca abajo, mientras odia el matorral, los espacios limitados y la noche». Incluso las referencias culturales remiten a una sociedad alternativa, a una cultura con otros cánones y otros gustos, con otro Babelia. Se nombra al filósofo Edward Dahlberg, al poeta Ed Sanders; a un gimnasta inglés de 1908 (Harry Gill); a una organización de 1838 llamada «los danitas»; se habla de un estado fantasma denominado Deseret; extrañamente, también se cita a Ortega y Gasset (Sobre la caza).

Es como si McCord hubiera circulado por un cauce cultural no canónico ni evidente, diríamos que preparándose para tener en 2022 un único fan en Goodreads, donde Jonathan Franzen tiene 7.821. Su personaje vive solo en la montaña (haciendo el mal, finalmente), y él vive solo en una cultura propia, haciendo libros que no le importan a nadie fuera de Texas.

«Fue como ir a ver una película mala cuando ya la sola idea de ver una película se nos hace insoportable».

Y hay muchas armas, nombradas minuciosamente, descritas en sus funciones, usadas con frialdad electrizante avanzada la novela. «Esto se está convirtiendo en un discurso de aleccionamiento para jóvenes asesinos y, de hecho, lo es».

El hombre que caminó a la Luna (nombre de una montaña en el relato, por cierto) ocupa sólo 118 páginas. Pero cuesta leerlas. Es una roca. Un libro único. Podríamos llamarlo obra maestra con bastante facilidad.

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