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Cultura

Edmund Peel: entre espías, marchantes y genios

El británico, que fue galerista, subastador, marchante y asesor cultural, era un enamorado de España y una leyenda del mundo del arte. Ha fallecido a los 74 años

Edmund Peel: entre espías, marchantes y genios

Joaquín Sorolla. 'Vuelta de la pesca. Playa de Valencia'. 1908. Óleo sobre lienzo. 90 x 110 cm. | Colección particular.

Cuando Edmund Peel llegó a España en 1958, el mercado del arte apenas existía en nuestro país. Solo tenía diez años y poco más que hacer que acompañar a su padre, pasar las vacaciones escolares y aprender español. Había nacido en Alemania -pura casualidad- porque su padre, que hablaba ocho idiomas, había trabajado durante la Segunda Guerra Mundial para la Inteligencia británica -de hecho, preparó una hipotética invasión aliada de Canarias para impedir que los submarinos alemanes tuvieran una base que atentara contra los navíos en el Atlántico-. Pero eso fue durante la guerra. Tras ella, su padre fue oficial de enlace entre la zona británica ocupada de Alemania y la zona francesa. Y esa es la razón por la que Edmund nació junto a Düsseldorf, y vivió sus primeros cuatro años en Baden-Baden. Entre espías y posguerras.

Acabada esta etapa, la familia volvió a Inglaterra. Su padre, que ya había tenido relación en Alemania con algunos marchantes de arte, abrió una galería en los Cotswolds. La inmersión de Edmund en el arte fue rápida y precoz. Y aunque se dedicaban sobre todo a la pintura inglesa y francesa, Peel recordaba como decisivo un suceso que marcaría su futuro. En octubre de 1958 se subastó la colección de Jacob Goldschmit que, entre otras muchas cosas, vendió siete cuadros franceses de primera fila. Aquel día la cotización de los impresionistas franceses se multiplicó por diez, pero aquel éxito hizo comprender a su padre que ya no tenía dinero para comprar impresionistas y decidió venirse a nuestro país.

Edmund Peel en su casa de Madrid, hojeando un libro de fotografía de Cecil Beaton. 2017 | Miguel Pla/ARS Magazine

España entonces vivía aislada, algo que fascinaba a Peel. Las vacaciones escolares se repitieron un año tras otro. Conoció durante aquellos años a Camón Aznar, Lafuente Ferrari y a artistas como Vázquez Díaz, Benjamín Palencia, o a los familiares de Pilar Regoyos y Joaquim Mir. En 1961 visitó a Francisco Pons-Sorolla. Edmund y su padre organizaron la exposición de Sorolla en la Broadway Art Gallery en 1965.

En aquellos años sesenta España empezaba a ser un chollo para el mercado del arte. Edmund, que trabajaba en España como agente de su padre, recordaba siempre esos años como la etapa más divertida de su carrera y en la que ganó dinero más fácilmente. Se dedicaba a recomprar algunos de los cuadros españoles que su padre había vendido en Inglaterra para revenderlos de nuevo aquí. 

BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO. San Pedro penitente de los Venerables. Hacia 1675. Óleo sobre lienzo. 212 x 155 cm. | Fundación Focus, Sevilla.

Pero no todo eran éxitos. En 1962 su padre tuvo oportunidad de comprar el Retrato ecuestre del duque de Lerma de Rubens a los Capuchinos de Madrid. Pero cuando la operación parecía cerrada, los Capuchinos pidieron el doble por el cuadro. Su padre ya no tenía tanto dinero -ni siquiera con un socio capitalista que se había buscado- y Sotheby’s España pasó a encargarse de la venta. La cosa se complicó porque el historiador Xavier de Salas descubrió que el retrato había pertenecido a la colección real y, por tanto, fue declarado inexportable. Los Capuchinos -recordaba- terminaron vendiendo el cuadro al Prado en 1969 por un tercio del precio que había ofrecido su padre. 

También en aquellos años Peel consiguió hacerse con algunos cuadros españoles que vendían los museos americanos. Entonces regresó a España Vuelta de la pesca. Playa de Valencia, de Sorolla, del Museo de Pasadena en California, entre otros. 

En 1969 comenzó a dirigir Sotheby’s España que, diez años después, alcanzaría su mayoría de edad con la venta en El Quexigal de la herencia de los Hohenlohe. En aquella subasta Pedro Masaveu Peterson adquiriría la Adoracion de los Magos, de Fernando Gallego. Desde entonces, Peel fue el mejor asesor del empresario asturiano. Gracias a él compró el Bodegón de los besugos de Luis Egidio Meléndez, Naturaleza muerta, de María Blanchard, Mi mujer y mis hijas en el jardín de Sorolla o los dos magníficos Nonell, Gitana y Casi una cariátide, entre otros.

PETER PAUL RUBENS. Retrato ecuestre del Duque de Lerma. 1603. Óleo sobre lienzo. 290,5 x 207,5 cm. | Museo Nacional del Prado, Madrid. 

Desde que  Sotheby’s cerró su casa en Madrid a mediados/finales de los noventa, Edmund reconoció que se dedicó a su verdadero oficio: ser ojeador de cuadros, tarea en la que mucho se apoyó en José de Paz. Su conocimiento y, sobre todo, la enorme información que manejaba le llevó por ejemplo a ser pieza clave en la recuperación del Calvario de Juan de Flandes del Prado, o el San Pedro penitente de Murillo, hoy en la Fundación Focus de Sevilla. «Me pidieron que buscara esta obra, desaparecida desde que el Mariscal Soult se la llevó de España. Sabía que uno de los herederos se lo había llevado a su casa en la Isla de Man -donde yo también tenía casa- y que había muerto sin descendencia. Pregunté a un agente inmobiliario, que me dijo que un empresario hindú había comprado la casa con todos los bienes . Entré en contacto con él y fui a verle. Y allí, en aquella casa de la Isla de Man, me encontré con el lienzo. La negociación no fue fácil -era muy rico-, pero el cuadro terminó volviendo a España». 

Y allí precisamente se dirigía hace apenas un par de días. Conducía desde los Cortwalls al aeropuerto de la isla de Man. La pancreatitis aguda fue fulminante. Acababa de recorrer en el sur de España aquellos pueblos de su infancia y juventud. Convirtió el arte español en algo importante en el mercado mundial. Un genio contemporáneo que siempre hizo de la discreción la mejor arma de su exitoso negocio.

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